Capítulo uno: El inicio de la mala suerte

875 24 0
                                    

I see the life like a swinging vine
Swing my heart across the line
In my face is flashing signs
Seek it out and ye shall find.
Old, but I'm not too old
Young , but I'm too bold... 

Empieza la canción Counting Stars de One Republic en mi celular. Aún estoy cubierta hasta la cabeza con las sábanas de mi cama, así que como sonó mi QUERIDA alarma llamada Elliot Jones, supongo que son las 8:00 de la mañana. 

No importa, llegaré tarde a la clausura escolar. Después de todo no es tan importante. Solo darán las calificaciones del año. 

Seguro que pensaron: ¿Estáis loca? Las notas son lo más importante.

Pero mi respuesta sería: Sí, estoy loca. Completamente.

Bueno, en el buen sentido. ¡No voy a ir!

La gente huye de mí. Excepto Elliot y mis padres. Y no por que esté loca. Si no porque doy mala suerte.
Bien, ahora acabas de fruncir el ceño y te estás preguntando: ¿Mala suerte? Eso no existe.

Lo sé, lo sé. Pero, ¿no tienen algún amigo que apenas llega, tiene el poder de mágicamente convertir un día soleado en una tormenta eléctrica? Okey, ¿estoy exagerando?

Sé que la mayoría de la gente tiene cualidades como: alegría, honestidad, carisma, bondad, entre otras cosas. Pero yo no señores.

Yo soy la chica que trae mala suerte. Y no me averguenzo. Póngase cómodos que contaré una historia.

Todo comenzó un 25 de mayo de 1997 en el Hospital Center of City. Una mujer pelirroja, algo menuda y con un vientre protuberante entró al hospital gimiendo y jadeando. También chillaba y llamaba la atención de todos los pacientes y doctores. Su esposo la sujetaba de la cintura, estaba con el cabello revuelto y vestía unos pantalones de pijama con un abrigo, ya que probablemente no traía nada debajo. 

Ambos estaban sudando y el hombre, desesperado, pedía ayuda. Casi inmediatamente llegó una enfermera con un uniforme verde agua, trayendo con junto a ella una camilla. Con dificultad acostaron a la mujer en la cama rodante. La pobre y menuda pelirroja estaba tocándose el vientre y gritaba a todo pulmón. Su marido estaba a un lado de la camilla susurrando palabras amables, intentando calmar a su mujer. Estaban a punto de entrar a una sala de partos, pero antes de que ingresara el hombre una doctora lo detuvo y le dijo que no podía entrar.

Después de rogar y rogar, la mujer accedió y le dijo que la acompañará a ponerse un traje adecuado. Ya con el traje verde oscuro, una redecilla de cabello y una mascara de tela, el señor apresurado entró a la sala notando a su mujer con las rodillas elevadas y las piernas abiertas, pujando y gimiendo. Ella ya vestía el mismo traje que su esposo, excepto que él traía pantalones y ella una bata. 

Al instante, él se puso al lado de ella y le tomó la mano. Ella la presionaba y la mordía. Su cara estaba totalmente roja e incluso tenía lágrimas salpicando de sus ojos color café claro. El sudor de ella hacía que su frente estuviera brillosa y húmeda. 

El doctor Sheerman pedía que la mujer se intentara relajar y pujara suavemente. Por desgracia para la mujer el bebé que ella esperaba, que era niña obviamente, estaba en posición para parto normal y no para una cesárea. Ella empezó a pujar y la presión de su vientre se hacía más fuerte. Gritaba y gemía de dolor y su marido impotente sin saber que hacer solo le pedía que respirara hondo. La mujer hizo lo que su esposo pedía, pero era casi imposible.

Después de casi una hora y media el doctor avisó que la bebé ya iba a salir. Obviamente en la hora anterior la mujer había estado demasiado débil para dar a luz. Ahora lo estaba aún más.
La mujer empezó a pujar más y sintió como dentro de su vientre se deslizaba un pedazo de carne no tan pesado, pero muy grueso. Gritó y el doctor Sheerman dijo:

—Es una pequeña niña. —instantáneamente la bebé empezó a llorar fuertemente por ser arrancada del calor del vientre materno.

El doctor la guió hacía una mesa y le pasó la bebé a una enfermera que la empezó a limpiar con una toalla. La puso sobre una balanza pequeña. Sesenta kilogramos. ¡Era tan pequeña!

Creo que ya estuvo bueno de la historia de mi nacimiento. Ese es el punto de partida, sencillamente luego de que llegué al mundo mis padres perdieron la casa, papá perdió su empleo, a mamá no la contrataban y cancelaron nuestra cuenta bancaria.

¡Qué mala suerte! ¿Cierto?

¿Cómo salimos a adelante?

Por suerte, irónicamente, tenemos unos parientes lejanos que llegaron a la ciudad y nos ofrecieron su casa por un buen tiempo. La tía Elisa y el tío Richard fueron muy amables hasta que pudimos salir adelante por nosotros mismos. 

Ahora vivimos en un barrio tranquilo, tenemos unos lindos vecinos y estoy en una buena escuela. Bueno estaba. Ahora soy una graduada. ¡Sí! 

Hoy era la entrega de notas, la ceremonia fue el sábado y hoy es... ¿Qué día es hoy?

—¡Ana! ¡Elliot está aquí!

Llegó la hora de ver mis excelentes notas. Bueno no tanto.

Autumn FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora