4. Domingos por la mañana

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—¿Te gustan las películas? —Preguntó Alden un domingo, fuera de mi casa.

Esa mañana me había despertado sigilosamente para salir a verlo, dejando una nota en la parte superior de la mesa, avisándole a mis padres que regresaría más tarde.

—Depende. —Respondí desenredando un nudo que había quedado en mi cabello aún después de haberlo peinado.

—¿De qué?

—De quién sea el director, de quién actúa...

Alden carcajeó. En ese momento, no estaba consciente de ser una esnob, pero ahora que lo recuerdo, seguro se burlaba de mí por eso. 

—¿Y las historias?

—¿Qué?

—Las historias. —Repitió—, ¿no tomas en cuenta la historia en una película?

—Cuando conoces a los actores, sabes que no te decepcionarán actuando en una película con una mala historia.

—Así que... escuchas a un director de renombre e inmediatamente reproduces la película o compras los tickets para el cine. 

Nos alejábamos del patio de mi casa, caminábamos juntos pero no estaba segura de a dónde íbamos.  

—Algo así. —sonreí.

—A mí también me gustan las películas. —respondió—, en caso de que te lo preguntaras.

—Lo siento. Soy muy mala hablando. 

—Está bien. ¿Sigues sintiéndote nerviosa?

—¿Nerviosa? —Reí ligeramente—, ¿por qué?

Era cierto, me moría de nervios. No sabía si había notado que tardé horas en elegir la ropa que me pondría hoy, el peinado que me haría y cuál sería el saludo que le diría en cuanto lo viera. Me aterraba decir algo fuera del contexto, pero él parecía tan confiado.

Él se veía tan seguro de sí mismo.

—Me dijiste que te sentías nerviosa siempre.  —respondió suavemente.

—Ah, sí. Todos nos sentimos así a veces, ¿no? —pregunté—. Bueno, todos menos tú. 

—¿Por qué piensas eso?

—Siempre te ves muy calmado. 

Ya habíamos llegado al parque del vecindario, nos dirigíamos a una banca y él se sentó, esperando a que yo me sentara de su lado derecho.

—No siempre lo estoy. —dijo él— justo ahora, tengo mucho miedo a decir algo estúpido.

—¿Por qué?

Sonrió ligeramente. 

—No quiero terminar cayéndote mal. —confesó.

—¿Tú?, ¿cayéndole mal a alguien?, no lo creo.

—Eso dices ahora, pero a diario te sonreía y tú actuabas como si no me hubieras visto. 

Era cierto. Hice memoria de los años pasados, ignorando su existencia. Creí que no lo notaría, pues al final de cuentas, el resto del mundo no lo ignoraba. 

—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió él, yo asentí— ¿Por qué no me hablaste durante todos estos años?

—Me avergonzaba.

—¿Que te vieran hablándome?

Aún en su inseguridad, Alden me parecía tan calmado: casi al borde de actuar nervioso, pero cortésmente, como no queriendo ponerme incómoda. Intenté imitar su calma al responderle:

Días grises, ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora