James

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Ojos dorados. Pelo café alborotado. Mirada divertida. Amplia sonrisa. Buena estatura. Todo un James.

Si nunca me hubiera sucedido el accidente seguramente estaría recordando cuan enfadada estaba con el, cuan furiosa y explosiva estaba en mis recuerdos.

Pero en ese preciso instante solo podía pensar en cuan enamorada estaba de él.

Creo que empezé a babear porque él y la chica me preguntaron al unísono.

- ¿Anne?

- Yo... Estoy confundida. -creo que mi respuesta no tuvo mucho sentido, ya que... ¿ellos deberían estar confundidos? ¿Yo?

Por la cara de él pasó un rastro de susto. Me asusté, y me puso a dudar.

- Yo... No debí haber dicho eso... Yo... No debería estar aquí. -cerré la puerta del casillero muy fuertemente. Al instante me arrepentí de haberlo hecho. Trataé de caminar los más digna posible alejándome.

- No.

Me paré.

- ¿Ah? -balbuceé una especie de sonido en forma de pregunta.- ¿Cómo qué no? -en parte también estaba enfadada con esa respuesta.

- Perdón. No quise decir eso es solo que... 

- Sí... Cuándo estés seguro me avisas ¿ok? -di media vuelta y empeze a caminar al los baños. No sabiá si a llorar o si a lavarme simplemente las manos.

***

Al llegar abrí la puerta furiosa. No sabía muy bien el por qué, pero seguramente era porque no podía comprender que James me hubiera reemplazado y caído tan bajo.

Diciendo tan bajo me refiero a la chica junto a él. La conocía: Paige Dallas. Típica rubia, alta, delgada, casi perfecta para los tontos de mi escuela. Siempre que rondaba por los pasillos a todos los interesados se les iluminaba la cara y millones de chicas trataban de hacerse su mejor amiga. Todo el mundo la temía, excepto algunos valientes. Sinceramente, no me sentía intimidada, pero casi siempre trataba de evitarla. A dónde quiera que fuera, esa chica siempre traía problemas...

Me situé frente a un lavabo del centro y me miré al espejo. Retomé el aliento perdido en el trayecto corrido desde mi casillero hasta el baño. Lentamente empesé a evaluar el baño pieza por pieza, recordando. De repente me di cuenta que todos los libros que se me habían caído (y necesitaba...) los había vuelto a meter en el casillero por el apuro.

- ¡Aaagh! -resoplé golpeando el labavo del baño.- No puede ser...

- ¿Qué no puede ser..?

No, no, no, no. Esa voz no otra vez. 

Tomé aire lenta y profundamente. Cerré los ojos. Exhalé el aire. Abrí los ojos, y me di lentamente la vuelta.

Ahí lo vi. Apoyado en el margén de la puerta del baño de chicas. Mirándome fijamente, pero al mismo tiempo con una dulce sonrisa dispuesta a ayudar. Quise correr a abrazarlo y preguntarle por qué anduvo con otras chicas mientras no estuve en la escuela, por qué no llamó... Pero en lugar de eso, me contuve. Me contuve y le pregunté cansada.

- ¿Qué quieres ahora, James?

Así que ahí estaba. Mirándome. Fijamente. Sin parpadear. 

Se acercó decidido y sin vacilar.

- Este... yo... -dije nerviosa.- creo que no puedes estar aquí -continué, al ver que una chica, extrañada, me hacía señas en forma de pregunta.

- Lo sé -comentó despreocupado mirándome, aún, con su mirada entornada a través del espejo.

Me invadió una oleada de furia por dentro al oír sus serenas palabras. Estaba enfadada por no preguntarme nada sobre mis estado (físico y emocional), enfadada por ni siquiera mirarme directamente a los ojos, enfadada por no correr a besarme al instante.

- ¿Qué haces aquí? -pregunté cortantemente.

- Yo... -empezó.- Bueno, ya sabes...- fue su respuesta instantánea. Empezó a mirar el piso (cosa que me enfado aún más), como si tratara de evitar mi mirada por primera vez en el día.

- No. En realidad no lo sé.

- Yo... Vine aquí a... Este... -inició vacilante.- Yo vina aquí a pedir disculpas -terminó por fin.- Yo... Lo siento mucho, Annie.

Él subió esa mirada que tanto me hipnotizaba hasta la altura de mis ojos y con su mano izquierda se hizo su cabello color tronco a un lado.

Sentí nuevamente el impulso de correr a sus brazos, de besarle, de sentirme segura otra vez entre sus brazos. Pero algo me decía que no debía sucumbir ante sus encantos, que si lo hacía volvería a salir herida de esta.

Enserio luche. Más de lo que mi fuerza de voluntad puede hacer. Pero caí. Caí y caí.

- James... -murmuré tembloroza.

- Ven aquí, Annie.

Corrí. Corrí hacia sus brazos. Él me abrazo, y por un segundo pude sentir que en el pasado habíamos sido felices. Luego, él se separó de mí sin brusquedad y levantó mi mentón lenta y suavemente. Me obligo a mirarlo a los ojos, y me acarició le mejilla, como una madre acaricia a sus hijos, con una real ternura. Su mano subió por mi lacio pelo y bajó otra vez para termina en mi mandíbula. Nuestras frentes se tocaron. Acercó su nariz hacia la mía para crear un suave y cariñoso roce. Pude sentir su respiración, hasta que sus labios se toparon con los míos. Aún tenían ese sabor a té con miel que recordaba. Al principio sus movimientos fueron tímidos, para luego terminar en un apasionado y dulce beso. Cuando nos separamos por fin, murmuraba palabras de amor a mi oído.

- Oh, Ann, no sabes cuanto te he extrañado.

- Y yo a ti... James -logre susurrar.

- Te amo. -menciono, y volvió a besarme con suavidad.



Al despertar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora