Capítulo 12

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No les sobró una paloma, fueron tres, aunque tuvieron que soltar otra al ver las costas de un par de islas a la vez desde el barco. Los mapas no aclaraban el asunto, incluso uno apuntaba a una tercera. Pero al final se encontraban en Puerto Acuerdo, con una pareja de aves mensajeras en la jaula.

Liberaron una de noche, a la que tuvieron que despertar. Pero en cuanto Garrote abrió la mano, se lanzó volando hacia el palomar, pues lo sentía cerca. Antes decidieron darle una bellota tocada por Cherm de más,para aumentar la duración del foco localizador por si acaso se perdían en la ciudad.

El pájaro se dirigió pronto hacia el centro del burgo, para extrañeza del sacerdote. Se esperaba que fuera en dirección a los bajos fondos, ya que normalmente allí se encontraban los cuarteles de La Cofradía en casi todos los lugares. Los que vivían en las zonas respetables no se encargaban de contactar tan directamente con los del lado criminal.

—Es como si hubiera dos o tres organizaciones diferentes —le explicaba a Atardecer—, coordinadas pero distintas. El que comercia con sustancias ilegales no se encuentra mucho con aquel que contacta con los nobles, solo se reúnen en contadas ocasiones. Y por mucho cifrado que tengan, no suelen mandarse mensajes físicos. Así, cuando cae alguna parte de la red, se salva la otra.

Al cabo de un rato llegaron a la plaza del Palacio del Consejo, el lugar principal de la vida pública ciudadana.

—Allí está —señaló la novicia a una casa con palomar, al lado del cuartel de la guardia.

—No señales —ordenó el clérigo—. ¿Está en la casa esa junto al edificio de los pulpos y tiburones por todos lados?

—Sí, en esa de la puerta rosa.

—¿Un burdel al lado de un cuartel? ¡Qué cosa más rara!

—¿Y qué hacemos ahora?

—Ahora tendremos que ir a pedir ayuda. En uno de los mapas indicaba que en esta isla había un monasterio de la Diosa del Hueso y del Cráneo.

No llegaron al convento, se encontraron con una monja de camino. Esta,presentándose rápidamente como Compasión, obligó a Garrote aponerse un abrigo y cubrirse con la capucha. La prenda le estaba pequeña, dejaba a la vista la túnica sacerdotal a partir de las rodillas.

El clérigo no se quejó, estaba acostumbrado de su época encubierta a aceptar ese tipo de situaciones sin rechistar. Y más si venían de un aliado que difícilmente cambiaría de bando.

La monja los llevó a una arboleda cercana y les rogó que no se movieran ni se dejaran ver. Hacía dos días le habían visitado un par de servidores de la Muerte y habían tenido problemas con las autoridades. Les comunicó que sería mejor ir al templo de la Diosa de la Vida, que ella se encontraba sola en el monasterio y allí estaban los otros dos, aparte de un buen grupo de Paladines del Roble. Se marchó antes de que le pudieran hacer preguntas. Retornó al cabo de una hora con un abrigo más grande. Como habían estado en silencio siguiendo lo aconsejado, a Garrote le había dado tiempo a hilvanar datos:

—Ese par del que hablabas antes —dijo—, ¿no serán una Paladina del Cráneo pelirroja que pasa del acento afectado a uno basto, y un Iniciado larguirucho?

—¿Cómo lo ha adivinado, sacerdote? —replicó la monja.

—Conocemos a Tria y a Zhersem y sería conveniente que hablara con ellos.

—En el templo de Cherm están.

—Vayamos entonces, que también tenemos que hablar con la Abadesa.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora