Mis ojos llorosos tan delatores, tan sinceros. Odio que no me permitan mentir. Odio también que jamás te hayas dado cuenta de nada, porque a lo mejor te subestimé y esperaba recibir algún gesto. Y me equivoqué. A la vez, agradezco tu falta de atención, total, más no me podías romper.
Bajé las escaleras del colegio con un libro en la mano e intenté dirigirme rápido hacia el patio. Al abrir la puerta me encontré con alguien de frente, y eras vos.
-¿Cómo estás? - Me preguntaste mientras besabas mi mejilla. No me habías dirigido la palabra en días.
-Mal - Te dije. Había sufrido un episodio horas antes y me sentía destruida.
-¿Querés hablar? - Me dijiste. Asentí y ambos nos fuimos hacia un lugar lejos de donde estábamos, donde nadie pudiera vernos.
Te expliqué como pude lo que me venía pasando. Cómo me sentía. Cómo sentía el día a día y lo difícil que era para mí el simple hecho de levantarme y cumplir con lo que tenía que cumplir. Me abrazaste fuerte, me acariciaste y me contuviste un momento.
("-Te llené de lágrimas, perdón").
Recuerdo que dijiste que ibas a estar para mí cuando lo necesitara, que no era una cuestión de ida y vuelta. Que te frustraba el hecho de no poder ayudarme, que me querías, y bla, bla, bla.
(¿Y dónde estás ahora, cuando más te necesito?).
Te hablé también de mis sentimientos, de mis miedos, que al parecer también te causaron cierto escalofrío, porque casi dubitativo en un instante me dijiste:
-¿Y si terminamos con esto? - Así ninguno de los dos se confunde ni comienza a sentir "algo más".
Y no me opuse, acepté y me sentí aliviada. "Algo menos en qué pensar", me dije. Y claro, fueron cosas que sucedieron demasiado rápido, casi sin darnos cuenta. Y yo, que pienso todo, te planteé millones de preguntas. ¿Para qué? Si ninguno sentía nada, o al menos eso se suponía. No había compromisos de ningún tipo.
Te hablé de mis ideas a futuro, y pregunté sobre las tuyas. Qué sería de vos después de que te fueras y comenzaras a estudiar. Recuerdo la empatía que sentí cuando aquella noche dijiste que pensabas mucho en todo aquello que dejarías atrás. Y en cómo pensé en que no quería que te fueras.
Hicimos un par de chistes, un par de burlas, nos reímos y, otra vez, te tenía a centímetros de mi boca.No, no. No otra vez. Por favor, no.
Me alejé un poco, me habías estado abrazando mientras yo lloraba. Recuerdo que ese momento duró sólo una media hora, pero me sentía contenta de haber aclarado dudas. Me arrepentía de no haber hablado sobre todo eso que me hizo mal, sobre las cosas que me dijiste, sobre cómo me trataste en ciertas ocasiones. Y eso que me hizo (y hace) mal sos vos, básicamente. Sólo que jamás te lo pude decir, y dudo que lo sepas.
Te busqué incluso sabiendo que me harías daño. Ahí me di cuenta de que jamás te importé lo suficiente como para hablar o tener un vínculo de amistad sana por más que lo hayas intentado, y que no me gustaría volver a sentirme manipulada de esa manera. Tal vez no sos una mala persona, pero conmigo fuiste una mierda, y el primer día que te vi jamás imaginé lo que podría pasar, lo que pasó.
¿Y cómo yo no me quise dar cuenta de eso?
Esperé demasiado de vos. Ese martes, esa mañana desesperante y eterna que viví, anhelaba con las pocas fuerzas que me quedaban que te acercaras sólo para saber si estaba bien. Y me di cuenta de que me sentía muy sola, y que eras la distracción que había tenido momentos anteriores, lo que me hacía tal vez perderme para no afrontar otras cosas. Y al mismo tiempo, pensar hasta colapsar.
Te esperé. Jamás te acercaste, me viste y no me hiciste caso.
¿Algo más claro que eso?
A veces, de quienes más esperamos es de quienes menos recibimos.
O al menos eso me demostraste.
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Where is my mind?
Short StoryEstos escritos relatan una situación de mi vida en la que me veo involucrada con otra persona de una manera un poco tóxica y confusa. Algunos detalles están omitidos y/o modificados. Gracias por intentar leerme.