capitulo 3.

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Denna

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Denna

Cuando el avión aterriza en Infinite a las diez y media, hora española, sigo mirando por la ventanilla. Es lo que he hecho durante casi todo el viaje desde que despegamos. Necesito sacarme de la cabeza el nombre de Izan y cualquier cosa que tenga que ver con él, pero, por más que me empeño, acude a mi mente automáticamente, como un resorte. Todos mis esfuerzos son en vano: es imposible pensar en esta ciudad y no asociarla a él. Izan y Infinite son dos cosas que van juntas... O, por lo menos, así ha sido durante los últimos meses. Espero desganada a que los pasajeros salgan. No tengo ninguna prisa en pisar la ciudad que va a ser mi casa los próximos meses, así que no me quito el cinturón hasta que sólo quedamos cinco o seis personas. Echo un último vistazo por la ventanilla y suspiro, entrecerrando los ojos. El tiempo aquí es similar al que he dejado atrás en Alemania: otro de los motivos por los que no debería haber venido a esta maldita ciudad. Cojo mi mochila y echó a andar hacia la tripulación, que a la salida se despide cordialmente de mí y me desea que vuelva pronto. Ojalá pudiera. Ojalá no hubiera tenido que coger este vuelo.

Les fulmino con la mirada, a pesar de que sé que no se merecen cargar con mi mal humor, y camino por la pasarela que lleva al aeropuerto. Como todo el mundo ha salido antes, me demoro casi veinte minutos en la fila del control de pasaportes hasta que por fin llego a la sala de las cintas de equipaje con la esperanza de que mi maleta no se haya extraviado. No sería la primera vez que me ocurre algo así: en un par de ocasiones, me quedé esperando más de una hora hasta que fui al mostrador de la aerolínea a reclamarla. Y en ambos casos no volvió a aparecer nunca más. Me siento unos metros más allá de la cinta número nueve, la que corresponde a mi vuelo, y subo los pies a la silla para apoyar la cabeza en las rodillas. Doy vueltas a la piedra que cuelga de mi collar, nerviosa. Debería encender el móvil, cambiar la tarjeta por una que contraté por Internet para tener conexión en Infinite y avisar a mi familia de que he llegado, pero ya lo haré cuando esté en la residencia. En este momento, ver algo positivo en la situación me exige tener la mente en blanco. Tras un minuto intentándolo, mi táctica no surte efecto y vuelvo a dar vueltas en un círculo vicioso. No me puedo creer que esté ocurriendo esto. No sé por qué no les he contado la verdad a mis padres, el motivo real por el que decidí aceptar una beca para pasar aquí el último año de carrera. Ni yo misma sé la respuesta a esas cuestiones. Lo que sí que tengo claro es que el culpable de que me encuentre ahora mismo en el aeropuerto de Infinite y vaya a alojarme en esta ciudad hasta julio tiene nombre y apellido: Izan Kent 

Ema libro IWhere stories live. Discover now