Premio: One-shoot dramático
Pairing: 6927
Autora: Ale
Premiada: BacchiLeft Alone
Realmente, no quedaba nada más que decir, y ninguno de los dos necesitaba más explicaciones.
Nunca necesitaron esas líneas.
Estaban cansados de vivir en el pasado, y por ello iban a hacer que la menos el presente durase. Aunque eso significara dejarlo todo atrás.
Porque el amor era así, efímero y eterno al mismo tiempo. Y, a veces, eran preferentes las mentiras y los engaños a tirar todo por la borda. Sin embargo, se preguntaban cuán profundo podían llegar, cuán profundo querían llegar.
Porque ambos tenían secretos, los dos tenían cosas que ocultar. Quizá por eso no necesitaban nada más que una noche, algo ocasional. Porque ambos estaban prohibidos, estaban haciendo mal al amarse mientras nadie les viera.
Y eso hacían, entregándose a los deseos más bajos del ser humano y, de cierta manera, disfrutando del fetiche de lo no permitido.
—Deberíamos dejar de hacer esto algún rato —reprochó, dibujando círculos sobre el pecho desnudo del mayor.
—Eso dices siempre —rió—. Pero sabes tan bien como yo que no quieres hacerlo.
Desvió la mirada. Sabía que tenía razón, no quería dejarlo.
—No te rías. Sabes tan bien como yo que esto está mal. Estoy casado, y tú también.
—¿Y crees que no lo sé? —bufó—. Tú también lo sabes, lo sabías desde el inicio. ¿Recién te importa?
—Sabes a lo que me refiero, Mukuro —este suspiró, acariciándole el cabello castaño, rebelde.
—No eres feliz, eso es lo que sé —acarició el cuello del menor, produciéndole un escalofrío.
—A veces me pregunto la razón —sonrió irónico—. A veces, siento que me pierdo a mí mismo y la única manera de encontrarme es esta.
Mukuro besó su frente, y eso hizo que el castaño le abrazara con más fuerza.
—¿No es algo tóxico, Tsunayoshi? Ya sabes, ambos estamos... perdidos. No creo que esto nos ayude de alguna manera.
Tsuna le miró con una ceja arqueda y una sonrisa ligeramente torcida.
—¿Y ahora quién es el que recién se da cuenta? —preguntó irónico, aceptando la caricia del otro sobre su rostro—. Esto es lo más tóxico que he hecho nunca.
—Y sin embargo, te gusta tanto como a mí.
Sus ojos castaños brillaron con diversión.
—Porque contigo puedo ser quien soy, no me exiges que finja —tomó un mechón de su cabello y lo enredó entre sus dedos—. No tengo que ser perfecto, ¿sabes?
—Ese tipo no sabe lo que se pierde, Tsunayoshi. Tú eres ya perfecto así. Sigo preguntándome por qué lo sigues soportando.
—Por la misma razón por la que tú sigues casado cuando está claro que no amas a esa mujer, y que tu matrimonio no es más que una farsa, tanto como el mío.
—Es por estas cosas que no deberías cambiar porque ese te lo diga —rió, y le besó con profundidad.
Ambos disfrutaron del beso, al que le sucedió otro y otro, cada cual más pasional. No era extraño que aprovecharan cada noche en las que podían escapar de sus vidas. En las que podían ser ellos mismos, sin discriminaciones ni ataduras.
Sin embargo, un teléfono sonó y ambos se alertaron. Ninguna de sus parejas sabía que estaban en aquella habitación, en un hotel donde nadie les reconocería.
—Es mi móvil —habló el castaño, separándose de él.
—No lo cojas, Tsunayoshi... —besó su cuello.
—Tengo que coger... —gimió cuando sintió sus dientes rozándole la piel.
Lo apartó con una mirada enfurruñada, y Mukuro desistió con un pequeño berrinche, dejándolo libre para que buscara sus pantalones y, por tanto, su teléfono.
Tsuna hizo una mala cara al ver el llamante, y poniendo su mejor sonrisa, se sentó en el filo de la cama y contestó.
—¿Sí?
Mukuro sonrió pícaro mientras se acercaba al castaño por detrás y le abrazaba, pegándole a su cuerpo y besando su cuello, haciendo que se tensara y le mirara mal.
—¿Tsunayoshi? ¿Dónde estás?
—Te dije que me iba a quedar trabajando —le dio un codazo a su amante, y este se quejó silenciosamente—. ¿Recuerdas?
—Y anda que estás trabajando... —susurró Mukuro en su oído, divertido.
—¿Te queda mucho? Quería pasar la noche contigo, hace mucho que estamos... ya sabes, distantes.
Eso no le hizo tanta gracia al de ojos bicromáticos, quien trató de tomar el teléfono en su enfado, pero Tsuna lo retiró a tiempo.
—Lo siento, pero me encuentro muy ocupado y... —suspiró mientras sentía las caricias en su espalda—. ¿Puede que mañana...? Es que si lo dejo para otro día, no acabaré nunca.
—De acuerdo, pero mañana no te libras—Tsuna sonrió irónico, y asintió.
—Que sea mañana, entonces... Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupado —se despidió y colgó mientras sentía que le tiraban hacia atrás.
Acabó recostado sobre el colchón, y miró el rostro enfadado de Mukuro.
—Creo haberte dicho que tú eres solo mío.
—No soy de nadie, Mukuro, ya lo sabes —sonrió—. Si tú estás conmigo es porque yo lo decido.
—Y porque no puedes resistirte, y tú también lo sabes —rozó su nariz con la suya—. O no estarías aquí.
—¿Tú crees? —rió, como si le estuvieran contando un chiste—. A lo mejor, eres tú quien no puede vivir sin mí.
Era un juego entre ambos.
Después de todo, el amor era un juego donde ganas o pierdes. Pero la relación que ambos mantenían no podía ni tan siquiera denominarse así.
Ellos se encontraban, se divertían, se querían y se despedían. Era un vicio, un simple entretenimiento.
O al menos, eso fue en inicio. Una forma de escapar de su aburrida y rutinaria vida.
Pero todo cambia, y aunque ninguno de los dos lo admitiera, no podían olvidarse del otro cuando regresaban a sus rutinas, cuando eran la cara a la sociedad y no su reverso.
—Puede ser —respondió, acariciando su cintura, aquella que le volvía loco—. Pero aún no me has respondido por qué sigues con ese tipo que no quiere más que usarte y presumir de ti.
La sonrisa enigmática pero al tiempo triste de Tsunayoshi le confundió.
—¿No sabes que hay cosas que son mejor dejarlas solas?
Y con eso, terminó toda conversación por lo que quedaba de noche.