Ver a Alden del otro lado de la acera me pareció más una señal que una alerta. Pensé que si en ese momento teníamos la charla incómoda de las rutinas y los libros, hablaríamos de cosas más interesantes en nuestra cita.
Me moví rápido para bajar las escaleras, abrí y cerré la puerta con sigilo. Salí, cruce la acera y él seguía estático en su lugar.
—Hola. —Dije mientras me acercaba.
—Julieta. —Se levantó de la acera.
—¿Qué haces aquí? —Preguntamos ambos al mismo tiempo.
—Yo... bajé por un vaso de agua y... te vi. —Respondí.
—Yo no puedo fumar dentro de casa.
—No sabía que fumabas.
—¿Te molesta?
—No, está bien.
—¿Quieres sentarte? —me dedicó una sonrisa.
Asentí, aún con inevitables nervios. Él tomó la silla —en la que antes lo vi tomando limonada— que estaba en su patio y la arrastró hacia donde yo estaba. Me cedió su cómodo asiento y él volvió a su sitio en la acera.
Nos quedamos un rato en silencio.
Los pensamientos volvieron a dispararse: ¿y si me invitó a sentarme por cordialidad?, ¿Y si no quiere que esté ahí con él? ¿Qué hago aquí, de todos modos?
—Te ves pensativo.
O quizás así se veía cualquier persona fumando. No lo sabría. Jamás había estado con alguien mientras fumaba.
—Pues, no tengo en qué pensar. —Respondió él.
Ya habían sido varios minutos después de la última calada que le había dado a su cigarro, intenté enfocarme en las cenizas que caían de él. Cuando Alden se percató de que el cigarro había comenzado a consumirse, lo botó.
—Jamás te había visto fuera de tu casa a esta hora. —dijo él.
—No puedo dormir.
—¿Pasó algo malo?
—No, simplemente estoy... nerviosa.
—¿Por qué?
Me quedé callada.
—Está bien si no quieres decirme. —dibujó una media sonrisa con el propósito de tranquilizarme, pero eso solo me hizo sentir más ansiedad.
—Puedo irme si gustas.
—Quédate. —Contestó—. Me gusta estar contigo.
Sonreí de imprevisto. Quizás mentía, pero había logrado su cometido, eso sí me tranquilizó.
Nos quedamos callados otro rato. Los ruidos de la noche albergaban cierta calma y pronto me sentí cómoda junto a mi compañero. Alden me notó más cómoda y preguntó:
—¿Alguna vez pensaste tanto en alguien a quien primero ignoraste, y después básicamente todo lo que te pasa crees que está...?
—¿Relacionado con esa persona?
—Sí. Exacto. —Sonrió.
—Mh... no. —Mentí. Ahora los días los contaba con su nombre, "aquello sucedió antes de que hablase con Alden", "aquello me pasó después de haber hablado por primera vez con Alden".
—Pensé que era normal.
—Bueno, no me ha pasado exactamente eso. Me ha pasado que ahora noto a esa persona en lugares donde nunca la noté antes.
—Me refería a algo así desde el principio.
Asentí cortésmente.
—Entonces sí te ha pasado, Juli... ¿Te puedo decir Juls?
—Claro.
—Bueno. Entonces sí te ha pasado, Juls.
—Lo que te dije sí, pero no siento que esa persona esté relacionada del todo conmigo.
Él me miró un tanto decepcionado de sí mismo. Buscó un cigarro nuevo dentro de su cajetilla y lo encendió, dándole una calada, me ofreció después.
—Ew.
—Sé que no fumas, solo te ofrezco por educación. - Y por educación, podrías decirme que no.
—¿Has oído ese rumor de los encendedores blancos? —Pregunté un poco desanimada, intentando cambiar el tema de conversación.
—¿Cuál es?
—Bueno... ¿conoces el Club de los 27?
—Ah, ese sí.
—Todos tenían un encendedor blanco.
Se echó a reír.
—¿Qué insinúas, Juls?
Me encogí de hombros.
—No sabía que eras supersticiosa.
—No lo soy.
De verdad, no lo soy.
—¿Pero crees eso?
Me quedé callada, él continuó hablando:
—Todos tenían vicios extraños, o problemas horribles. ¿Solo por un encendedor blanco se murieron? Digo... no es que me disguste la idea, pero es ridículo.
—Tú eres ridículo.
De nuevo fui ruda sin necesidad de serlo. No sabía cómo controlar esa parte de mí. Sentí ansias de nuevo, no volvería a hablar con él después de esto, ya me lo había decidido.
—¿Por qué soy ridículo?
—Lo siento. No quise...
—¿Por qué sería yo el ridículo? Yo no salgo en pijama a la una de la mañana a hablar con el más guapo de mis vecinos.
Alden era tan buena persona que ni siquiera se molestaba cuando debía de hacerlo. Me tranquilice de nuevo.
—Apuesto a que tú lo harías si pudieras. —sonreí siguiéndole el juego.
—Yo prefiero hablar con mi bonita vecina en pijama. Aunque es un poco grosera, pero qué más da. ¿No es mejor eso?
—Yo no hablaría con ella.
—¿Por qué? ¿No te cae bien la gente grosera?
—No, me da miedo la gente bonita.
Alden sonrió, divertido de adónde estaba yendo la conversación.
—¿Por qué te da miedo la gente bonita?
—Porque es fácil enamorarte de ella.
Alden supo el control que tenía sobre mí en ese momento, me dedicó la última mirada de la noche: sus ojos azules tenían un particular brillo. Me sonrió amablemente antes de separar los labios para hablar:
—¿Crees enamorarte de la vecina bonita? —preguntó él.
—Tal vez. —musité.
—Todos lo harían.
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Días grises, ojos azules
ChickLitEsta no es una historia de amor. Pero la vida tampoco lo es.