Prefacio

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Prefacio

La reina Grimhilde no era conocida por su bondad. Pero si por sus costosas, extravagantes y emocionantes fiestas. Esta no sería la excepción.

Sería llevada a cabo la más loca y ostentosa de sus celebraciones. Y la planificación la había dejado al cargo de su queridísima hija, Evie.

Quien con desgano y fingido entusiasmo acepto la tarea solo para no recibir alguna reprimenda por parte de su madre. Ser su hija de sangre no la hacía ajena a castigos e imposiciones como a los que fue sometida su —ahora desaparecida— hijastra, la media hermana de Evie. Quien aspiraba al trono por el hecho de ser mayor que la aludida.

Estar en palacio para Evie era como la prisión misma, no podía salir o divertirse. Tenía que, por obligación, codearse con los amigos de su madre y fingir que disfrutaba aquello. Todos esos dignatarios, viejos, decrépitos, ebrios, con manos de mantequilla... que se emocionaban al admirar la lozana y tersa piel de la princesa. Que simulaban no desearla, que por "accidente" la toqueteaban. Cerdos. Eso eran todos y cada uno de ellos.

¿Pero podía quejarse? No a menos que quisiera sentir el cuero del látigo escocer su carne. Nieves tenía suerte, estuviera dónde estuviera, cualquier cosa era mejor que aquel infierno; pensaba Evie.

—A la reina Narissa le gusta sentarse al lado de mi madre, y prefiere que su dama de compañía permanezca de pie a su izquierda, ¿tantos años haciendo esto y todavía les resulta tan complicado acomodar a los invitados? —exclamó Evie con molestia.

Una de las mucamas miraba con curiosidad la escena, una sonrisa maliciosa cruzo su cara, lo dejo pasar y siguió con lo suyo, ya habría tiempo de lidiar con el temperamento de la princesa.

Como posible heredera al trono, Evie debía memorizar todas y cada una de las leyes de su reino. Aprender como mínimo cinco idiomas y tener una fluida relación con los parlamentarios y todo aquel de linaje noble. Cosa que su madre en su egoísmo nunca le enseñó, por fortuna para ella tenía una hermana mayor que se preocupó por cubrir aquellas necesidades que le negaron.

Nieves e Evie no tenían la mejor de las relaciones, pero eran unidas en cuanto a apoyo mutuo. Estaban solas, con una mujer cruel y descorazonada que procuraba gastar sólo en ella misma.

Sin embargo, Evie era hija de su madre, y según decían muchos, la maldad era hereditaria. Sin duda era una joven muy impulsiva y temperamental, pero eso solo era una coraza, fue obligada a crearse un escudo que le impidiera a la maldad corroer su alma. Y eso era algo que única y exclusivamente conocía Nieves. Hasta ahora desaparecida, y esa extraña desaparición exclamaba a gritos el nombre de su madre.

— ¡Evelyn...! —la princesa suspiró con pesadez.

— ¿Si? Madre. —replicó ella intentando mantenerse calma e ignorando el escalofrío que recorrió su espina dorsal.

—Mi vestido de esta noche.

—En tu habitación madre, como lo pediste, le hice unas mejoras a tu vestuario si no te molesta —murmuro por lo bajo ocultando su sonrisa traviesa.

—Muy bien, ¿todo listo para esta noche?

Aprovecho esa oportunidad para darse vuelta y evitar a toda costa contacto visual con su madre. —Esplendido, el banquete esté siendo preparado, la servidumbre se desplegó en toda el área, la mesa esa siendo organizada y, yo misma me encargué de que la decoración fuera exactamente como tú la pediste.

—Muy bien, iré a darme un baño, deberías comenzar a alistarte.

—Yo, madre, ¿eso quiere decir que estoy invitada? —otra cosa, su madre no era famosa por querer compartir el mismo aire con sus hijas. De hecho hacía todo lo posible por no frecuentarlas.

Ma princesse, Grimhilde ►TERMINADA◄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora