Renaciendo

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Noche de Halloween, noche tradicional y festiva, noche del 31 de octubre, y mientras que para los mundanos significaba una noche jolgoriosa, donde se aventuraban en sus insensatos e irrisorios intentos por adentrarse en un mundo oscuro y siniestro, en tanto ellos se divertían y jugaban con fuego sin darse cuenta, Emma se preparaba para tener que limpiar los desastres que los imprudentes juegos e invocaciones provocaban cada año.
Emma se hallaba en las escaleras del Instituto, ya podía sentir como las brisas otoñales comenzaban a calar cada vez más profundo en los huesos, clara advertencia de la inminente llegada del invierno.

El viento se metía por debajo de su holgada camiseta, erizándole la piel, mientras miraba como la noche caía sobre ellos, pintando el cielo de un color aciago y umbroso, algo que la hacía pensar que era una suerte de recordatorio de lo que podría esperar de esa noche, como de tantas anteriores, y tantas por venir.
Lo sabía bien, se dijo a sí misma, todo había sido sombrío desde la partida de Livvy. Incluso el sol parecía estar de duelo, acompañándolos, cuando se colaba por las mañanas con un color opaco que confería un ambiente sórdido a todo el Instituto.

Nadie se había atrevido a entrar en su habitación, quizá por el miedo al recuerdo, o podría ser para no enfrentarse con lo inexorable.
Su cama destendida, aún con el aroma a niña de Livvy, en las sábanas y en la almohada, confidente de tantas pesadillas y sueños. Su armario minuciosamente ordenado, cada prenda delicadamente apilada, libros de matemática esparcidos por el suelo, probablemente abiertos en sucesiones.
Cada rincón del Instituto hablaba de ella, y afloraba en Emma un dolor redondo y eficaz, que le recordaba la ineludible e implacable certeza; Livvy se había ido, se había marchado y enterrado un puñal mortífero en cada uno de sus hermanos, y en Emma, un puñal que iba adentrándose cada día, cada centímetro más agónico que el anterior.
Emma comenzó a sentir la ya familiar sensación de ardor en la parte trasera de sus ojos, cuando las lágrimas se agolpan, desesperadas por salir, por llover fatídicamente cada milímetro de dolor que habita en ella.
Pero se vio obligada a pestañar, a mirar las luces de la calle, fijamente, como le había enseñado Tessa, para evitar llorar, ya que sintió a sus espaldas, pasos acercándose.

-Ya cargamos el auto, se nos llamó para atender un intento descontrolado de invocación por mundanos- La voz de Julian era plana e inflexible, carente de toda emoción, y sus ojos estaban inusualmente apagados, del color de las profundidades del mar, pensó Emma, perderse en ellos podría ser letal.
Una vez instalados en los asientos, Julian encendió el auto. El silencio colmaba el ambiente, llenándolo de una inusitada incomodidad.
Como siempre, Emma servía a Jules de GPS, sentada a su lado, mientras Mark y Cristina, acomodados en los asientos traseros, fingían indiferencia de una manera muy mal disimulada.

Ya era pasada la medianoche y las luces de los carteles y adornos propios de Halloween en las calles, le daban una iluminación dicromática intermitente al interior del coche, el naranja y el negro en todas partes.
Al llegar a la casa, descendieron del auto. La edificación era grande, y hubiese podido parecer majestuosa, de no ser por lo desatendida que estaba.
Grandes ventanales con los vidrios rotos, y algunos otros tapizados con sucios barrotes de madera. Una puerta enorme los aguardaba e invitaba. Emma no pudo evitar recordar el pasaje escrito por Dante, “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”, pero Emma ya la había perdido hace mucho.
Se abastecieron de armas y marcaron con runas sus cuerpos. El toque frío e indiferente de Julian al colocar las runas, era como un golpe duro y certero en el medio de su pecho, donde yacían dormidos recuerdos de una playa y una cabaña, de pasiones desmedidas y secretos compartidos.
A Mark y Cristina se les asignó vigilar el perímetro, y a Jules y ella, investigar dentro de la casa. Entraron sigilosos, sus runas de silencio tan eficaces como siempre.
Emma se movió despacio, tanteando con sus pies el terreno, la oscuridad parecía tragarlo todo. De pronto unos dedos alrededor de su muñeca, quitándole todo poder de concentración, unos dedos familiares, ásperos y suaves a la vez, que le enviaron una corriente de recuerdos  y calor. ¿Cómo podía ser posible que a ella se le detuviera el mundo con el más mínimo contacto de su piel, y él en cambio permaneciera imperturbable?
Desde la muerte de Livvy, se había encerrado en sí mismo, negándose incluso a Emma. La añoranza y la necesidad de Jules en su vida, en su intimidad la estaba destrozando, fibra por fibra, un dolor agudo.
Sintió el otra vez ardor tras sus ojos, y maldijo para sus adentros por no tener una luz a la que mirar con fijación. Pero después de todo, en la oscuridad, él no podría notar sus lágrimas.

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⏰ Última actualización: Nov 16, 2017 ⏰

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Jemma (Julian & Emma) ➡ The Dark Artifices - Cassandra Clare / One Shot. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora