5. Luces Navideñas

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—Perdón. —me volví a él, definitivamente me echaría de su casa después de esto—. No fue mi intención.

—¿Que te viera entrando a mi cuarto?

Bajé la cabeza, él dejó escapar una risilla.

—Está bien. —Dijo con calma—. ¿Qué querías ver aquí?

—Nada en especial. —no mentía.

—Entonces, me imagino que ya fuiste al baño.

Moví mi cabeza.

—No, no quería ir. —me puse la mano en mi cara, sentía mis orejas calentándose de la vergüenza. 

Alden se había sentado sobre su cama, lucía tranquilo por tener el control de la conversación de nuevo. Yo permanecía callada a un lado de la puerta, mi mirada estaba hacia abajo pero eso no mejoraba la situación.

—Juls, ¿aún quieres ir a comer o...?

Me gustaba cómo sonaba ese nuevo apodo: y más en el tono de voz de Alden.

—¿Prefieres que nos quedemos aquí?

Algo de mí me decía que cualquiera de mis respuestas influiría negativamente. Si salíamos de su casa, me libraría de todo lo que pasaría si me quedaba en ella, pero... a estas alturas, ¿qué podía pasar? Soy solamente Julieta, una chica aburrida que gusta de usar ropa amarilla en primavera. 

—Podemos quedarnos, si quieres. —dije aún sin dirigirle la mirada. 

—¿Tú quieres?

Asentí. Escuché el leve sonido de una sonrisa dibujándose en su rostro, la imaginé en mi mente y sonreí también. 

Hizo su cama y yo intenté arreglar el desastre que había en su escritorio, el cual no podía tolerar, porque obvio, yo era Julieta la aburrida, y el desorden no iba conmigo.

Ordenó una pizza por teléfono y me invitó a sentarme en su cama en lo que él traía una silla para sentarse. Yo no sabía el protocolo de estar en la habitación de un chico, pues en toda mi vida, sólo había estado en la recámara de mi hermano, así que me senté intentando no ponerme muy cómoda. 

Regresó con una silla giratoria y la situó frente a su escritorio, el cual estaba pegado a la pared más cercana a la ventana. Empezó a dar vueltas en su asiento como un niño. 

No me dirigió la palabra por un buen rato, entonces hablé yo:

—Me gusta tu habitación.

—Eres la primera que lo dice. —Respondió riendo.

Desvié la mirada a otro lado, no respondí. 

—Sí —sus mejillas se ruborizaron—, mis primos dicen que es un asco. Mi mamá también. Pero tú y yo pensamos que es genial, ¿no?

Asentí con mi cabeza. Permanecía callada.

—¿Tu habitación es casi igual, no? —Preguntó él.

—Oh... sí, se parece.

Se levantó acercándose al ventanal, con un dedo apuntó hacia afuera y dijo:

—Desde mi ventana alcanzo a ver tus luces navideñas.

Me levanté y me puse al lado de él, mirábamos con atención del otro lado de la ventana. Mis cortinas permanecían cerradas pero podía imaginarme que las luces resplandecían durante la noche y su luz traspasaba la tela. 

—¿Te da miedo la oscuridad? —preguntó él.

—No.

—¿Entonces? ¿Por qué siempre están encendidas?

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⏰ Última actualización: Jun 16, 2022 ⏰

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Días grises, ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora