El Lipton maldito

86 5 4
                                    

Precaución: No veas los comentarios antes de leer.  

Ataúdes

Los ataúdes solían ser construidos con un agujero unido a 1.8 metros de tubería de cobre y una campana. La tubería permitiría respirar a las víctimas que hubieran sido enterradas bajo la impresión equivocada de que estaban muertas. En un pueblo pequeño, Horacio, el sepulturero local, tras oír una campana sonar por la noche fue a ver si eran solo niños jugando a ser espíritus; a veces también era el viento. Esta vez no era ninguno de los dos. Desde abajo, una voz lloraba y clamaba por ser desenterrada.

—¿Eres Sara Banegas? —preguntó Horacio.

—¡Sí! —respondió la voz sofocada.

—¿Naciste el diecisiete de septiembre de 1827?

—¡Sí!

—La lápida dice que moriste el veinte de febrero de 1857...

—¡No, estoy viva, fue un error! ¡Desentiérrame, libérame!

—Lo siento por esto —dijo Horacio, parándose en la campana para silenciarla y empezando a obstruir con tierra la entrada de aire por la tubería—, pero estamos en octubre. Quien quiera que esté ahí abajo, puedo asegurar que no sigue con vida, y no vendrás a la superficie.

Las prominencias

Las he tenido desde que era niño.

Puedo recordar estar muy consciente de ellas, esconderlas en mis bolsillos, debajo de libros y dentro de bolsas. Los niños en la escuela nunca me dijeron nada directamente, pero yo sabía que se reían a mis espaldas.

Recuerdo haberles pedido a mis padres que me llevaran al doctor para que las revisara. Las prominencias en mis manos parecían ser el elefante en la habitación para mi familia en ese tiempo, ya que mis padres solamente me decían que estaba bien y cambiaban de tema. Sin embargo, yo sabía que no era así.

Traté de quitármelas cuando era pequeño, sin éxito. Tijeras, cuchillos, peladores de papa; tratar de cortarlas o rasparlas siempre era una causa perdida, no podía continuar por el dolor que me ocasionaba.

Pero hoy fue distinto. Es increíble cuán anestesiado puedes quedar con un par de torniquetes y una botella de Jack Daniells. Originalmente, pensaba usar un cuchillo filoso, pero luego me di cuenta de que tratar de cortar la piel de mis prominencias sería muy difícil en mi estado de ebriedad. Opté por el ligeramente más tecnológico plan B.

Debía hacerlo rápido. A esa altura ya estaba bastante torpe y comenzaba a sentirme mareado. Mis manos y antebrazos, azules por la falta de circulación, tampoco podían esperar demasiado. El sonido de la licuadora me ayudó a entrar en una especie de trance, listo para hacer lo que había querido hacer desde la primera vez que vi mis extrañas deformidades.

Primero metí mi mano izquierda. La sensación de las hojas afiladas cortando mi carne era estridente, pero me sorprendió lo bien que el alcohol estaba funcionado, esperaba que doliera más. Podía oír el metal desgarrando y cortando, yendo todo tal y como lo había planeado. Presioné mi mano contra las hojas con más fuerza. Todos esos malos recuerdos, toda esa vergüenza, todas esas cosas horribles ahora no eran más que una pulpa roja y espesa.

Interrumpiendo mi sentimiento de éxtasis, quité la mano antes de que las hojas llegasen a los nudillos. Sonreí, viendo mi nueva mano. Las prominencias se habían ido, todas y cada una de las cinco.

Contaminación

Irrumpió en la cocina, cubierta en sudor. Pensamientos atestando su mente. Pulso acelerado. «Dios, ¿me habrá seguido hasta acá? —pensó—. ¿Cómo me encontró, para empezar?».

Pasó un momento. Una cosa era segura: él no estaba ahí ahora.

Su estómago se revolvió. Incluso alguien en su situación debía comer. La nevera dio un quejido mientras la abría. Revisó los estantes; un bote de té llamó su atención.

Tenía un sabor diferente que el usual. Examinó la etiqueta: té negro. Compró la marca equivocada. Se agachó, cogió algunas sobras. Encendió el televisor de la sala de estar en tanto las metía en el microondas. Las noticias de las cinco se escucharon de fondo. Podrían decir algo sobre él.

La trillada historia melancólica sobre la guerra; un candidato a la presidencia visitaría su ciudad pronto. Contó el tiempo para que su comida estuviese lista.

5, 4...

«Y, finalmente, hay una alerta de contaminación de alimentos para todos los residentes de la comunidad».

...3, 2...

«Un cargamento de té negro Lipton, distribuido en tiendas locales, ha dado positivo para el virus Ébola Solanum. Esta supercepa causa llagas dolorosas en los antebrazos, cuello e ingle, seguido de sangrado abundante por todos los orificios. El pronóstico, una vez que se ha sido infectado, es extremadamente desfavorable. El té fue retirado de las tiendas, pero cualquier residente que lo haya adquirido debe notificar a su centro de salud más cercano para que el producto sea eliminado de inmediato».

Abrió la nevera una vez más y tomó el envase del que acaba de beber.

Lipton. No era la marca que compraba usualmente.

«Él no está aquí ahora», pensó. El bote de té cayó al suelo.

Pero lo estuvo.

Crepypastas (se sube uno diario)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora