Capítulo 27

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El campamento se encontraba a unas cuatro millas de la ciudad, alejado para evitar conflictos con los civiles, ya que superaba en tamaño al burgo. Había gente de todas las naciones y todavía llegaban más tropas. Estaba distribuido por reinos y países, subdividiéndose en regimientos y lugares. El Duque del Gran Caudal había tomado el mando temporalmente hasta que se reunieran todos los comandantes para decidir el curso a seguir.

Los servidores de la Muerte tuvieron que atravesar la parte que pertenecía al ejército del mandatario. Cada unidad llevaba el pañuelo característico de su comarca, e incluso se distinguían por sus monturas. Los del desierto de los Montes Negros cabalgaban sobre sus fardachos, unos lagartos gigantes pero mucho más estilizados que los usados por los orcos. Los de la Franja del Este llevaban un pañuelo naranja con un escudo, consistente en una bota de vino con un murciélago y una flor de lirio. Habían venido pocos, pues se habían quedado defendiendo sus templos. Si no, sus vecinos del Condado del Delta, de quienes se decía que las estatuas de las Diosas que adoraban eran negras, hacían incursiones para robarles todas las piezas de arte religioso que pudieran. La guardia personal del Duque montaba en turones una clase de mustélido como las paniquesas, pero mucho más grandes, con el pelaje negro y con manchas blancas en la cara. La enorme variedad resultaba abrumadora.

Allí también se encontraba el regimiento de Ciudad de la Bruma, donde dejaron al casi recuperado Primer Pion para que se dirigiera a informar a sus superiores. Llevaba una pequeña misiva, escrita por el Alto Sacerdote, recomendado a los oficiales contactar con ellos para toda explicación complementaria que necesitaran.

Al fin encontraron el pabellón ducal. La guardia no les importunó mucho al ver que iban con un clérigo cercano a la cúspide de la jerarquía, por lo que pronto estuvieron en presencia del noble.

—Me alegro de ver que vuecencia ya se ha recuperado del intento de asesinato —habló Lerthem al acabar las formalidades—. ¿Se encontró al asesino?

—No, pero me hubiera gustado hablar con él para enterarme de cómo se creía que iba a atravesar mis defensas con una ballesta tan pequeña.

—Vuecencia no ha perdido el humor por lo que veo. Hemos venido a ayudar en todo lo posible.

—Toda ayuda siempre será bienvenida.

—Simplemente os recuerdo que no intervendremos en disputas entre los reinos, solo contra los enemigos de las Diosas.

—No es ninguna novedad, Su Alta Gracia.

Aprovechando el instante de silencio, un oficial se dirigió al duque hablando en una versión muy cerrada del dialecto del Gran Caudal, intentando guardar secreto de lo que decía.

—No somos unos metomentodos —replicó Tria en el habla común, haciendo como si no se enterase de la mirada de "cállate" del Alto Sacerdote—. Bien sabéis que los servidores de la Muerte solo se ocupan de los asuntos que conciernen a su ámbito, aunque eso no nos impide conocer lenguas y dialectos.

—¿Dónde aprendió el nuestro, Devota? —inquirió el noble.

—Tengo familia en Gran Caudal, excelencia, cerca de Ciudad de Las Ocas. Pasé algún tiempo con ellos.

—Una paisana pues.

—Medio paisana, si vuecencia pues, me permite la puntualización.

—Bueno co, ¿qué más da, co?, paisana al fin y al cabo pues. No hará falta que os recuerde las reglas de cortesía —dijo mirando a sus hombres, abandonando el dialecto—, y que todos hablemos para que s'entienda pues. Ya hemos visto que además es inútil, ya que tienen traductora. Se agradece el detalle de informarnos, Devota —le comunicó a Tria, quien sabía que habían ganado confianza ante el mandatario—. Continúe hablando con franqueza, Su Alta Gracia, nosotros haremos lo mismo pues.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora