Lucy POV
Me sentía a la deriva, en un mar de tranquilidad y silencio, ajena a todo. La total oscuridad que me rodeaba era tan densa que parecía palpable. No sentía nada, todo era ligero. Parecía que allí nunca habría problemas, sin pensamientos, sin preocupaciones, sin llantos, sin soledad, sin nostalgia, sin culpabilidad; todos aquellos sentimientos que antes me hacían sentir viva. Ya no estaban. Ignorancia, bendita ignorancia.
Sentí como alguien acariciaba mi cabeza. Aquel gesto tan suave, tan cariñoso. No abrí los ojos ni un solo momento. Sabía quién era perfectamente. Solo quería que continuara, que no parase nunca. Me sentí amada, querida, como nunca antes.
Te eché tanto de menos, mamá…
Abrí los ojos al tiempo que la negrura se disipaba dejando ver la figura de una niña agachada que se tapaba la cara con las manos. Se escuchaban sus débiles sollozos como un suave murmullo. Me observé a mí misma mientras lloraba enfrente de la tumba de mi madre. Era tan pequeña…tan débil.
La imagen cambió y la imagen de mi yo pequeña volvió a aparecer. Esta vez en una gran y lujosa habitación con una mesa en el centro. El silencio era sepulcral, solo se escuchaba el tic tac del enrome reloj que adornaba una pared. Al instante la puerta se abrió y una sirvienta apareció con una gran tarta en una bandeja de plata. Pero con un solo plato. Desgraciadamente.
-Feliz cumpleaños, señorita- se escuchó su voz sin sentimiento alguno.
Se dio la vuelta y se fue abandonándome en otro infinito mar de soledad. La niña de cabellos rubios cogió su plato con el pequeño trozo de tarta y bajó las largas escaleras corriendo. Yo la seguía y podía apreciar el rastro de lágrimas cristalinas que se quedaban en el aire a medida que la pequeña bajaba. Salió de la casa y llegó hasta la estatua de un bello ángel que guardaba aquel inmenso jardín. Aquella estatua que, a pesar de ser de piedra, reflejaba un amor y una seguridad que eran casi reales. La tumba de mi madre.
La niña lloraba y se aferraba casi con desesperación a la lápida de piedra. Me acordaba de ese momento perfectamente. Pero entonces observé algo que en ese momento no pude ver. La imagen traslúcida de mi bella madre tocándome el pequeño hombro en señal de un silencioso consuelo que en aquel entonces no pude apreciar.
-Feliz cumpleaños, mi niña…
Dijo con melodiosa voz mientras depositaba un suave beso entre los cabellos rubios.
Me tapé la boca con una mano mientras intentaba detener los sollozos que emanaban de mi garganta. Siempre estuviste ahí…siempre…y yo no me di cuenta…
La imagen cambió otra vez y me vi a mi misma llorando como una adolescente en mi apartamento mientras leía la carta que mi padre me dejó antes de morir. En la que se disculpaba por lo mal que se había portado conmigo y me decía lo que siempre había querido escuchar. Que me quería. Que siempre lo había hecho.
Todo se volvió borroso y esta vez vi el momento en el que el gremio desapareció. Yo transformándome en un demonio mientras aniquilaba todo a mi paso.
La oscuridad volvió y escuche la voz de mi madre decirme:
-Tienes que volver, Lucy.- volví a sentir la suave caricia en mi cabeza- No quieras eso para ellos, no tengas prisa por encontrarme porque Lucy, yo siempre voy a estar contigo.
Abrí los ojos repentinamente. Sentía suaves gotas cristalinas que me hacían cosquillas recorriendo mi cuello.
Coloqué mi mano en el suave y rosa cabello de mi dragón preferido.
El sacó su cara de mi cuello y me observó con incredulidad en sus ojos jade. Posó sus labios en los míos en un desesperado beso lleno de un amor que ambos necesitábamos. Nuestros labios se movían en una danza perfectamente sincronizada. Mi lengua se encontró con la suya y pude saborear sus saladas lágrimas. Nos separamos por falta de aquel maldito pero esencial oxígeno.
-Ya está, Lucy, todo ha acabado. No nos volverán a separar. Nunca.
-Saltaste a por mí.-el dirigió sus penetrantes ojos a los míos- Saltaste al agujero a salvarme.
-Volé a por ti. Y lo volvería a hacer todas las veces que fuera necesario.
Entonces sonreí. Como nunca antes. Sonreí de felicidad. Y sentí como la oscuridad que me llenó tiempo atrás se disipó rápidamente. Mis alas y los cuernos se desintegraron y las marcas desaparecieron dejando un leve murmullo en el aire.
-Dios mío, Natsu- mi voz se cortó por un sollozo- Te he echado tanto de menos…
Enterré mi rostro en su tonificado pecho y él apoyó su barbilla en mi cabeza.
-No volveré a permitir que nos separen, de esto estate segura. Ahora vamos, volvamos a casa Lucy.- me ofreció su mano.
Acepté su mano encantada y una sonrisa volvió a crecer en mi rostro. Volver a casa… por fin…
Salimos y elevé mi rostro hacia el cielo. En ese momento, en ese preciso instante me di cuenta de algo. Me di cuenta de lo que mi difunta madre me quiso enseñar todo este tiempo.
“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”
Gracias por todo, mamá.
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Amiiigaaaaaas.....
¡Se acabó!
Sii, ya se, debería morir, que me atropelle un tren, que me desmiembren... Se que el fic es muuuy corto y algo triste, pero no me negueis que es bonito...
En fin, aqui dejo espacio para que tireis tomates:
¡Dije tomates, no piezas de coche ni pelotas de tenis! Buenoooo... Ahora si, se acabo.
Un gusto que hayais leido este fanfic NaLu (si, es NaLu, aunque no lo parezca, se nota al final) y muchos besos con sabor a chocolate para tod@s. ¡¡Espero que comenteis y voteis un monton!! Y os espero en mis otras novelas, tambien NaLu (Es Mi Decisión y Mi Mejor Amigo)
Ya me despido... ¡¡AYE SIIIIIIIR!!
-PiscisNeko-
