Las pruebas

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CAPITULO UNO:

Veía mi casa, veía el porche, o al menos lo que quedaba de él a lo lejos de la destrozada carretera. Sí, veía lo poco que quedaba de mi pasado y allí me dirigía, cansada pero a la vez nerviosa por saber que sería mi ultima noche allí.

Mi nombre es Alazne una chica de 18 años que había sido testigo y víctima de una guerra de grandes dimensiones: la tercera guerra mundial.

Mis padres murieron en esa masacre, y por eso mis tíos me cuidan, hasta hoy. Esto se debe a que a petición del nuevo gobierno, los supervivientes menores de 21 años, deben ir a unos internados llamados kilkstem, en los que a los 18 años son preparados para que al cumplir los 19 realizasen una prueba y así demostrar si son lo suficientemente fuertes, inteligentes y valientes como para seguir con vida.

Si no superas esta prueba en el tiempo determinado te matan, sin miramientos, sin ningún escrupulo, como si la guerra no hubiese dejado atrás suficientes victimas, como si tan solo fuesemos ratas de laboratorio, eso claro está, si no mueres realizándola.

Según el nuevo gobierno esta prueba es indispensable ya que si en un futuro se avecina otra guerra similar necesitarán a jóvenes fuertes y capacitados para todo.

 
Mi tía Anne es la única persona que tengo en este mundo, mi tío se pasa todos los días y casi todas las noches trabajando en los kilkstem por obligación del gobierno. ¿Por qué a él? ¿Qué le vieron? Son preguntas que me planteo cada vez que le veo llegar a casa agotado, sin ganas de nada...

Su mayor felicidad es cuando al abrir la puerta de casa estamos mi tía y yo, sanas y salvas, durante al menos un día más.

Mi tía me conto que le cogieron por ser uno de los pocos soldados que participaron en la guerra y que afortunadamente salieron vivos de ella.

Su trabajo no es muy complicado, mi tío es un timer, tambien conocido como guardian del tiempo. Resulta logico el nombre que tienen este tipo de trabajadores, ya que en la situación en la que estamos el tiempo es uno de los bienes más preciados.

Su tarea consiste en vigilar a los adolescentes que internan cada año durante toda su convivencia y hasta el mismo día de su prueba (si es que tienen la suerte de llegar a ese momento)

Los timers tienen otras funciones también, como es la de recoger a los chicos y chicas en sus casas para llevarlos a los kilsktem.

Cuando por fin llegué a casa lo primero que hice al comprobar por la ventana que mi tía estaba dentro, fue sentarme en el porche.
Los tablones estaban destrozados y crujían con mis movimientos pero era el único sitio donde podía pensar a gusto.
Mis brazos, mis piernas y mis manos estaban sucios, el agua es un bien muy escaso desde hace tiempo y solo contamos con una pequeña cantidad a la semana por lo que no nos da para llevar una buena higiene.

Después de quedarme un tiempo mirando a la gente pasar, a los niños pequeños corretear de un lado a otro con juguetes improvisados y ancianos sentados en un banco dándoles de comer a las pocas aves que había, me levanto y me dispongo a subir a mi cuarto, la casa no está en muy buenas condiciones, apenas tenemos muebles y a la escalera le faltan varios peldaños pero podemos sentirnos afortunadas de tener algo.

Me cuesta subir la escalera pero cuando lo consigo me tumbo en la cama con la esperanza de poder descansar antes de que vengan a por mí.

 No tengo que hacer la maleta ya que todas mis cosas las había perdido durante la guerra, además aunque me hubiese querido llevar algo, una vez allí te registran el poco equipaje que lleves y se quedan con la mayoría de las cosas. Lo único que necesito es mi colgante, se trata de una pequeña piedrecita brillante que me regalaron mis padres cuando tenía diez años y el anillo que me dio mi padre un par de horas antes de ser asesinado, era su alianza de matrimonio.

Siempre llevaba ambas cosas conmigo y perderlas para mí sería como perder lo poquito que me quedaba de ellos, y eso si que no podía permitir que pasase.

 
Me quede mirando el colgante y me vinieron muchos recuerdos, en aquella época solo tenía que preocuparme por ser la ganadora en todos los juegos, de ir al colegio y de pasar todo el tiempo que pudiese con mi mejor amiga. ¡Qué inocente era yo con 10 años!

 
En ese momento un escalofrío me recorrió el cuerpo y es que hacía ya casi 6 meses que no veía a mi mejor amiga, Crystal.

Crystal y yo no nos parecíamos en nada en cuanto al físico se refería ya que Crystal era pelirroja, con unos rizos envidiables, que yo siempre había querido tener, sus ojos tenían un color azul verdoso y era un poquito más baja que yo.

En cambio, yo tenía el pelo castaño claro, en ocasiones un poco ondulado pero casi siempre encrespado, por lo que intentaba alisarmelo como podía.
Tenía los ojos marrones y le sacaba 2 o 3 centímetros de altura.

Pero aunque Crystal y yo no fuésemos idénticas en rasgos, éramos amigas desde que empezamos el colegio y siempre la había considerado mi alma gemela, la había considerado como la hermana que nunca tuve. La quiero tanto… que si la hubiese pasado algo nunca me lo perdonaría.

Crystal tenía un hermano mayor, Tyson, sus padres habían muerto cuando ellos dos eran pequeños y desde entonces Tyson era lo único que tenía. Si él hubiese muerto en la guerra ella probablemente estaría casi muerta.
Pensar que mi mejor amiga podía haber fallecido y que yo dentro de poco estaría interna en un horrible mundo compuesto por pruebas y entrenamientos me hizo temblar de miedo e incluso llorar. Aunque me resultaba imposible intenté dejar de pensar en todo aquello y decidí dormirme un rato.

 
Me desperté desorientada, y con la cara bastante hinchada, debí quedarme dormida entre llantos. No sé cuánto tiempo habrá pasado pero al menos había conseguido descansar. De repente, escuché unos ruidos en la planta baja y supuse que mi tía estaría acabando de preparar algo para cenar.

Decido colocarme un poco el pelo, y lavarme la cara para bajar a pasar mis últimos momentos con ella. Al bajar las escaleras veo a mi tía llorando desconsoladamente con el teléfono en la mano, lo cual es algo bastante raro, porque nunca nos llaman ya que no tenemos a nadie que lo haga.

Me siento en una de las viejas sillas del comedor e intento hacer una selección sobre quien puede ser pero solo se me ocurre una cosa y no me gustaría que fuesen ellos precisamente. Pasan cinco minutos que a mí se me hacen eternos y mi tía termina de hablar.

-Está todo bien Alazne- me dice con una voz que no sonaba nada convincente- de verdad, está todo bien.

Sabía que me estaba mintiendo y entonces una rabia que no era propia de mí me empezó a recorrer de la cabeza a los pies, esto se debía probablemnte a los nervios de mi partida, a dejar lo poco que me quedaba de vida atrás, pero principalmente era porque incluso en momentos como este me seguían engañando. Desde pequeña me habían estado ocultando cosas para no hacerme ¨daño¨, pero lo que ellos no sabían es que me dolía mucho más que me mintiesen a que me dijesen la verdad por muy dura que fuese.

-Tía ¡basta! no soy tonta, deja de ocultarme cosas, ya no soy una niña.

-Alazne cariño no quiero que sufras- responde mi tía con un tono apagado.

-¿Sufrir? ¿Más aun?, tía por dios mis padres han muerto, me van a mandar a un internado que probablemente sea mi final, no tengo noticias de mi mejor amiga desde hace meses y aun así sigues empeñada en ocultarme cosas por miedo a que sufra. Me dices que no pasa nada cuando tu estas aquí llorando y con la ropa llena de sangre. ¡Cuéntamelo ya! –la grité diciendo todo lo que sentía, pensando que después de soltarlo todo me sentiría mejor, pero me arrepentí cuando al acabar vi que no era así.

 
Al ver como la cara de mi tía se ponía tan seria mi primer pensamiento es la bofetada que me puede dar, y que bien merecida me tengo por esa reacción. Pero mientras se acerca a mí observo como le tiembla el labio inferior y al abrir los labios una voz acongojada sale de su boca para emitir unas palabras que efectivamente me hacen muchisimo daño -Alazne, es tu tío.

Intento analizar su respuesta, pero siento como un terrible nudo se forma en mi garganta, me empiezan a doler los ojos de la presión de mis lágrimas y lo último que recuerdo es desplomarme en el suelo y perder el conocimiento.

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