Capitulo 2.

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Izan

Aguanto la respiración unos segundos más y saco la cabeza del agua. El sonido del exterior retorna por unos instantes y se amortigua de nuevo cuando me sumerjo. Fuerzo unas brazadas hasta el final de la calle y freno bruscamente. Apoyo los pies en un pequeño saliente que hay en el borde de la piscina mientras recobro el aliento con fatiga. Deben de ser ya las ocho, porque la luz que se cuela por las ventanas ha ganado intensidad. Echo un vistazo al reloj que hay al otro lado del polideportivo: todavía falta un cuarto de hora, así que me permito descansar unos segundos y hacer un último recorrido antes de salir. Doy media vuelta y me impulso con las piernas para nadar lo más rápido posible. Suelto el aire que acumulan mis pulmones y disfruto de la sensación de libertad que me da gastar toda mi energía en cruzar de lado a lado la piscina. Durante un rato, la presión de las gafas y del gorro se desvanece y sólo quedamos el agua y yo. Lo que me aguarda más allá de la puerta del gimnasio desaparece con cada brazada que doy, con cada bocanada de aire. Llego al final de la calle y giro para repetir el camino en la dirección contraria. Al cabo de unos minutos, noto una molestia en el hombro derecho por la fuerza con la que me impulso. Sin embargo, la ignoro. Nadar es mucho más que mover el cuerpo para seguir avanzando. Es un medio de desconexión cuando todo a tu alrededor parece ir demasiado rápido.

Un portazo en la habitación contigua me despierta de golpe. Doy un respingo en la cama y murmuro, todavía a medio camino entre el sueño y la vigilia, molesto con mi compañero de piso. Estoy harto de escuchar todos los días a Roger haciendo lo mismo una y otra vez, aunque me ignora cuándo se lo recuerdo. Siempre que madrugo para ir a nadar, me cuesta conciliar el sueño a mi regreso. Es muy temprano para hacer cosas, pero muy tarde para dormir un par de horas más... No obstante, hoy estaba tan exhausto que no he podido evitar acostarme. Doy media vuelta en la cama, cierro los ojos, rehuyendo la luz matutina de Infinite, y me tapo con el edredón. Me encanta quedarme envuelto así, ajeno al frío del exterior; es casi como cuando estoy nadando en la piscina y no hay nadie más ahí. Permanezco unos segundos en silencio, concentrado en dormirme, pero enseguida compruebo que no voy a conseguirlo. Alargo el brazo hacia la mesilla de noche para coger el móvil y, nada más tocarlo, la luz de la pantalla me hace cerrar los ojos por lo alto que está el brillo. Pestañeando atolondradamente, aprieto de nuevo el botón del iPhone para ver qué hora es: casi las diez. Debería salir de la cama y empezar a ser productivo. Bufo y me estiro entre las sábanas todo lo que puedo, pensando en la colleja que voy a darle a mi amigo por ser tan ruidoso. Pero no tengo ni que levantarme para ver a Roger: justo en ese momento, abre la puerta de mi cuarto y echa a andar a zancadas hasta donde estoy tumbado.

— ¿Qué haces? —farfullo de manera incomprensible, girándome otra vez. — Izan, ¿aún no te has levantado?

—¿Qué pasa? —Me froto los ojos mientras me siento en el borde de la cama. Pese a las gafas, siempre se cuela algo de agua y se me irritan con el cloro.

— ¡Tenemos la sesión de fotos en veinte minutos! — ¿QUÉ?

Roger busca el interruptor de la luz y la enciende, cegándome por segunda vez. No me hace falta mirarle a la cara para saber que está cabreado. — ¡Para Teen Vogue! ¡La revista! ¿Hola? ¿En serio se te había olvidado? ¡Te lo recordé ayer! —exclama con su inconfundible acento escocés.

—Mmm... —murmuro agobiado, dejándome caer de espaldas en el colchón—. Pensaba que era mañana, joder. —Venga, tío, sal de ahí.

—Se acerca y me arranca el edredón—. Ponte cualquier cosa... Te espero en tres minutos en la puerta, ni uno más. Si no estás, me largo sin ti. Roger sale chasqueando la lengua, sin disimular su enfado. No me puedo creer que se me haya pasado que la sesión de fotos era hoy. ¡Estaba convencido de que teníamos que ir mañana! Maldigo entre dientes mientras salgo de la cama y me paso la mano por la cabeza. Si me hubiera acordado de que era hoy, habría ido a nadar otro día y mi pelo no estaría áspero por el cloro. Menos mal que allí nos arreglarán para las fotos; si no, Alice se enfadaría bastante. Como nos van a elegir también la ropa, no me esfuerzo en vestirme: escojo la primera camiseta que encuentro en el armario y unos vaqueros. Entretanto, bostezo, aún adormilado. Quizá no haya sido tan buena idea echarme a dormir después de nadar... Ahora estoy todavía más cansado. Oigo a Roger gritarme desde el piso de abajo, repitiéndome que llegamos tarde y amenazándome con irse sin mí, así que me calzo a toda prisa, cojo el móvil, la cartera y las gafas de sol y bajo corriendo las escaleras. Él ya está fuera con la puerta abierta y las llaves en la mano. —Ya voy, tío —le digo, rematando la frase con otro bostezo. — ¡El coche está esperándonos! Venga, cierra, Bella Durmiente. 

Ema libro IWhere stories live. Discover now