Capitulo 1.

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Denna

No debería estar aquí. Son las nueve y diez de la mañana. Es viernes y llueve... Llueve mucho. Quizá debería sorprenderme que a principios de septiembre diluvie de esta manera en Alemania, pero ahora mismo es lo último que se me pasa por la cabeza. Veo un relámpago a través de la ventanilla y me pregunto si podremos volar en estas condiciones. El suelo pavimentado se está encharcando y en los regueros de agua que lo surcan empiezan a reflejarse los nubarrones que cubren el cielo. Dos operarios van corriendo de lado a lado, tapados con un impermeable amarillo, la capucha y unas botas de goma. Estoy sentada en el asiento 12F del avión, a la espera de que los últimos pasajeros entren para despegar cuanto antes. Por la zona de las primeras filas, en mitad del pasillo, se ha detenido un hombre para colocar tranquilamente su maleta en el compartimento superior, lo que ha provocado un atasco con los pasajeros de detrás. No entiendo por qué la gente se comporta de una manera tan extraña cuando viaja. Es como si no hubiera término medio: o van con prisa y estresados a todas partes o se lo toman con la mayor calma del mundo.

Mientras me abrocho el cinturón de seguridad, observo las caras de enfado... y eso me recuerda lo que me espera. Me veo capaz de salir corriendo en cualquier momento, volver a casa y contarles a mis padres la verdad. Ojalá el aparato despegue y no haga nada de lo que pueda arrepentirme, porque ya es tarde para confesar y me vendría bien que cerrasen las puertas para no tener la posibilidad de dar marcha atrás. Me llevo la mano al cuello y empiezo a juguetear con la piedra de mi colgante, dándole vueltas entre los dedos. No puedo evitarlo: cada vez que estoy nerviosa, me tranquiliza palpar su superficie pulida. Dos azafatas salen a ayudar al hombre de la maleta. Hablan con él y, al cabo de unos segundos, se la llevan al fondo del avión, donde hay mucho más espacio. Los demás pasajeros suspiran con alivio y se apresuran hacia sus asientos. A mi lado se acomoda una pareja bastante joven con un bebé que, por suerte, está dormido. Espero que no se despierte; el llanto de los niños me da siempre dolor de cabeza, en especial cuando estoy tensa. Ambos se abrochan el cinturón, con cuidado para evitar movimientos bruscos que puedan desatar el caos, y acto seguido sacan una guía turística y un bloc de notas. Miro con disimulo a la mujer, que ahora mismo está hojeando la guía como si buscara algo en particular. Me encanta el color de su melena, de un tono rojizo claro. Llevo muchos años tiñéndome el pelo e intentando que parezca natural, pero siempre me queda demasiado anaranjado o de un rojo demasiado intenso. Por eso, cada vez que veo a una chica que no necesita teñírselo porque es su color de pelo original, me muero de la envidia. De pronto, al pensar en ello, me quedo en blanco porque no recuerdo haber metido los botes del tinte en la maleta. Entre los nervios y las prisas, no estoy segura de llevarlos, pero el equipaje está facturado y no puedo hacer nada para resolver mis dudas. Giro la cabeza y vuelvo a mirar por la ventanilla. La lluvia continúa cayendo torrencialmente, aunque ya no se ven relámpagos. Las gotas forman una pequeña cortina de agua que emborrona el paisaje y siento un repentino malestar al ver los charcos que se agrandan de forma incesante, como en un mal augurio del sitio al que me dirijo. Saco el móvil y envío unos últimos mensajes a mis padres y a mis amigas. Me había preparado un documental para verlo en el trayecto, pero creo que no estoy de humor para teorías conspirativas sobre alienígenas. Cada vez que pulso una letra en el teclado para despedirme de ellos, me asalta la idea de que yo no debería estar aquí, de que este viaje no tiene ningún sentido. Me muerdo el labio para reprimir la rabia y las ganas de llorar mientras la pantalla del móvil se vuelve negra. Luego lo guardo en el bolsillo externo de la mochila, estiro un poco las piernas y respiro hondo para contener las lágrimas que se me empiezan a formar en los ojos: no me puedo permitir llorar ahora. Este viaje me tiene que servir para olvidarme de las últimas semanas, para pasar página... Me paso las manos por la cara y me masajeo las sienes, intentando asimilar, de una vez por todas, lo que me espera cuando aterrice en Infinite.


Ema libro IWhere stories live. Discover now