Prólogo.

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Eran las tres de la mañana, hora habitual en la que Draco solía levantarse para dar su paseo diario. Se levantó de la cama de forma tranquila, demasiado para alguien que cargaba consigo un peso del tamaño con el que él lo hacía.

Estaba más jodido de lo que él admitiría jamás. Después de todo, su orgullo Slytherin aún estaba intacto. Y, para él, todo estaba bien.

La Malfoy Manor se sentía más grande y vacía de lo que antes lo había sido, aunque en la habitación contigua su madre se hallara durmiendo.

Él no tenía idea de cómo habían podido conservar la casa, pero tenía la pequeña corazonada de que tenía que ver con la persona que había logrado salvarlo de una vida en Azkaban. A él y a su madre.

Y claro, ¿quién se opondría a las palabras de Harry Potter?

Dejando aquellos pensamientos fuera de su mente, tomó el iPod de la mesita de noche junto a su cama, un aparatito muggle que había adquirido luego de un pequeño viaje a Francia junto a su madre, para sacar un poco de dinero de su cuenta en aquel lugar, la única que el Ministerio no había podido arrebatarles. Era cierto, ya no contaban con aquellos lujos exorbitantemente caros, pero tenían lo necesario, y para Draco, eso estaba bien.

Luego de ponerse los audífonos y acomodar su gabardina negra, salió de la casa.

Miró las rosas que su madre cuidaba con tanto esmero en los jardines delanteros. Él sabía que su madre no estaba bien, al igual que él, pero poco sabía sobre cómo hacer que se sintiera mejor. Aunque, ella parecía aliviada y un poco feliz, o al menos un poco menos triste, cuando él estaba a su lado. Y era reconfortante, saber que ambos se sentían vacíos, pero que no estaban solos. Porque se tenían el uno al otro.

Puso play a la música y metió el iPod a un bolsillo en la parte interna de su gabardina, para luego meter sus manos en los bolsillos externos de la misma. Ni los guantes, o el gorro, ni siquiera la gabardina lograban amortiguar el frío que le calaba hasta los huesos. Y se impregnaba en lo más profundo de su alma.

Salió de los límites de la mansión, y comenzó a caminar hacia el pueblo. A esas horas estaba desierto, quizá por eso le gustaba pasearse por allí en la madrugada.

¡Mortífago!

¡Traidor!

¡Escoria!

¿Cómo es posible que continúes con vida?

Negó con su cabeza, intentando alejar las voces que oía, recordándole constantemente las palabras que le decían. Los golpes eran lo de menos, él no era un excelente pocionista por nada. Sin embargo, no había nada que le hiciera amortiguar los golpes... ¿Cómo le llamaban los muggles?¿Psicológicos? Sí, eso.

No hay nada bueno que pueda esperarse de alguien que estuvo del lado del Señor Tenebroso.

No sabía que había ocurrido con el chico al que no le importaba lo que dijeran de él, pero eso había cambiado.

Muchas cosas habían cambiado.

Le gustaba salir por la madrugada a deleitarse con la vista del pueblo porque así nadie le agredía con palabras. Dejaba de ser Malfoy, dejaba de ser un mortífago bien (o algo así) librado, dejaba de ser todo lo malo que los demás decían. Y simplemente era Draco.

Frenó sus pensamientos cuando una canción en específico sonó en su iPod, Boulevard of Broken Dreams. Una canción de una banda muggle a la cual se había vuelto ciertamente adicto, con esa canción más que con cualquier otra. Y es que describía el como se sentía a la perfección, y ello le tranquilizaba. Le traía calma el saber que había personas, posiblemente mágicas y no mágicas, que también se sentían como él, y pensaba que ello estaba bien. Porque si no le pasaba sólo a él, entonces eso estaba bien, porque era normal. ¿O no?

Boulevard of Broken Dreams || Drarry.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora