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Y se encontraba ahí de nuevo, en su cama, parpadeando muy de vez en cuando; como si de repente se acordara que tiene que hacerlo, sin ponerle atención a los sonidos a su alrededor. Moviendo en instantes los dedos de sus manos o cambiando sus piernas de posición para evitar que se le durmiesen. Mirando del techo a la ventana y de la ventana al techo nuevamente, suspirando y sintiéndose nada: un peso muerto.
Conteniendo las lágrimas otra vez.
Porque no debía llorar, porque los chicos no lloran, porque a nadie le gustan los chicos que lloran, porque llorar lo hacía débil, porque llorar era sinónimo de perder.
Él estaba harto ya, estaba cansado de que le repitieran semejantes frases, harto de que le limpiaran las lágrimas saladas de las mejillas con rudeza, harto de que sólo dijeran eso, le dieran una palmada en la espalda y lo volviesen a dejar solo. ¿Qué tenía de malo llorar? ¿Por qué les molestaba que él llorara? ¡como si ellos nunca lo hubiesen hecho alguna vez!
El único gesto amable que recibió cuando lloraba fue cuando, mientras sus ojos se cristalizaban, las lágrimas rodaban por sus mejillas y él caminaba por la calle, un pequeño niño llegó y le abrazó las piernas y lo miró con esos pequeños ojos rasgados y alegres que sólo tienen los niños. BaekHyun le había sonreído como pudo y le despeinó los cabellos. Después llegó la madre y se lo llevó, no sin antes mirar mal a BaekHyun.
Ya hacía mucho tiempo que aquello pasó, y BaekHyun se sentía verdaderamente mal. Y no lo pudo evitar, volvió a llorar en silencio, solo, en su habitación, como cada día en el que no encontraba distracciones.
