T r e s

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Abro los ojos poco a poco. Todo está borroso, las paredes son como pequeñas manchas blancas, la iluminación afecta aún más.

Todo mi cuerpo me duele. En un movimiento suave, duele, como si me pincharan con una aguja varias veces. Y mi garganta está tan seca que duele respirar.

Mi visión se aclara de a poco. Solo veo el techo blanco, con una lámpara colgada, vieja. Es la que ilumina el cuarto, pero a veces da pequeños parpadeos.

Hay un silencio escalofriante. Mi corazón late con fuerza, el miedo no se ha ido de mi cuerpo. Todo está en mí, una tormenta de emociones. No sé qué pensar, no sé qué hacer. Mi mente está en blanco.

Recuerdo que me sedaron, que una voz tenue, escalofriante y distorcionada voz decía mi nombre. Pero no más.

¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?

Seguramente mi mamá se estará preguntando dónde estoy también. Se dará cuenta de que no me escapé, que fui secuestrada.

Me levanto, frunzo las cejas y cierro los ojos por el dolor. Mi cuerpo aún duele. Creí que el cloroformo no te causaba ningún dolor. Pero estaba equivocada.

El cuarto es blanco, cuadrado y sucio. Las paredes están manchadas de un color rojo... Es sangre. Como si una persona hubiese pasado la mano, cuando sufres y te sostienes de algo para no caer.

Una silla de madera vieja está en un rincón. Está en un muy mal estado, que, si me siento, podría romperse enseguida.

La manija de la puerta comienza a moverse. El pánico me invade en segundos.

¿Será él? ¿o ella?

El chirrido de la puerta abrirse se escucha claramente. Primero se ve una bota café claro, que llega hasta el tobillo. Ésta se flexiona, y entra la otra bota, junto a aquél sujeto.

Una máscara cubre su rostro. Es negra, se muestra sus ojos, pero no su boca, una enorme sonrisa dibujada la cubre. Realmente es tenebroso.

En una mano tiene una bandeja de comida, la carga como un mesero lo haría. Y en la otra tiene mis zapatos. Hasta ese momento me doy cuenta que estoy descalza.

Se acerca lentamente. Creo que mi corazón saldrá de mi tórax si se acerca demasiado. Esto es muy frustrante y aterrador.

Una vez que el sujeto está frente a mí, se pone de rodillas. Deja la bandeja de comida en el suelo, panqueques y un jugo de naranja posa ahí. Luego extiende una mano, haciéndome la señal para que le dé un pie. Con lentitud, estiro un pie a él. Él lo toma y me coloca mi zapato, y hace el mismo proceso con el otro.

-¿Quién eres?- Musito, una vez que se levanta.

Él se voltea, y camina hacia la salida.

-¿Por qué yo?- Pregunto más fuerte.

Esta vez, sí se vuelve a mí. Pero solo alza los hombros y sale del cuarto blanco de un portazo.

¿Quién es?

Cuando estaba aquí, emanaba un olor a cítrico. Muy familiar. Pero no recuerdo de quién, maldita sea. Creo que lo inhalaba siempre, pero el pánico hace que los recuerdos sean muy escasos.

Veo la comida, mi estómago gruñe. Pero, ¿y si tiene algo? ¿Con esto me matará? Seguramente no. Por lo que sé, un asesino disfruta matar a su víctima, verlas sufrir, pero él no está aquí. Y si me muero, ya no podré sufrir más.

Entierro el tenedor en un panqueque y me lo llevo a la boca. El sabor dulce de la miel y de la mantequilla se esparce por mis pupilas gustativas. Cierro los ojos involuntariamente. Esto es delicioso.

Minutos después, ya no hay nada en la bandeja. Creo que me hacía falta comer. Pero ya da igual, de todas formas voy a morir, ¿no?

Me deslizo por la pared hasta sentarme en el suelo. Flexiono una pierna y apoyo un brazo en mi rodilla. El dolor ha desaparecido, y es un alivio.

Pero entonces, una nota se deliza por debajo de la puerta. Camino hasta ella, la tomo con mano temblorosa y leo:

Aún no es la hora de morir, pequeña. Disfruta lo que puedas, porque luego no podrás hacer nada cuando te esté asesinando.

Mi corazón late demasiado. Es una nota advirtiendo mi muerte. Voy a morir.

No, no quiero morir así. Debe haber algo para salir de aquí. Sé que hay algo.

Pero una parte de mí, sabe que no.

Él va a matarme.

DesaparecidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora