Capítulo 3

30 1 0
                                    

El timbre sonó, y nada más tocar, la campana fue mi salvación. Después de cinco horas de clase mi mente iba a estallar por sobrecarga de datos, sobre todo siendo aquel el día que nos dan las vacaciones de Navidad. Rápidamente recogí mis cosas y las metí en la mochila formando una especie de "Tetris". Acto seguido me colgué la mochila y salí lo más rápido posible de aquella habitación. Había sido un día duro, los días antes de vacaciones son los que más cuestan y estaba cansada. Cansada de las clases, por supuesto, porque no me iba a perder la cena de Navidad que habíamos organizado. Ya en casa, el teléfono no dejaba de sonar, todo eran notificaciones del grupo de What's app. Habíamos quedado en ir desde casa de Natalia hasta la hamburguesería andando. Con suerte, nos daría tiempo a prepararnos si quedábamos antes. Me introduje en el maravilloso mundo de Netflix, buscaba algo con lo que distraerme. Una versión actualizada de Romeo y Julieta seguido del clásico de Titanic me pareció la mejor opción. Sin embargo, el barco no había chocado contra el iceberg cuando la alarma del teléfono sonó. Cargada con una mochila con ropa fui a coger el autobús hasta reencontrarme con Katia. Caminábamos por las estrechas aceras de la Victoria, cruzando de vez en cuando algún que otro semáforo. Los transeúntes pasaban por las calles cargados con bolsas de la compra y los coches circulaban en torno a la plaza de la Solidaridad. Desde allí, emprendimos nuestro viaje hacia el ya tan conocido barrio de Puente Jardín. He de decir que no era un lugar que soliese frecuentar, pero 4 años y tres amigas como cabras después se convirtió en el lugar perfecto donde quedar y jugar al "Just Dance" o simplemente para estar por estar. Era un lugar especial que constaba de un gran parque repleto de césped que en algunas zonas se cortaba para dar paso a tramos de tierra. Sobre la entrada del parque, se alzaba un gran muro de ladrillo con unas letras metálicas instaladas sobre su superficie. Toda aquella zona de entrada estaba rodeada por varias columnas interconectadas entre sí y a ambos lados se situaban 2 pequeñas zonas de juego para niños. Más allá de su exuberante naturaleza se encontraban cientos de bloques de pisos idénticos. Aquel barrio era solitario, pero por entonces nos parecía el lugar perfecto para dar una vuelta y acabar comiendo chuches en el "Come come". Hoy, aquel lugar, más concretamente aquel piso al que nos dirigíamos al final del parque era tan solo un lugar de tránsito.

- ¿Dónde habéis puesto el pintalabios rosa? – gritó Katia mirando a todas partes.

- Aquí está, toma. – contestó Natalia con el labial en la mano.

Como regla general de dejar las cosas para el último momento, preferí dedicar mi tiempo a enterarme de las últimas publicaciones de Instagram. Y, evidentemente, cuando vi a mis amigas salir del cuarto de baño ya preparadas me entraron las prisas. Entré en aquel cuarto cargada con una pila de ropa y un neceser hecha un manojo de nervios. Un poco de rimmel por aquí, unos zapatos de tacón asesinos por allá y un pintalabios rojo pasión...y ¡voila! Ya estaba lista. De la cara de reprimenda de mis amigas no me pude librar, pero aún así fueron buenas personas y no se fueron sin mí. De nuevo nos aventuramos en las calles de La Victoria ahora desierta. Decidimos ir atajando metiéndonos por alguna que otra calle, ya que íbamos tarde por culpa de una servidora. Yo la verdad que no tenía ni idea de por dónde nos estábamos metiendo. Solo me quedaba seguir a las dos personas que tenía al lado y que no se me notase la cara de desorientada. Al llegar a la plaza del tren, Lucía nos recibió con una sonrisa (no sin antes recordarnos que llegábamos tarde). Para mi suerte no éramos las únicas, las caras de Raúl, Hugo, Adrián e Isma aparecieron cinco minutos después cruzando el puente.

- Ay que ver, ya os vale. Llegáis tarde.- solté en tono irónico.

Una vez llegaron a la hamburguesería procedimos a entrar. Era un local bastante bien iluminado, con las paredes beige y el suelo de madera oscura. Tenía las típicas sillas y mesas de cualquier restaurante de comida rápida, pero para una comida improvisada era más que suficiente. Nada más cruzar la puerta de entrada se instalaba una barra de bar en tonos oscuros. La zona de comedor se encontraba al final del establecimiento creando una atmósfera acogedora con la imagen de un bonito paisaje sobre las paredes. La pared de la izquierda estaba cubierta con grandes ventanales que daban a ninguna parte. Nuestra mesa se encontraba al fondo de la sala, de frente a un gran televisor que retransmitía el último partido del Barça. Naturalmente, me senté al lado de Isma y de Natalia y procedí a leer la carta con determinación. Entre la gran variedad de hamburguesas creo recordar que me decanté por una de pollo y un "Nestea". Por supuesto que lo de sentarme al lado de Isma iba con segundas, quería tratar de recuperar la conversación de hacía unos días. Por mucho que doliese volver al pasado, por mucho que nada volviese a ser lo mismo.

Con solo una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora