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Gracias al cielo.
Suelto un largo suspiro, larguísimo, eterno.
—Creí que eras un... Olvídalo.
—¿Un?
—Olvídalo. No quería sonar discriminadora. Sólo me había confundido.
No me gusta discriminar a la comunidad robot ni a la comunidad cyborg pero la idea de estar con una persona que es 100% una máquina me produce un poco de escalofríos, quizá no estoy preparada para ello. Es probable que Amanda haya tenido razón y en efecto, soy una retrógrada.
Matthew capta mi preocupación y me señala una plaza que hay cruzando la calle.
—Ven—dice y me ofrece una mano.
Quizás él no lo entienda por su condición de Savant, ni siquiera sé bien qué características específicas hacen a un Savant pero supongo que tomarle la mano a una chica, ser insoportablemente sexy y no captar que esa chica se derrite por ti, puede que sea una de ellas.
Así que acepto.
Tomo una de sus fuertes manos y cruzamos la calle hasta llegar al parque. Nos sentamos en el verde césped que seguramente ha crecido con semilla transgénica potenciada (puesto que este césped no existía hace dos días atrás) y Matthew se ubica demasiado cerca de mí. Demasiado. El fresco perfume a limón se me clava en la cabeza como una droga irremediablemente adictiva.
Diablos. ¿Será esto lo que te provoca El Deseo más allá de lo fisiológico? Hummm, no en verdad. El efecto de la pastilla es mucho más desesperante y te hace sentir que fuese el fin del mundo.
Pero después de todo, el amor se trata de eso: Una persona que te hace sentir como si fuese el fin del mundo.
Lo escuché en una película pero ahora mismo puedo sentirlo en carne propia. Quisiera que un meteorito nos reviente pero estoy mirando a los ojos al chico de mis sueños a menos de setenta centímetros de distancia.
