Lena: En Cautiverio

947 23 27
                                    

Me dolía cada partícula de mi cuerpo, debilitado por la cantidad de sangre que había perdido. Me estaba congelando del frío que hacía en ese lugar, mi cabeza iba a explotar, y mi estómago se retorcía de hambre. Abrí mis ojos. Estaba en el suelo de una habitación completamente oscura. Estaba confundida, no sabía dónde estaba.

‘¿Dónde estoy?’ – me pregunté a mi misma, intentando darle sentido a la situación. De golpe lo recordé. Estaba en una guarida de los vampiros. Ellos me tenían en cautiverio. Habían bebido de mí, pero me habían dejado vivir. Por alguna sádica razón, me habían dejado vivir.

Tuve que esforzarme un poco, y mientras me sentaba contra la fría pared, comencé a recordar lo que había sucedido desde que había salido por última vez de la iglesia luterana donde los pocos humanos que quedábamos vivos en nuestra isla estábamos refugiados.

Nos habíamos quedado sin comida, y junto con cinco otras personas decidimos ir a pescar algo en el lago. El cielo estaba menos nublado que de costumbre, y unos tenues rayos de sol alcanzaban a filtrarse. Supuse que los chupasangre esperarían a la noche para salir de cacería. Estaba segura que nada nos pasaría. Pero me había equivocado. No habíamos alcanzado a llegar al lago cuando vimos que el cielo se había vuelto a cubrir por completo. Los vampiros pudieron olernos al descubierto, y enseguida tres de ellos nos encontraron. Estábamos perdidos, no teníamos cómo defendernos de esos monstruos. Simplemente no sabíamos cómo hacerlo.

Los vampiros llevaban ropas rasgadas, tenían la piel más pálida de lo normal para la gente de esta zona, y sus ojos lucían un tanto rojizos. Dos de ellos eran de mediana estatura y tenían el cabello oscuro, mientras que otro era rubio y medía como dos metros. Los tres sonrieron de manera diabólica al vernos, y cada uno de ellos se abalanzó sobre una presa, bebiendo golosamente de sus cuellos.

Inmediatamente, mi amigo Erik, otro chico llamado Gael, y yo comenzamos a correr rumbo al pueblo, pero los vampiros nos alcanzaron en menos de un minuto, tomándonos a mi y a Eric, pero Gael alcanzó a huir de ellos. Uno de los vampiros quiso correr tras de él, pero otro, el rubio, alto y fornido lo detuvo.

- Déjalo que vaya y le diga a los demás – dijo, con cierto tono de superioridad, y un acento que me hacía recordar a las películas de vikingos que varias veces había visto. Supuse que de los tres, ese era el que mandaba.

Pensé que íbamos a morir en ese momento, pero no fue así. En vez de eso, los vampiros nos llevaron a mí y a Erik a través del espeso bosque hasta llegar a un viejo galpón abandonado que antes pertenecía a una fábrica procesadora de alimentos a base de pescado. Debíamos estar cerca de lo que alguna vez había sido un puerto.

No sabía si los otros tres habían muerto, pero supuse que así había sido, que los tres horribles vampiros se habían dado un buen festín. Lo que me daba más pesar era saber que mi hermano Leander estaría esperando mi regreso, que se desesperaría cuando viera que no regresábamos. Que me daría por muerta aunque Gael le dijera que los vampiros nos habían llevado, si es que había alcanzado a ver que no nos habían matado en ese momento.

Pero era mejor que Leander me creyese muerta a que intentase alguna cosa estúpida. Y a pesar que estaba sufriendo en este lugar, estaba contenta que había sido yo, y no Leander quien había salido a cazar esa mañana. Prefería morir yo, pero que mi hermano siguiera vivo.

Una vez en el galpón, los vampiros nos habían encerrado y nos habían dejado solos. Nos tranquilizamos un poco, pensando que tal vez nos dejarían vivir, que sólo nos habían secuestrado. Pero no era así. Tiempo después, la puerta se abrió y los tres volvieron a entrar. Los dos vampiros con cabello oscuro se dirigieron a Erik, cada uno tomando una de sus muñecas para beber de él, mientras que el más grande se dirigía a mí.

Comencé a escuchar los quejidos de mi amigo, esperando que no lo matasen, que sólo bebiesen un poco de su sangre nada más. Los vampiros habían matado a casi todas las personas de la isla, dejando vivas a sólo unas pocas. ¿Por qué habrían de terminar tan rápido con nosotros, sabiendo que pronto se quedarían nuevamente sin alimento? Tal vez no nos consumirían tan rápido, tal vez. Pero sea como fuese, nos terminarían matando. Eso era inevitable.

El corpulento vampiro me quitó mi campera, dejando al descubierto mi suave cuello, donde clavó sus afilados colmillos. Grité, presa del dolor inmenso que sentí cuando mi cuello era perforado. No había dolor que se asemejase a ese, y en ese momento de terror, no pude evitar pensar en mi madre, quien había muerto de esa misma manera, sólo que varios años antes que los vampiros decidiesen comenzar a atacarnos de manera abierta. Leander y yo lo habíamos visto todo, pero nadie, absolutamente nadie nos había creído cuando les dijimos lo que había sucedido, ni siquiera nuestro padre.

Después de eso, los vampiros nos habían dejado solos nuevamente, para volver cada tantas horas a alimentarse de nosotros. Y la última vez que lo habían hecho, había quedado inconsciente por varias horas. No sabía cuántas veces más ellos podrían beber de mi sangre, hasta que finalmente esta se acabase.

- ¿Erik? – dije. Me preocupaba saber si mi amigo seguía vivo todavía.

- Lena… Estás despierta – dijo con una voz que demostraba lo débil que se encontraba.

- Sí… ¿Estás bien? – pregunté, aunque supuse que era una pregunta estúpida. ¿Cómo iba a estarlo después de haber sido alimento de vampiros repetidas veces?

- Aún no sé cómo sigo vivo. Tal vez Dios nos está protegiendo. – dijo, aunque sabía que a mi me molestaba la simple mención Dios. Si Dios existía, ¿Por qué había permitido que los vampiros atacasen nuestra ciudad? ¿Por qué había permitido que mi madre muriese cuando más la necesitábamos? ¿Por qué? La respuesta más simple para mí era que Dios no existía.

Los vampiros parecieron haberse dado cuenta que ambos estábamos despiertos, porque en ese momento, la puerta volvió a abrirse. 

Nieve RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora