Capítulo 29

109 16 0
                                    


Mintri se encontraba rodeado de cadáveres, muchos de sus no muertos habían sido destruidos, aunque al final sus enemigos habían tenido que retirarse. Las tropas de las tierras de las Diosas venidas desde Ciudad de la Sal, habían intentado valientemente impedir la destrucción de su burgo hermano, Ciudad del Pan. Su cometido consistió en proteger la retaguardia mientras la mayoría de las tropas, con Cuerva del Abismo a la cabeza, se dedicaban a la aniquilación de todos los habitantes de la localidad. Las enormes bajas que su unidad había sufrido, serían reemplazadas. E incluso la cantidad de nuevos reclutas sobrepasaría las pérdidas..., excepto en las de necromantes.

Uno de ellos se encontraba herido de muerte, con la espalda apoyada en una roca, cerca del miriápodo. En concreto, el que le había hablado con desprecio en la necrópolis, la noche en la que Andremonia había levantado el núcleo de su ejército. Mintri no olvidaba que lo había puesto en su lista.

—Secretario —dijo el moribundo brujo con voz débil—, necesito su ayuda.

—Ahora soy comandante, Nuestra Señora así me nombró —empezó a degustar la venganza.

—Comandante, necesito su ayuda.

—¿Quieres que recoja tus últimas voluntades?

—No, es otra cosa. —Su mirada indicaba que se estaba tragando su orgullo, acuciado por la necesidad—. Aún puedo curarme.

—Mis conocimientos sobre medicina solamente me alcanzan para matar rápidamente, no sirven para curar. Y no veo ningún hereje por aquí cerca, se encuentran todos en la ciudad, supongo que reclamando prisioneros para sus sacrificios.

—No es necesario que tengas conocimientos. Solo necesito que me prestes uno o dos de tus miembros injertados, contienen gran poder.

—¿No llevas piedras de resurrección?

—Las he usado en demasía en el pasado y ahora no funcionarían. Ni siquiera llevo unas implantadas, en espera de conseguir otras nuevas más poderosas.

—¿No te valdría con un par de cadáveres quemados? —Los conocimientos en necromancia de Mintri habían aumentado a fuerza de convivir con ella todos los días.

—Los míos los gasté para la batalla y necesitaría muchos si son de otro de mis compañeros. Cuando se crean se ligan a su invocador.

—¿Y unos cuantos levantados normales? Por aquí cerca aún nos quedan unos miles.

—No me daría tiempo a extraer toda la energía, uno por uno... Uno de tus miembros tiene mucho más poder. Nuestra Señora Andremonia los insufló mucho... Luego te podríamos reimplantar otro... Tendrías para siempre mi más sincero agradecimiento.             

—Tu agradecimiento... ¿Qué tendría que hacer exactamente?

Solo acércate y déjame agarrar uno de los miembros implantados. Absorberé la energía y podré curarme.

—¿Valdría este? —Alzó el brazo de necroquimera.

—Sí, ven ya, no me queda mucho tiempo.

—De acuerdo, voy.

Mintri se le acercó y le tendió la extremidad, con la palma hacia arriba. Cuando el vil hechicero fue a asirla con la mirada ansiosa, dio un paso adelante, estirándola del todo. El largo espolón venenoso que salía del antebrazo, atravesó el cuello del necromante. Antes de que pudiera reaccionar, el miriápodo sacó el arma y se la clavó en el corazón.

—¿Te crees que nací ayer? —le preguntó mientras le hería en otro punto vital—. Si te dejo tomar la energía del brazo, seguro que me chupas la del todo el cuerpo. —El espolón entraba y salía del cuerpo del necromante una y otra vez—. Además, me caes fatal... Mejor dicho, me caías —sentenció cuando estuvo seguro de su fallecimiento—. Chicos —se dirigió a los no muertos más cercanos—, a este os lo podéis comer, el resto de cuerpos, llevádselos a Nuestra Señora. Acabad rápido que tenemos que volver con ella.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora