Capítulo dos: Despedidas inesperadas

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Con esfuerzo y dificultad me pongo de pie. Estoy abandonando mi cama cálida y calentita para ir a la estúpida escuela por mi estúpido boletín de notas. Detesto esto. Por suerte para mí estoy graduada y pasaré unas excelentes vacaciones. Bueno, al menos soy optimista. Sé que lo primero que haga me saldrá mal. 

Adiós optimismo.

Busco y rebusco en el armario algo descente para ponerme, aunque creo que lo más aceptable son mis vaqueros rasgados y la sudadera que me regaló papá en mi cumpleaños diecisiete. Intento deshacerme del pijama, pero siento que se me ha quedado pegado al cuerpo por que no quiere salir.

¡Yo tampoco quiero despegarme! ¡Está calentito!

Como puedo me lo quito y empiezo a ponerme los vaqueros lavados y con aroma a lavanda. Luego cuando estoy a punto de ponerme la sudadera, ya con el sujetador puesto y una blusa con mangas hasta los codos, se abre la puerta.

—¡Anabelle Rose Miller! ¡Te tardas una eternidad para ponerte unos trapos! —la inconfundible voz de Elliot entra por mis oídos y al instante dejo la sudadera para ir a abrazarle. No le veo desde hace una semana.

—¡Yo también te extrañé! —exclamé junto a su oído. Así se siente, perra.

—¡Maldita me vas a dejar sordo! —se separó de mí y me miró a los ojos. Si no fuera mi mejor amigo, aparte de otra cosa, juro que le besaría en este mismo instante.

Sus ojos son azules tirando para lo celeste, pero son hermosos. ¡Es muy guapo! Solo que hay un 'pequeño' inconveniente.

¿Qué inconveniente dañaría a este dios Griego? ¡Eres una tía con suerte! Seguro eso están pensando ustedes.

Error. Sí hay una cosa que podría borrar esa imagen de adolescente modelo que te has creado.

Es gay.

Elliot tiene suerte de que no sea homofóbica, sino ya le hubiera denunciado. Aunque no habría pasado nada de todas maneras, el Estado aún no prohibe, pero tampoco legaliza, a las personas homosexuales. A mí, sinceramente, me da igual. Pero está mal querer decidir por otra persona. Si a esta le gusta alguien del mismo sexo no hay que meterse en su vida. Es amor después de todo.

—Tierra llamando a Ana —empieza a agitar la palma de su mano delante de mi rostro.

—¿Qué? —le miro confundida— Lo siento, estaba algo distraída.

—¿Algo? —me pone cara de '¿es enserio o me estás jodiendo?'— Te estoy gritando tu nombre hace más de diez minutos.

—¡Wow! ¡Qué tragedia! ¿Acaso te he hecho esperar mucho, oh alabado que todo lo sabe? —digo todo esto con un sarcasmo que no sé ni de donde salió.

—Já, já —ríe pausadamente, pero sé que su risa es falsa—. Pues no mucho, pero que no se vuelva a repetir.

Esta vez si ríe enserio así que le pego mi puño en su brazo, pero suavemente. Tampoco quiero que termine en el hospital con el brazo dislocado.

—¿Lista? —pregunta mi dulce y tierno amigo gay.

—Ve bajando, tomaré mi sudadera. —lo hace, cojó la prenda de mi cama y bajo también.

Atravieso el pasillo hasta las escaleras y las empiezo a bajar lo más rápido que mis pies me permiten. Ya abajo, mis padres están desayunando en la isla de la cocina. Papá lee el diario New York Times con sus gafas sobre el puente de su nariz y una taza humeante, de lo que parece café, en su mano libre. Mamá por otro lado come su tazón de frutas mientras mensajea algo en su celular.

—Ya me voy —informé. Noté que la puerta principal estaba entreabierta.

—Bien, hija. No vuelvas tarde. —me dijo la mujer con el cabello, bien peinado y alisado, en un elegante moño. 

Autumn FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora