Capítulo II. La historia.

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Dedicada a AdictaAlChicoDelPan

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Érase una vez, un maravilloso reino ubicado en una mágica isla flotante, rodeado por sinuosas colinas de oblongas cimas, vestidas por densos bosques azules, cuyos follajes se perdían entre las vaporosas nubes

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Érase una vez, un maravilloso reino ubicado en una mágica isla flotante, rodeado por sinuosas colinas de oblongas cimas, vestidas por densos bosques azules, cuyos follajes se perdían entre las vaporosas nubes.

En el corazón del mismo yacía un palacio sin igual de magno aspecto. La tríplice construcción, hecha con materiales cerúleos, compuesta por dos edificios menores, ubicados en los flancos del bloque central más colosal, erguía su apolínea arquitectura celestial, extendiéndose a lo largo y a lo ancho del terreno, circundado por majestuosos jardines vivientes, dorados manantiales, desbordantes cascadas tornasol, y ríos fluctuantes, cuya masa acuosa transitaba en las alturas, contenida en invisibles vías o canales atmosféricos.

Dentro del noble recinto yacía la corte más singular que hubieran percibido los ojos mortales, no solo por su extravagancia, sino también por sus características peculiares.

La nobleza vestía opulentas prendas cargadas de suntuosos detalles y ornamentos, pero probablemente las propiedades más exóticas les llevaban en sus mismos cuerpos.

Sus figuras eran una mezcla perfecta y armónica de rasgos animales y humanos. Y no solo señores conllevaban tales características inusuales; tampoco la servidumbre estaba exenta.

Lo más asombroso, sin duda, era que aquellos atributos estaban relacionados, en parte, con la personalidad de cada habitante del fascinante recinto, como más tarde descubriría un joven artista que había llegado desde las tierras inferiores a la Corte, impulsado por su afán y sus ansias, de conocer uno de los lugares más hermosos y faustos del mundo; pues sus ojos debían apreciar directamente tal gracia, para inmortalizarla en sus lienzos.

En la Corte lo recibieron, algunos con amabilidad y otros con recelo, pero como había llegado con una carta de recomendación "del Maestro", un hombre que era el más talentoso pintor que las tierras bajas y altas habían oído nombrar, se le dió asilo inmediato.

En su primer día en el palacio, el muchacho, ávido de conocimientos y bendecido con el don de la curiosidad, recorrió varios de los multifacéticos espacios que aquel edificio podía ofrecer.

Visitó la Capilla, donde las mismas nubes formaban parte de la decoración del techo, mimetizadas a la perfección con los matices añiles del cielo, y visualizó allí a algunos miembros del Clero, la mayoría con características animaloides caninas o porcinas, que impartían la misa, a otros individuos de atributos ovinos.

Se dirigió luego a la Sala de los susurros, donde miles de voces diferentes viajaban a lo largo del reino, para confluir allí contando algún secreto. Enigmas, que solo llegarían a descifrar los oídos más entrenados y afinados de quienes estaban dispuestos a escucharlos, como era el caso de aquellos hombres lepidópteros y quirópteros, con aspecto de polillas y murciélagos.

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