II

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- No se acerquen mucho a él, podría morderlos o intentar contagiarlos de uno u otro modo – dijo el oficial mientras galopaba delante de la comitiva que llevaba al muchacho rumbo al foso de las plagas.

De pie, rodeado de cadenas a lo largo de todo su inhumano cuerpo, el infectado avanzaba lentamente mientras era jalado por la escolta de caballos que lo rodeaba. Cada paso que daba, dejaba un rastro de sangre atrás formando así un sendero de la muerte e inmundicia para cualquier desventurado carroñero que ansíe alimentarse de aquellas pisadas.

Debajo del manto negro, el muchacho solo podía observar pequeños momentos de iluminación lunar cuando la comitiva que lo jalaba por momentos cruzaba algunos claros de ese bosque. Sentía el olor de los cuerpos muertos por la infección, botados por allí a manos de desafortunadas familias que vieron perecer a sus seres amados por la terrible plaga. Hoy solo eran recuerdo y carroña de sabandijas.

No podía verlos, pero sentía el asco reflejado en los rostros de sus captores y en algunos momentos las arcadas que sentían al cruzar con algún cuerpo en descomposición. El propio capitán tuvo que bajar dos o tres veces del caballo para liberar algún vómito producto de aquel bosque repleto de hedor a muerte y descomposición.

En un momento el muchacho no pudo caminar más y se arrodillo en el suelo en silencio, suplicando mentalmente algo de piedad y que sea ejecutado allí mismo antes de sufrir la tortura del foso pero los soldados le negaban la muerte allí misma. Patadas y azotes sintió en su magullada espalda mientras que furibundas voces le proferían órdenes.

- ¡Levántate animal! – decía uno de los soldados propinándole una brutal patada en las costillas - ¡Ya has cobrado suficientes vidas!

- ¡Inmundo objeto! – gritaba otro mientras lo golpeaba con las cadenas hasta el punto de teñir con salpicones rojas las rocas del suelo - ¡Si no tuvieses esa peste te mataría con mis propios puños!

El dolor era algo con lo que había convivido muchos años por lo que los azotes y patadas solo eran parte de la rutina de vida que los dioses le habían hecho merecedor. No entendía por qué tanto odio hacia él. Él no había elegido tener aquella extraña enfermedad y, menos aún, llevarla al nivel de una epidemia.

A lo lejos, un cuervo tronó el aire con su graznar y una bandada de aves nocturnas levantó vuelo alertando a los soldados sobre la cercanía de la medianoche. El oficial hizo una seña a los soldados quienes en aquel momento dejaron de golpear al muchacho y se apresuraron a subir a los caballos. El infectado, sumergido en un charco de sangre, se puso de pie y continuó la marcha con sus captores.

¿Hace cuánto estaba enfermo? Ya ni lo recordaba. Vagos recuerdos de él y su amada madre le venían a la mente por momentos: Corriendo por los prados persiguiendo abejorros, revolcándose en la tierra con los puercos, bañándose en el río mirando a los peces huir por su presencia. Un día simplemente todo cambió.

Primero fue una pequeña mancha en la pierna. Su madre le puso un poco de ungüento de sábila para atenuar la picazón pero cada hora que pasaba, la mancha crecía e invadía más partes de su joven cuerpo. En unas semanas, lo que en un momento era un muchacho común y corriente, risueño y pendenciero como los de su edad, se había convertido en un ser casi irreconocible rodeado de llagas y pústulas que execraban sangre y pus.

Trataron de esconderlo en la casa todo el tiempo. Corría el rumor que el muchacho había muerto ahogado en un río o devorado por los coyotes, su madre misma afirmó que el muchacho un día desapareció para protegerlo de la suerte que le esperaba a los apestados. Sin embargo los esfuerzos fueron en vano.

Se registraron brotes de la misma enfermedad en otras aldeas y pronto el rey, horrorizado ante la idea de que la peste pueda interrumpir sus continuos festines y fiestas en el castillo, dio la orden de cuarentena a sus escuadrones de la muerte. Soldados de diversos reinos purgaron las aldeas a fin de encontrar apestados y llevarlos hacia el foso de las plagas sin embargo no se había podido dar con el paradero del origen de la plaga. Hasta aquella tarde.

El foso de la plagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora