Trabajo

14 0 0
                                    

Evelyn caminaba por las tiendas de Venecia con la mirada distante, su cabello rubio despeinado y su rostro sin maquillar llamaba la atención de los hombres a su alrededor, la miraban como si fuera un pintura, maravillosa y abstracta, pero sus pensamientos eran lo contrario, confusos, odiosos y repulsivos.

Mientras caminaba recordaba. Recordaba con lástima a su hermana menor. Una niña risueña, de unos ojos negros grandes y curiosos, de cabello marrón y piel pálida. Pensaba en su dulce risa y como todo a su alrededor era alegre.

—Clarissa... —susurro sin darse cuenta.

Cuando Evelyn era una pequeña niña de diez años llegó a su hogar su hermana Clarissa. Su padre de origen americano la había traído una mañana de Junio enrollada entre unas mantas blancas, la primera impresión de Evelyn al ver a un bebé fue que eran feos. Pero entre esa fealdad, donde son seres de piel rojisa por el sol y con una delicadez extrema sintió como en su pecho crecía un sentimiento dulce, de protección y preocupación. La tomó en sus brazos a escondidas de su padre y la arrullo con suma delicadeza.

—Su nombre es Clarissa, como su madre—comentó el padre.

Mamá no se llama Clarissa papá —refutó confundida la pequeña.

Si, su mamá se llama Clarissa, mi verdadera esposa —respondió divertido por la suspicacia de su hija—. Como tú sabes hija, tu y Matilda son mi secreto.

—¿Pero podré ver a mi hermana Clarissa? —preguntó con cierto temor.

Claro Evelyn, sólo si trabajas bien para papá, así tu hermana tampoco tendrá que trabajar —dijo con una mirada oscura en su rostro—. Por cierto ¿Como va todo en el local?

—Todo va muy bien papá, creo que pronto podré ir al colegio, pues yo gano mas dinero que cualquier chica en el lugar —respondió con emoción.

No lo creo cielo, si tu entras a estudiar, Clarissa tendrá que trabajar en tu lugar, tu no quieres eso ¿o si?

—No... Pero... Es que... A mi no... Me gusta trabajar...

La niña fue interrumpida por una fuerte bofetada que resonó por toda la casa, la niña no se quejó, sólo guardo silencio y miro a su padre con atención.

Evelyn, tu sabes que odio golpearte, pero lo hago por amor, es para que entiendas que... Que... Que si te gusta vender o no vender tu cuerpo, no es importante, tu eres el ejemplo de esta niña, tu vas a ser su modelo a seguir ¿serias tan egoísta de hacerla sufrir lo que tú sufres?

La niña pensó atentamente lo que decía su padre, y tenía razón, ¿Quien era ella para desobedecer a sus padres? ¿Acaso su opinión era siquiera relevante para que ella dejara de trabajar? ¿No era este su destino que tantas veces su madre le dijo? Ella era producto de una infidelidad, por lo tanto, era un bastardo, y como la vida le había enseñado de la manera más cruel, ella no tenía opinión, no le quedaba más que aceptar los hechos y seguir viviendo.

No padre, Clarissa merece una vida feliz, ella no es un monstruo.

—Me alegra que digas eso cariño, ahora, deja a tu hermana en la sala, quiero que me consientas un rato —tomó a Evelyn de la muñeca y la niña obediente dejo al bebé en el sofá y siguió a su padre hasta la recámara principal, sin titubear, sin temor ni rencor, sólo respiraba, y hacia lo posible por seguir viviendo.

Evelyn sacudió su cabeza tratando de alejar aquellos recuerdos que la irritaban, miro por primera vez el lugar en donde se encontraba y lo vio. Como salido de una película de dioses reconoció a Abel.

Este la estaba mirando con diversión en sus ojos y se acercó a hablar con ella.

—Asi que estabas mirando un sexshop... No me lo esperaba de ti, dulzura —murmuró divertido  señalado el local del cual acababa de salir Evelyn.

—¿¡Eh!? —chilló avergonzada—. T-te equivocas, yo s-solo estaba...

Abel la tomó de la cintura y la acercó hacia el y le susurró en el oido.

—Tranquila, tu no necesitas nada de eso, el solo verte ya nos pone a todos —le dio un dulce beso en la mejilla y escondió su cabeza en su cabello disimulando el olfatearlo.

—Abel, ¿terminaste de olerme?—preguntó divertida evitando su sonrojo.

—Dejame sólo un momento más... —murmuró tratando de ocultar su fascinación por su aroma—. Listo, ya me siento mucho mejor.

Evelyn sonrió disimuladamente mientras que Abel no paraba de mirarla como a un postre.

—¿Que te trae...?

—Te invito una dona —Abel la tomó de la mano con delicadeza y la llevo a una tienda de colores pastel donde le compró una dona y la invito a su casa.

Evelyn lo siguió como siempre hacia, después de todo ya se conocían tan bien que el ir a su casa era lo más natural.

—Cuentame, que tal tu trabajo —comentó Abel sentándose en el sillón dando palmaditas a su lado para que ella se sentara.

—Igual de horrendo, pero que se le va a hacer, Matilda es la que me tiene atada a ese lugar y no puedo escapar —cogió la dona entre sus manos y la empezó a devorar con hambre—. ¿Y tu? ¿Que tal tu nueva novia?

—Sinceramente... Quiero terminas ahora mismo con ella ¡Es realmente insoportable! Me llama diez veces al día, sólo para preguntarme qué carajos estoy haciendo ¿Sabes lo incómodo que es estar cagando y que su chillona voz no me deje concentrar?

Una estruendosa carcajada sale de los labios de Evelyn e inevitablemente Abel también se carcajea.

—Quien te manda a salir con esas niñas que son celosas y princesas, eso te pasa por ambicioso —replica ella golpeando suavemente la punta de la nariz de Abel con su dedo índice.

—¡No es mi culpa! —se defiende—. A mi me gusta el dinero, y esas chicas tienen dinero, sólo hay que tener una cara bonita y una gran labia para poder enamorarlas.

—Tienes razón, no hay nada mas fácil de conseguir que el corazón de una mujer desesperada —agrega ella con picardía.

—Lastima que tu no estés desesperada, si no ya estarías conmigo —dice acercándome a ella y tomándola de las muñecas—. Lastima... Te quiero sólo para mí...

—Abel... —susurra Evelyn mirándolo a los ojos—. Tu y yo sabemos que no puedo tener novio.

—Lo se... —Abel se pone encima de ella y susurra en sus labios—. Maldita sea... Lo sé a la perfección...

—¿Por qué no me besas como siempre? —pregunta desesperada por la quietud del muchacho.

—Por que... —un suave y dulce beso en los labios lo sorprende—, Evelyn, estoy malditamente enamorado de ti...

—Abel... Yo también te amo pero...

—No podemos estar juntos porque eso nos separaría —se lamenta y le devuelve el beso con ternura y pasión.

Evelyn sonríe como cada vez que el la besa y enrolla sus brazos en su cuello, cuando se separan para tomar aire los dos son ríen como tontos y unen sus frentes.

—¿Por qué siempre sonríes cuando te doy un beso?

—No sólo cuando me besas, sólo con mirarme como tú me miras, me hace sentir tan... Amada.

Ambos se levantan del sillón y se miran sonrientes.

—¿Que vas a hacer mañana?

—Emilia nos inscribió a Gia y a mi al club de porristas, mañana nos presentaremos.

—¿Emilia no odia a Gia?

—Si, pero finge que le agrada, así puede tenerla vigilada...

—Te deseo suerte.

—Creeme, la necesitaré.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 28, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Dilema de las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora