20

100 40 5
                                    


Hoy lloré mucho, corazón. Cuando la jornada de trabajo terminó, me apresuré a la choza del capataz. Aunque mi corazón tenía miedo, mis pies no pararon de andar, mis manos no dudaron en humedecer varias partes de mi cuerpo para no oler tan mal y mis dedos se apresuraron a hacer sonar la puerta de madera para anunciar mi llegada. No había luz, no había ruido y mis esperanzas de saber de ti se esfumaban cada vez que tenía que llamar más fuerte.

   Comencé el regreso a nuestro lugar, haciendo más corto cada paso, deseando que su voz me hiciera voltear y me devolviera la vida diciendo algo sobre ti. Casi lo que sea, porque a veces comienzo a creer que te inventé, que nunca exististe, que la fiebre que tuve apenas, es sólo una de tantas, porque en realidad enloquecí hace tiempo y eso explicaría porque nadie me habla y todos se alejan de mí. Tal vez fuiste un sueño que hacía que vivir no fuera tan doloroso, como lo ha sido desde que mi padre murió poco antes de tu aparición. Aunque casi escucho tu corazón latir en algún lado, necesito con urgencia que, si no me hablas, alguien diga que te ha escuchado.

    Mi llanto comenzó a salir y mi pecho se rompía. En ese momento dolía tanto vivir. Era un ser roto, a quien le arrancaron un pie de un jalón. Nada me importó más. Me dejé caer de rodillas y lloré, porque no estabas, porque quizá te inventé, porque quizá moriste y me he negado aceptar que te fuiste, porque no tenía un motivo para seguir, por todo eso o alguna otra cosa. No sabía bien.

   Escuché una voz preocupada y luego sentí que me abrazaban. Creí que mi mente me jugaba bromas de nuevo y me alegré de mi locura por un momento, pues esta vez me ayudaba. Me aferré a ese cuerpo que me hacía sentir que mi dolor ya no era sólo mío, que hacía más grande mi cuerpo y, así, le cabía más o que el dolor se repartía y no me tocaba tanto. Me sentí bien y ya no recordaba cómo era estar sin tanto dolor. Cuando me tranquilicé, quise ver a ese ser o invención que me había ayudado. Las lágrimas no me dejaban, al principio. A punto estuve de decir tu nombre, pero la imagen se aclaró. No eras tú.

   Por un momento olvidé que existían otras personas y que vivía antes de que llegaras. Reconocí a esa persona, era Jonue. ¿Te acuerdas de Jonue? Mi antigua, única y verdadera amistad, con quien no hablo desde que supe que me había enamorado de ti. Cuando pensé que las palabras nos podían poner en riesgo. No sabía si podía confiar en alguien y dejé de confiar en todos. Tomé distancia, cada vez más, hasta que su mirada indecisa y sin comprensión también lo hizo.

   Cuando te fuiste, sentí que el todo se fue contigo. Todo en absoluto. Mi boca calló, incluso antes de que te fueras, pues nos protegía para poder seguir disfrutando de nuestro amor; después no podía decir nada sobre mi dolor; más tarde nadie se preocupó por lo que me pasaba y un día, ya era yo invisible. Hasta el día de hoy. Cuando Jonue me tomó en sus brazos, entendí que necesitaba de algún consuelo, el cual hasta ese momento se conformaba de esas pequeñas cosas que dejaste: el pedazo de playera que guardo, el anillo que tejiste con ramas y la roca en forma de corazón. Eso se convirtió en mi vida, en mis acompañantes que no me daban calor.

   Creo que mi antigua amistad sabía que había cosas en mí que no podía sacar, que lloraba porque hay sucesos que no se deben contar y porque seguramente saberlas le comprometería y tampoco necesitaba de eso. Me ayudó a levantarme y me llevó a mi choza sin decir palabra, pero como si comprendiera. En la noche se escuchaban animales que cantaban para que el silencio no se hiciera pesado. Cuando llegamos a la puerta, busqué sus ojos y respondí a su mirada. Sonrió y compartí su sonrisa. Su rostro me invitó a confiar y yo no quise defraudar su confianza diciendo cosas que sé que no querría escuchar. Se despidió con un movimiento de cabeza y yo también. Dio la vuelta, dudó por un momento y regresó la vista. Unas palabras salieron de sus labios por si las miradas no fueron suficientes.

   —Sé que muchas cosas que nos pasan aquí duelen y quisiéramos gritar, pero también sé que hay castigos para que no digamos nada. El amor y la amistad no pueden crecer al tamaño de estos grandes árboles que nos rodean, pero nadie puede detener que florezcan de vez en cuando. Tú y yo nos quisimos hace tiempo y las raíces de esa amistad siguen estando en lo profundo de mi corazón, tus lágrimas han hecho que salga un retoño de ellas y estará ahí para cuando quieras que vuelva a haber flores como antes. Nunca entendí por qué enmudeciste, pero si un día quieres romper el silencio, yo me arriesgaría por ti.

   No contesté. Esperó, pero al no ver respuesta, se marchó. No puedo apoyarme en su hombro. Tal vez antes hubiera sido una opción, pero cuando noten que me he ido y si le vuelvo a hablar, no quiero imaginar en qué le pasará si piensan que algo sabe. Por esa gran amistad y por esas flores de su confianza, debo alejarme de nuevo.

   Mi error quizás fue darme cuenta hasta hoy que hay mejores formas de extrañar que sumirse en la tristeza y la desesperanza. Aunque más convendría no extrañar para nada. Más valdría que no te hubieras ido. Sería mejor que pudiéramos amarnos libremente. Pero el mundo no cumple caprichos y debemos luchar cuando las cosas no nos benefician por sí solas. Enderezar nuestra vida que crece torcida.

TIEMPO DE ESPERA (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora