Capítulo 5

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Entonces, la niña, sin dejar que el anciano articulara palabra sacó de su maletín una partitura y comenzó a tocarla.
El anciano palideció súbitamente; entonces me di cuenta que aquella canción era la misma que semanas atrás tocaba al piano aquel anciano, por cuyas mejillas rodaban ya lágrimas de emoción.
Era su melancólica canción, solo que mucho más alegre, con un ritmo inigualable.

Entonces el anciano se sentó al lado de la niña y comenzó a tocar la melodía a su manera, melancólicamente, entrelazando cada nota, cada compás a las notas que fluían de tan pequeños y maravillosos deditos, creando una melodía aún más bella, una totalmente distinta e inigualable.

Cuando se terminó la pieza, la niña y el anciano comenzaron a hablar, pero no pude oír nada, solamente cuando el anciano abriendo una puerta hizo ademán de irse y le gritó a la niña...

¡Hasta el próximo sábado!

¿Habrían acordado un día para verse?

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