Amargo invierno

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Días después de aquél suceso, el joven volvió al barandal que siempre solía visitar. Parecía ya no recordar esa extraña escena que vivió.

 Se sentó sobre uno de los tubos, ya que el suelo estaba completamente congelado por el agua estancada que había, y no podía pasar por el extremo de la orilla que daba hacia el lago.

 Era casi de noche, y el frío se iba haciendo cada vez más intenso, pero siempre que tenía problemas, el joven se paraba a contemplar la vista del lago, y a fumar en soledad. Aunque prefería la época de verano, el invierno no le sentaba mal, lo relajaba.

 Vestía las mismas prendas que aquella vez: Un pantalón vaquero algo desgastado, color celeste oscuro, una chaqueta polar revestida en seda y unas botas marrones que parecían poder romper cualquier clase de huesos si se lo proponía al pisar.

 Su aspecto era bastante peculiar, porque parecía ser un chico normal, mayor de edad, con un parecido extraño a la soledad, o eso parecía. Si lo veías a los ojos, tal vez encontrabas tristeza en su rostro, a pesar de parecer tan infantil. Parecía vivir llorando, pero a la vez no.

 Volvió a mirar de reojo hacia la punta del edificio, pero allí no había nadie. Volvió a sonreír de manera burlesca, y volteó nuevamente hacia el lago. Acomodó los bordes de su bufanda y siguió fumando su cigarrillo. Parecía estar en paz, más allá de que aún no se solucionaban sus problemas.

 Sintió como la brisa volvía a golpear su espalda, sintió un gran escalofrío y frotó sus brazos mientras los tenía cruzados. Apretó sus dientes y sus ojos parecían querer ver más allá de lo que podía ver en lo más lejano de aquél lago.

 Sintió que alguien tomaba su hombro suavemente, parecía una mano muy liviana, pero volteó bruscamente. No había nadie.

 Se quedó inerte mirando hacia atrás, observó su hombro sorprendido.

 Volvió a voltear hacia el lago, el mal humor comenzaba a atacarlo una vez más. Le frustraba estar pensando estupideces.

 Él jamás creyó en nada paranormal, ni los lazos sentimentales, ni tampoco el hecho de que dos personas se pueden atraer porque así “el destino lo decidio

 Era un joven que gustaba del nihilismo y la abnegación, obstinado, sin creencias. Sólo era él, y nada más que él.

 Volvió a sentir la presión en su hombro, chasqueó la lengua enfurecido y llevó su brazo velozmente hacia la parte trasera de él, como si intentara tomar su espalda. Y allí sintió un suave palpar, sedas… Subió su brazo hacia arriba, sintió un duro pero cálido trazo de piel que recorría hacia una pequeña pared suave según lo que él pensaba.

 Supo desde entonces que era un rostro, sintió el mentón y con áspero tacto lo tomó con su dedo pulgar en la parte inferior, y su dedo índice en la superior. Lo presionó levemente, y siguió recorriendo aquél pequeño rostro. Palpó unas frías mejillas, suaves, cabello sobre ella que obstruían el sentir del joven, que estaba anonadado, y por alguna razón sentía la confianza suficiente como para hacer lo que estaba haciendo.

 Sintió algo de vergüenza cuando notó que realmente era una persona, y estaba teniendo contacto directo con ella.

 Abrió sus ojos de par en par, porque sonreía teniéndolos cerrados mientras recorría aquél suave rostro, que le traía nostalgia.

 Se dio la vuelta, y al ver a una pequeña joven de tiernos ojos color marrones, se estremeció de sólo pensar que había recorrido su rostro de piel pálida, y finos labios, porque los sintió… él estaba seguro de que tocó sus labios.

 La joven se quedó mirándolo fijo en aquél momento. El sonrojado chico no sabía qué hacer en ese momento, y maldición… el estar sonrojado no le quedaba realmente. Esos ojos puntiagudos, que reflejaban la amargura, y esos pómulos tibios, no se complementaban para nada.

 La joven sonrió.

 _Conozco tu secreto. —Dijo la pequeña, y se dio media vuelta rumbo hacia quien sabe dónde.

 El chico quedó hecho una piedra.

 La observaba tieso, como se marchaba caminando, con paso tranquilo y sin apuros.

Se notaba como zigzagueaba a veces con sus piernas, mientras trotaba por instantes y luego caminaba haciendo que su coleta se menee sobre su espalda. Llevaba puesta una falda naranja, y una fina polera de color azul oscuro, junto a unas medias largas que llegaban hasta sus pequeños muslos.

 Sí… a sus ojos era una trastornada más que se cruzaba en su camino, pero, lo realmente importante es lo que dijo en aquél extraño momento que acababa de pasar frente a sus narices.

 ¿De qué hablaba? ¿A qué secreto se refería?

 _Yo tengo muchos. —Pensó.

 Tal vez había hecho algo malo, tal vez la joven sólo le estaba gastando una broma, y él no conseguía comprenderla.

 _Mi secreto… —Pensó nuevamente, y miró hacia la terraza de aquél edificio una vez más.

 En sus pensamientos sólo rondaban paranoias y estupideces que realmente no lo llevarían a nada si pensaba en ello. Él era consciente de haber hecho cosas muy malas en su vida, pero siempre se consideró una persona muy honrada. Honesta, podría decirse.

 Tal vez su comportamiento algo violento lo delató en algún momento, y se pasó de la raya alguna vez, eso pensó, y lo pensó varias veces.

 _¿Qué haré si he lastimado severamente a alguien? —Se torturó— Debo aprender a controlar mi lado iracundo.

 Era tonto, realmente lo era cuando él parecía ser el villano, porque jamás hubiese lastimado a alguien si no era para protegerse.

 Siempre fue un chico tranquilo, aunque a la vez tenía una actitud un tanto amarga e incomprendida, como si todo le molestara, pero a la vez no.

 Se posó de nuevo sobre el barandal, confundido y a la vez aturdido. Realmente no tenía idea de lo que acababa de pasar.

 _Imbécil. —Murmuró haciendo un pequeño gesto de alivio.

 Por alguna razón, en él todo era extraño. No sabía qué sucedía exactamente, pero si algo lo hacía sentir bien, lo expresaba. Esa chica simplemente apareció, sonrió, dijo una gran estupidez y se fue tranquila. Para él era como si un tornado hubiese pasado para decirle que le contaría un chiste antes de arrasar por completo con él. Gracioso, ¿no?

 Volvió a marcharse del lugar.

Y es así como se detuvo el tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora