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Draco Malfoy se encontraba de nuevo en la oficina de la mansión, escribiendo en un pergamino una carta para uno de los socios de su familia que había accedido a continuar los negocios que llevaba anteriormente con su padre con el menor de los Malfoy. A pesar de su edad, el chico era alguien astuto y bastante bueno para los negocios. Todo hasta el momento había podido mantenerlo a flote de manera impecable, aunque afuera de las paredes de su casa las voces dijeran que el apellido se mantenía con cierto prestigio gracias a que el muchacho utilizaba magia oscura.

Reverenda estupidez.

Eso ni siquiera tenía sentido.

Al terminar de cerrar una nueva inversión, Draco sonrío con autosuficiencia. Selló la carta luego de revisarla al menos por quinta vez y llamó a Krizall, una linda y agradable elfina que parecía atenderlo a él y a su madre con gusto.

-¿El amo llamó a Krizall? -el rubio asintió con una sonrisa, y ella se acercó para tomar la mano que el muchacho le tendía.

-¿Cómo estás, Krizall? -pudo ver el brillo en los ojos altones de la elfina y como una sonrisa se curvaba en sus labios, ella ladeó levemente su cabeza, haciendo que sus orejas se moviera un poco también.

-¡Bastante bien!, ¿cómo está el amo Malfoy? -su chillona voz sólo hacía notar una felicidad que el chico no entendía, ella parecía gustosa de su trabajo. Ve Merlín a saber por qué.

-Bastante bien también, Krizall, muchas gracias. -ella se inclinó exageradamente, su punteaguda nariz casi rozaba el suelo-. Ya te he dicho que no hagas eso, le hace mal a tu espalda -rápidamente se recompuso, irguiéndose. Y él le tendió el sobre sellado que tenía en las manos-. ¿Podrías enviar esto, por favor? Es importante. -y luego de que ella asintiera y segundos después desapareciera de la oficina, Draco se levantó de su silla y salió acomodándose el traje que llevaba puesto. Aquel día, igual que todos los domingos, recorrería con su madre los jardines de la mansión y le ayudaría con algunas de las flores.

Ya había pasado una semana exactamente desde que Harry Potter le había visto en Hogsmeade.

La verdad, le asustaba el hecho de que el chico de oro le viera desaparecer después de haber quemado la mitad de los focos de una calle y no le haya recriminado nada.

Nada.

Ni siquiera una carta. O una advertencia. ¡Un bombarda! ¡Nada de nada!

Se sentía como aquella vez cuando tenía cinco años y había roto uno de los platos favoritos de su madre enfrente de sus narices. Claro que no había sido intencional, él sólo quería verlo más de cerca y al ponerse de puntas para tomarlo se había caído al suelo. ¡Pero esa no era la cuestión! Sentía el mismo pánico porque algo le decía que sería castigado.

Aquella vez su madre le había quitado su escoba de juguete, esa que tanto le gustaba y con la que había aprendido a volar. Pero esta vez era algo más allá.

Draco no había roto un plato, sino que había hecho explotar como diez farolas en una calle del pueblo.

No le quitarían su escoba favorita, quizá le quitarían su libertad o su casa. Incluso peor, le quitarían a su madre.

El tan sólo pensarlo le hizo bajar los colores, si es que aquello era posible, y antes de poder darse cuenta. Tenía a su madre poniendo una de sus manos sobre su frente para verificar que estaba bien.

-Dragón, ¿pasa algo? -la voz alarmada de su madre le sacó de sus pensamientos y negó con la cabeza saliendo de su pequeño trance. Su respiración se había entrecortado, y con la mirada bañada en miedo bajó sus orbes apenas un poco para observar a su madre. La escudriñó por completo, el cómo sostenía su rostro con sus delicadas manos buscando indicios de que algo malo sucedía, la manera preocupada en que le miraba, el cómo había subido una de sus manos para acariciar su rubio cabello. Y suspiró aliviado antes de dejar un corto beso en su frente. Su madre estaba ahí, con él, y nadie le volvería a hacer daño, no mientras él viviera.

Boulevard of Broken Dreams || Drarry.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora