Capítulo 1

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Desde el reducido rincón junto a la luminosa ventana de mi minúsculo estudio en el ático de nuestra pintoresca casa de madera a las afueras del pequeño pueblo de Wilmington, Vermont, se podía oír con claridad cualquier acontecimiento en un kilómetro a la redonda, ya fuera el ladrido de un perro o la campanilla de la bicicleta del cartero. Estaba situado así mi escritorio, en el lugar exacto donde el sol incidía de 7am a 4pm, justo frente a un enorme roble centenario, donde habitaba una familia de roedores, y con vistas a un pequeño arroyo de aguas tranquilas, resultando el lugar más cálido de la casa, aunque no libre de goteras en otoño e invierno. Triste era la situación que el pequeño mueble con destartalados cajones blancos que rezaba por una restauración bien merecida, tras más de cincuenta años de uso, era lo único que llenaba la habitación, el resto, polvo y barro de los zapatos acumulados sobre la desgastada madera oscura que cubría el suelo, ya que no necesitaba nada más en ella, a excepción de una papelera que un par de inviernos atrás había salido ardiendo por culpa de un cigarro mal apagado sobre pequeñas bolas de papel desperdiciado, y que, por motivos de seguridad, no quise reemplazar tras el trágico incidente.

El crujir de las escaleras siempre avisaba de alguna visita inesperada, pues mi mujer, Veronica, una persona encantadora y siempre alegre, no frecuentaba mi lugar de trabajo a no ser que de una emergencia se tratase, aún sabiendo que yo llevaba semanas sin hacer nada salvo quejarme de la falta de lluvia de aquel verano a la emisora de radio del condado de Windham.

– Matt – me llamó sin atreverse a abrir la puerta- ha llegado Jenny, ¿quieres que te esperemos para comer?

Me levanté sin decir palabra, dejando con cuidado la silla en su sitio y asegurándome de que ningún papel cayera al suelo y se perdiera como tantas otras veces me había pasado. Dirigiéndome a la puerta me metí las manos en los bolsillos de mi larga chaqueta de lana hecha a mano por Veronica unos años atrás, en busca de un poco de tabaco, aunque tan mala suerte tuve de no encontrarlo. Mientras bajaba las escaleras con sumo cuidado de no pisarme los cordones desatados, pensé en volver a pintar la pared, en el tiempo que podría pasar con Jenny durante su visita y en qué podríamos emplearlo juntos. Solía dejarse caer de vez en cuando por casa, siempre con noticias emocionantes y llena de júbilo que conseguía contagiar al resto de la familia un par de días más tras su marcha.

Sentada sobre la isla de la cocina estaba ella, con su pelo corto ondulado y ese estilo ochentero que tanto me gustaba, escondiéndose tras sus redondas gafas negras y moviendo los pies a la vez que observaba con una hermosa sonrisa las fotos de la nevera. No tardó mucho en notar mi presencia y dar un salto para acercarse a mi y darme uno de esos cálidos abrazos suyos que tanto me alegraban el día.

– ¿Qué tal por Nueva York?- le pregunté.

Jennifer se dejó caer sobre el sofá tras terminar el abrazo y estiró los brazos cansada, bostezando pero sin dejar de sonreír. Recordé lo mucho que se hacía de rogar cuando tiene algo importante que decir y no quise insistirle más, sino que puse a calentar la tetera para prepararle un té verde, su favorito. Veronica sacó del horno unas galletas que había estado preparando para los niños de su clase en la escuela y le ofreció una a su hija, que la rechazó amablemente alegando que acababa de comer en el avión, pero que podría tomársela luego. Miré con atención el porche a través de la ventana, como todo estaba tranquilo, ningún coche de algún turista perdido cruzaba el camino, ni niños corriendo calle abajo hacia el bosque gritando; absolutamente nada de lo que hablar en una tarde de domingo.

– Me han dado el mes libre- comentó sacándose el móvil del bolsillo y buscando algo en él.- Mis jefes están muy contentos con nuestro último proyecto, incluso a mí me está apasionando- estiró el brazo para enseñarnos una foto de unos planos de un nuevo rascacielos- van a ser 100% autosuficientes y ecológicos, ¿os lo podéis creer? ¡Será el comienzo de algo nuevo! El gobierno Chino está negociando ahora mismo en la sede con Christopher y Rachel para comprar el modelo y poder copiarlo, ¿os imagináis cientos de apartamentos como estos al rededor del mundo? ¡Y es mi idea!

– Es increíble, cariño- le acerqué su taza favorita con el té, aquella rosa con un gato verde que compramos en París cuando era niña y fuimos a visitar la capital de Francia- pero no logro comprender el por qué de tus vacaciones.

– Les pedí que me las adelantaran para poder pasar el tiempo con vosotros y contároslo todo- se reincorporó y agarró la taza con ambas manos- me van a trasladar a Shanghái el resto del año si todo sale bien.

Miré a mi mujer que parecía no haber escuchado aquello último ya que estaba guardando las galletas en una cajita decorada con un lazo sin comentar absolutamente nada. El hecho de que mi hija se fuera tan lejos me dejó de piedra durante unos instantes, ella era mi inspiración, mi musa, y tuve miedo de perderla para siempre en cuanto se mudó a Nueva York, no podía imaginarla en la otra punta del mundo completamente sola.

– Estamos muy orgullosos de ti, Jenny- sonrió Veronica, sentándose a su lado y acariciándole el pelo – seguro que China es aún más exótico de lo que imaginas, tendrás que enviarnos muchas fotos.

-Podréis venir a verme en Navidad y a principios de verano, lo pagará la compañía china que financia el proyecto- continuó al ver que no obtenía respuesta de mí.

Caminé en silencio hacia el armario sobre el que se apoyaba la televisión y busqué en los cajones entre cargadores de móviles y facturas hasta encontrar un par de cigarrillos, y guardándome uno en el bolsillo de la chaqueta, me encendí otro y suspiré en busca de una respuesta de aceptación que sonara creíble para no decepcionarla. Dándole vueltas al asunto me pasé la comida entera sin expresar mi opinión ni siquiera a través de los gestos durante la charla que tuvimos (bueno, que tuvieron ellas, más bien). La tensión podía casi tocarse cuando el silencio llenó la casa y el único sonido era el tic tac del reloj de Jenny, que me miraba disgustada, esperando con ansia al menos un “no”, pero no fue hasta el postre que decidí retomar la conversación por donde la habíamos dejado como si el tiempo no hubiera pasado.

– ¿Estás segura de que quieres ir?- la miré arqueando las cejas para darle énfasis a la pregunta, con otro cigarrillo entre los dientes, palpando los bolsillos de mis vaqueros con la impresión de haber perdido el mechero en algún momento.

-Estaré bien, papá. La seguridad del hotel donde me alojaré no puede ser mejor, te lo prometo. Llamaré todos los días sin falta y de vez en cuando incluso recibiréis algún paquete con regalos. Será casi como si estuviérais allí- afirmó con total certeza.

Veronica esperó hasta que asintiera con la cabeza para darme el encendedor, lo cual me molestó bastante, ya que en mi cabeza se empezó a barajar la posibilidad de que ella ya supiera lo que iba a pasar, y eso no me gustaba absolutamente nada. Mi esposa siempre decía que poseía un sexto sentido, siendo este uno que le daba el poder de salirse siempre con la suya siempre que de mi trabajo no se tratara. Empezamos a salir muy jóvenes, y ya por aquellos tiempos presumía de ese poder mágico que la hacía tan especial; quizá por él nos casamos y tuvimos a Jen, aunque a día de hoy no me ha dado motivos todavía para que me arrepienta de ello.

Al contrario que ahora, Ver antes tenía una larga melena castaña que le llegaba prácticamente a la cintura, siempre sujetada por una fina diadema dorada que conseguía que conjuntase siempre con su ropa, que básicamente, era una falda larga, ya fuera blanca o celeste, una blusa rosa y una chaqueta para los días de más frío. Su familia vivía en Burlington, pero tuvieron que mudarse por graves problemas económicos, ya que eran ocho hermanos y su padre falleció siendo ella bastante joven. Yo, sin embargo, sí nací en aquel pequeño pueblo donde años más tarde la conocí. Lo recuerdo perfectamente: una cálida tarde de verano, en la entrada de la biblioteca; yo fui en busca de un libro de poemas que Mrs. Crogue, mi profesora de francés, me había recomendado leer, y ella salía justo con ese libro entre los brazos. Luego la invité a tomar un café en la vieja cafetería de Mr. Johnson, un hombre jubilado que seguía detrás de la barra sirviendo los mejores bocadillos que jamás haya probado alguien, y bueno, el resto no merece la pena ser contado.

Aquella noche parecía que hiciera mucho más frío del habitual. Las chicas decidieron irse a la cama temprano para aprovechar el día siguiente y dar un paseo matutino por las calles de Wilmington tranquilamente, pero yo decidí subir de nuevo al triste estudio a dar vueltas sobre mí mismo intentando que la inspiración llegase a mí como lo hacía antes, pero no hubo suerte ni tiempo para que emergiera idea alguna de mi desesperada cabeza, que solo buscaba algo innovador que plasmar en el ya amarillento papel que llevaba semanas deseando ser de alguna utilidad que no fuera almacenar polvo.

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⏰ Última actualización: Dec 11, 2017 ⏰

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