III

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Cuando Kurt despertó, Katherine continuaba plácidamente dormida en su pecho, invadida por el calor corporal del rubio. Esto provocó una extraña sonrisa al joven. Extraña, ya que era una dulce mezcla de melancolía y felicidad. Siempre sentía esta sensación cuando estaba junto a ella y le causaba confusión. Cierto es que ambos amigos eran un confuso cóctel de hormonas, pasión, rabia y alegría a la vez. Esta mezcla podía estallar en cualquier momento y, de algún modo lo sabían, esto les asustaba debido a que desconocian las consecuencias que provocarian tal supernova emocional.

Confusión, es la definición perfecta para esta extraña pareja. Confusos y aturdidos vagaban a cámara lenta, cogidos de la mano, mientras todo y todos a su alrededor corrían, chocando unos con otros, sin pararse a pensar tan solo un instante el por qué. Quizás ese era el problema, su deseo en común por hallar la respuesta. La jodida respuesta que nadie parecía tener y este vacío, por no encontrarla, les frustraba. O quizás no encontraban la respuesta porque no sabían formular la pregunta. Quién sabe, tan solo eran un par de aturdidos adolescentes que no sabían lo que querían, solamente sabían lo que necesitaban y esto era el uno al otro.

El chico, aún adormilado, acarició el rizado cabello de su amiga y esta reaccionó dejando escapar un leve suspiro. Al cabo de un rato ella despertó y alzó la vista.

-Perdona si te he despertado -se excusó Kurt, después de besarle la frente. Ella negó con la cabeza, dándole a entender que no era culpa suya. Hundió el rostro en su pecho , dejando escapar su aliento en un bostezo. Acto seguido se deslizó hasta salir de debajo de la cama. Se pusó en pie y se estiró, desperezándose. Sujetó los pies de su amigo y tiró de él, arrastrandole fuera de aquella particular cueva acústica que era el nombre con el que habían bautizado esa parte del cuarto. Bostezó poniéndose en pie frente a ella y le sonrió de igual modo que cuando ella dormía. Esperaba que le dijera algo.

-Vámonos a dar una vuelta ¿no? -sugirió a su amiga, dándose cuenta de que él ansiaba que esta rompiera el silencio.-

-Está bien. -aceptó.- Pero es muy tarde. -Afirmó al observar por la ventana y admirar la fría atmósfera nocturna, en la que la solitaria luna tan sólo estaba acompañada por la tenue luz que deaprendían las pocas farolas que aún conservaban su integridad física.-

-Que más da. -Soltó ella, despreocupada, encogiendo los hombros.- ¿Te da miedo o qué? -Arqueó una ceja y le sonrió con burla.-

-Claro que no. -Contestó él, cruzándose de brazos.- Pero seguro que a ti sí.

-Lo único seguro es que eres idiota -le enseñó la lengua, burlandose de él.-

-Y que eres una cría -le revolvió el pelo.- Anda, vámonos antes de que me obligues a cambiarte los pañales.

-Vete a la mierda, Pato Donald -El segundo nombre de Kurt era Donald y ella solía nombrarle así para burlarse de él. Cuando eran unos críos daba resultado pero con el paso del tiempo él se acostumbró y, en ocasiones, le gustaba que le llamara por su segundo nombre. Lo consideraba un "mote cariñoso". -

-Cuack cuack -Dijó sin llegar a imitar el graznido de los patos, enfrentándose a ella de manera que las puntas de sus narices chocaban y se inclinó, lentamente, hasta que sus labios se encontraron a tan sólo unos milímetros de distancia- Cuack -murmuró en sus labios.-

-Vámonos, pato imbécil -le desvío la mirada y se alejó de él, caminando hacia la ventana dispuesta a abrirla. Cuando la abrió sintió cómo la fría brisa nocturna acariciaba sus ardientes mejillas. Kurt la observó sentarse en el marco de la ventana, con esa extraña sonrisa suya, melancólica a la vez que alegre.

-Salgamos por aquí. No sé si mis padres están en casa o trabajando, pero no quiero arriesgarme a despertarles. -Dicho esto saltó, era un segundo piso pero, justo, bajo su ventana estaba la terraza, la cual era cubierta, y se hayaba a la altura perfecta tanto para escalarla cómo para bajarla. Esperó a Kurt, que no tardó en bajar.

Caminaron hasta llegar a un viejo parquecito, donde aún sobrevivian un par de columpios y un tobogán oxidado. Cada uno se sentó en un columpio, cómo era de costumbre, y se balanceaban despacio, dando patadas a las piedrecitas que cubrian la superficie del parque. Una gran silueta se acercó a ellos, hasta quedarse inmóvil frente a ellos, observándoles desde arriba.

-Continuará.-

Drain youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora