Capítulo IV

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Shizuo entró en el castillo hecho una furia. Los criados se apartaban de su camino para dejarle paso, pues desprendía un aura terriblemente oscura y ninguno deseaba ser víctima de su furia. Izaya iba tras él, siguiendo sus bastante audibles maldiciones. Kadota se había escondido de nuevo en su bolsillo. Esperaba que aquello no terminase mal para su príncipe.

Llegó un momento en que Izaya se cansó de seguir a Shizuo en silencio. Ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo. Simplemente sintió que debía hacerle compañía. Menuda estupidez. Se dio la vuelta y se marchó. Segundos después, Shizuo notó que en el ambiente faltaba algo. Se paró y, como si de un perro se tratase, olfateó el aire. Frunció el ceño al darse cuenta de lo que era.

Mientras tanto, Izaya estaba llegando al salón principal. Había memorizado cada giro y cada vuelta, al menos de la parte del castillo en la que había estado, por lo que sabía que tan solo le faltaban unos pasos para alcanzar su destino. Cuando sus dedos estaban tocando el pomo, alguien le alzó.

- ¿Qué estás haciendo? ¡Bájame!

De la sorpresa, dejó caer el bastón, que produjo un fuerte sonido al chocar contra el suelo. Shizuo, pues instintivamente sabía que era él, se le cargó sobre su hombro y se lo llevó con él.

El príncipe no le soltó hasta que llegaron a su habitación. Entonces le dejó caer bruscamente en la cama. Izaya se incorporó mientras oía a Shizuo cerrar la puerta con llave. El rubio se apoyó en la madera y cruzó los brazos. Le miró fijamente.

- ¿Quién eres?

Izaya guardó silencio ante la sorprendente tranquilidad con la que habló Shizuo. Esperaba que gritase y se pusiera violento, rompiendo cosas en el proceso, mientras le reclamaba por haberle mentido. ¿Por qué no podía ser como el resto y actuar como tenía que hacerlo?

- No hay ningún barco naufragado y es imposible que vengas del desierto. ¿Quién demonios eres?

- Está bien – suspiró Izaya –. Te he mentido. No vivo en el desierto, pero sí es cierto que vengo de un reino lejano. Y sí, las chismosas de tus criadas tienen razón. Soy un príncipe.

- ¿Por qué me mentiste?

- No sabía si podía confiar en ti. Es mejor que nadie sepa que estoy aquí.

- ¿Por qué?

- Comprendo que desconfíes pero no es nada malo, te lo aseguro. Simplemente hui de mi casa porque mi padre quería comprometerme con alguien que no conozco.

Ante esa respuesta, Shizuo relajó todo el cuerpo, que no sabía que había mantenido en tensión, y se alejó de la pared.

- Te entiendo. Mis padres también son así.

- Bien – dijo Izaya mientras se levantaba –. Entonces si todo está arreglado...

Se detuvo en medio de la frase, haciendo que Shizuo le mirase entre preocupado y extrañado. Se acercó a la mesilla de noche y tomó algo entre sus dedos. Lo recorrió de arriba abajo con el índice.

- Es de la sirena que me salvó – explicó Shizuo.

Izaya apretó la escama con fuerza.

- ¿Qué?

- Puede resultarte estúpido, pero es cierto – Shizuo se rascó la nuca un poco avergonzado. Qué suerte que el chico no pudiera ver su penoso sonrojo –. Naufragué y una sirena me dejó en la orilla.

- ¿Recuerdas...algo de eso?

- Solo que vi algo rojo y poco más.

Izaya asintió, como si estuviese satisfecho de la respuesta que había recibido.

Ojos de espuma (Shizaya Chronicles I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora