Aquella mujer que me mintió por tanto tiempo diciendo que era mi madre, se había ido.
Pude verlo en la mañana desde la puerta de mi habitación, había procurado mantenerla entrecerrada para que no me notaran.
En ese instante supe que sería lo mejor, no sería obligada a compartir con esos seres inferiores que fingían formar parte de mi familia, podría encerrarme en la casa del árbol para conversar con mis padres tanto como quisiera.Bajé las escaleras evitando hacer el mayor ruido, me paré en puntitas hasta alcanzar el lector de huellas que se encontraba al lado de la puerta, coloqué mi dedo índice en este para que me dejara salir. Corrí rápidamente hacia la casa del árbol, subí y al llegar cerré mis ojos, intentando transportarme al mundo celestial donde pertenecía junto a mis verdaderos padres... Pero no pude, ¿qué está pasando? Abrí mis ojos y seguía aquí, lo seguí intentando pero no habían resultados. Acaso... ¿Tan imperfecta era?
Volví a mi habitación mientras lloraba, no entendía porque no podía ser perfecta, incluso había dejado de alimentarme lo suficiente para parecerme a un Dios, oculté aquello que me hacía una humana, pero nada de eso servía. Si nada de esto iba a funcionar, entonces haría cosas ordinarias, así mi padre volvería a hablar conmigo por cometer semejante deshonra.
Y frente a mis ojos tenía una gran oportunidad, la que me hizo sonreír por ver a cierta persona en un estado tan débil.—Janis, ¿qué te pasa? —Le pregunté mientras la miraba fingiendo preocupación. Al parecer mi actuación fue muy convincente, porque ella no lo notó. Me senté sobre la alfombra del pasillo cuando ella realizó esa maldita pregunta.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Si a nadie de esta familia le ha importado mi delgadez.
Preferí guardar silencio, esperando que no haya notado mi nerviosismo.
Intenta tomar mi mano mientras insiste en que debería alimentarme.Quizás... Ella si tenga razón y deba comer aunque sea unas galletas.
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Elizabeth © | Libro #13 |
Short StoryLa última hija. Una dulce niña que fue corrompida a causa del rechazo y el dolor. De cabellos claros como la miel y poseedora de una heterocromía que la hacía sentir imperfecta. Todos queremos ser reconocidos por alguien y deseamos que estén orgullo...