S: Malos sueños

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Estoy en una habitación que no conozco de nada, pero que a la vez me resulta muy familiar. Hay una mujer sentada en el sofá, pero de repente se levanta y empieza a saltar.

Sin poder controlar mi lengua, empiezo a hablar con la mujer.

- Mamá, ¿Qué pasa?

- Te tocó.

- ¿El qué?

- El premio.

La escena cambia a una pantalla de ordenador cargando.

Y ahora un hospital.

Mujer.

Ordenador.

Hospital.

Los tres se repiten rápidamente en mi mente. Pasan veloces, sin parar.

De repente despierto en mi cama sudando, aferrándome a las sábanas con fuerza, hiperventilando.

Me froto la mente quitándome el sudor de la frente cuando mi madre (la de verdad) entra en mi habitación.

- Sofía, cariño, ¿estás bien?

- Sí, eh, claro, solo un mal sueño...

- Nunca recuerdas lo que sueñas, ¿no?

Eso es cierto, pero entre el mareo, recuerdo lo que he soñado.

Un poco vacilante, le cuento el sueño. Ella frunce la nariz mientras me escucha atentamente. Al terminar el relato me frota un poco el pelo y me sonríe.

- Lo que tú has dicho, un mal sueño.

Cuando se va me desplomo otra vez en la cama. Es lunes, y no quiero ir al colegio bajo ningún concepto, pero me tengo que aguantar, así que me levanto y me voy a peinar el pelo azabache en un moño chapucero y rápido antes de ir a desayunar.

Cuando bajo parece ser que mi madre ya se ha ido, así que saco perezosamente la leche de la nevera y puse lo que su padre llamaba "el piloto automático", que era básicamente pensar mientras realizas una rutina interiorizada.

¿Qué había sido ese sueño?

A ver si me entendéis, estoy muy extrañada por dos motivos: Por el hecho de que nunca recuerdo mis sueños y por el otro hecho bastante inquietante, que es que ese sueño no parecía una pesadilla. Nunca me habían dado miedo los hospitales. Y el ordenador cuando carga demasiado tiempo me irrita, pero no demasiado. Y luego está lo que parece que es un recuerdo ajeno. Pero no parece que sea algo para despertase tan agitada.

Entre pensamientos de esta índole terminó de desayunar, me visto, cojo la mochila y salgo de casa.

Me paro en la estación de autobús a la espera de mi amigo Juan, que se tiene que bajar en esa parada. Después de esperar 5 minutos el autobús llega y Juan y su hermana melliza, Julia se bajan del bus.(Sí, unos graciosos sus padres. Menos mal que no le pusieron a él Julio.)

Juan se dirige hacia mí, con su gran sonrisa marcada en la cara y el pelo castaño revuelto mientras su melliza se va directamente hacia el colegio, sin saludarme a mi o despedirse de su hermano. Un día típico.

El chico se acerca y nos dirigimos al colegio, hablando de cualquier cosa menos de lo que había soñado esa noche. No sé porqué, pero hay una voz en mi interior que me dice que no lo haga.

Entre risas por el proyecto de ciencias fallido que su hermana ha hecho con una amiga suya entramos al instituto y nos dirigimos hacia nuestra clase directamente, donde nos sentamos en la primera fila y sacamos los libros. Después, con una gran sonrisa, le saco una carpeta con unos códigos encriptados. Diez páginas para pasar la soporífera clase de francés.

Ya sé que no es muy inteligente sentarse en primera fila si no vas a atender, pero la de francés nos adora. Mientras no demos guerra y saquemos de un ocho para arriba, nos deja hacer lo que queramos, así que utilizamos las clases de idiomas (también nos da inglés) para preparar las sesiones del club de criminología.

Y así pasamos toda la clase, descifrando y seleccionando los mejores para por la tarde.

Ya casi he olvidado lo de mi sueño hasta que empezamos clase de biología.

Esta clase sí que nos gusta, así que atendemos como el par de frikis que somos mientras el profesor nos explica el porqué de los sueños.

Me estremezco de arriba abajo. Me viene la lección que ni hecha a medida.

Cuando termina la clase, ya teníamos que irnos al comedor o a casa. Yo obviamente me fui a casa, ya que vivo como a 5 calles, y Juan al comedor.

Después de comer vuelvo al instituto con la llave del aula que utilizamos para el club de la mano.

Me encuentro en la puerta de la susodicha clase con Juan y con otro chico, Tomás. Abro la puerta y entramos.

Pasa la sesión con normalidad. Resolvemos nuestro anterior "caso" y les sugerimos el nuevo (los códigos de por la mañana) y les damos 5 métodos de descifrado posible. Vamos, lo más normal del mundo.

Luego hacemos una ronda de acertijos sobre asesinatos y damos por concluida la sesión.

Ya estoy a punto de irme cuando Juan me para agarrándome del brazo.

- Tú estás hoy muy rara. No te había visto tan callada desde que te conozco. - Dijo él mirándome atentamente, como hacía siempre que quería saber si alguien le estaba mintiendo.

Me enredo el pelo rebelde que se me había escapado del moño entre los dedos. Me es imposible mentirle, él siempre me pilla. No porque sea mala mintiendo, es más bien porque él es un detector de mentiras con patas.

Al final accedo a contarle lo que me lleva inquietando todo el día.

Él solo ladea la cabeza mientras me escucha. Al terminar solo sonríe.

- ¿No será que es que tu cerebro ha hecho limpieza y ahora te cabe en tu cabecita tus sueños?

- Será eso. - Le respondí, aferrándome a esa respuesta.

Nos despedimos y quedamos en que él organizaría la siguiente sesión y nos vamos cada uno por nuestro lado.

Eso es, solo he hecho espacio en el antro de la azotea.

Operación OethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora