Cuatro jinetes

32 2 0
                                    

(OS RECOMIENDO PONER EL AUDIO DE FONDO DE LECTURA ^^ espero que disfruten del capítulo)


Aquella semana resultó especialmente lluviosa. Los establos se inundaron la mayoría de los días, haciendo que los jornaleros trabajaran el doble. Hubo poca actividad entonces en la residencia, tampoco había muchas cosas que hacer; además de beber vino, leer y hablar junto al fuego. Lady Elsa pasó la mayor parte de la semana encerrada en su despacho. Recibía misivas y enviaba más misivas acerca del baile real que la Reina Madre celebraba en la próxima luna llena, a la que acudirían con su padre; y de dicho viaje debía ultimar los detalles lo más pronto posible. 

Lady Rose y Lady Eira no hacían más que resguardarse en una habitación contemplando las llamas en silencio (y en ocasiones, no tan en silencio), sin tener mayor interés en estar con su familia fuera de los horarios de comidas. 

Lady Marian y Lady Flora eran otro asunto. Frecuentaban poco las zonas comunes, no osaban relacionarse con casi nadie, y rara vez se las veía parlanchinas. A su familia les resultaba un tanto extraño, y puesto que nadie las controlaba y no causaban problemas mayores, continuaban sin prestarles mayor atención.  Sin embargo, nadie podría imaginarse qué clase de cosas hacían ni dónde podrían esconderse. 

Ambas eran de cabello azabache y apretados rizos, de tez pálida, rostro cuadrado y unos ojos del verde más intenso en los que se pudiese posar una mirada. Su expresión resultaba curiosa, mentes llenas de preguntas. Era por ello que frecuentaban la gran biblioteca, mas no solían detenerse mucho en la búsqueda de información. 

Así, aquel día lluvioso de aquella semana lluviosa, Marian y Flora se encontraban fisgoneando en la gran biblioteca. 

- ¿Has encontrado algo, Flora? - preguntó Marian, trepando por una escalera en busca del tomo en cuestión. 

- Por el momento no - respondió esta, tomando entre sus manos pesados libros cubiertos de fino polvo de la parte baja de la estantería. Los dejó caer en una de las mesas de roble macizo, dejando escapar un bufido de entre sus finos labios. - LLevamos buscando horas, ¿estás segura de que aquí lo encontraremos? - 

- Estoy segura - contestó segura Marian, bajando la escalera con una pila de libros igual o más polvorienta que la de Flora. Se aproximó a la mesa donde se encontraba su hermana, y resopló a su vez cuando soltó los libros. - Oí mencionar una vez al Maestre Tarly acerca de ello - 

Comenzaron a hojear todos los tomos que había en la mesa, sin obtener mayor resultado que mucha palabrería y paja añadida de la que no sacaban nada en claro. La oscuridad se cernía sobre la residencia, haciendo que pronto todos los candelabros fueran encendidos. Las gruesas gotas golpeaban los cristales de las grandes vidrieras de la sala, brindándole a la estancia un toque lúgubre y algo siniestro. Pronto, Flora exclamaba sorprendida, haciendo saltar a Marian. 

- Idiota, me has sobresaltado - rió esta, levantando así la vista de su lectura. - ¿Qué has encontrado? - 

- Exactamente lo que buscábamos - la sonrisa lobuna de Flora indicaba que no debían buscar más; su trabajo allí había terminado. 

Todos los libros fueron depositados de nuevo en las estanterías y como si allí no hubiese ocurrido nada, cogieron el libro correcto y se dirigieron al fondo de la estancia, aprisa. Una vez estuvieron en la sección de carpintería, volvieron su cabeza hacia todos lados, cerciorándose de que ninguna doncella ni maestre anduviese por allí. Ambas muchachas se miraron y, deslizando sus dedos por los primeros cinco tomos de color verde pistacho, se quedaron quietas, aguardando. Pronto, aquella estantería comenzó a descender y desapareció entre las baldosas, quedando así un hueco en el suelo de tres metros de diámetro, aproximadamente. Una corriente de aire frío ascendía de la abertura, y si se intentaba adivinar el fondo, únicamente se observaba oscuridad. Flora comenzó a descender por la deteriorada escalera de metal que había situada próxima a la pared del óculo recién abierto, y Marian hizo lo propio. Las cabezas de las señoritas desaparecieron en la oscuridad, y así, la estantería volvió de nuevo a su lugar, sin hacer el menor ruido. 

Big GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora