Carta encontrada en el bolsillo derecho del saco

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Florencia, Italia

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Florencia, Italia. 01 de abril de 1983.

Mi querido Gian:

Hoy maté a un hombre. Así que, por favor, dile a mi madre que se olvide de mí esta misma noche. Que quite mis fotografías de los marcos y de las paredes. Que olvide que nací de sus entrañas y que me alimentó con su seno. Que puede dejar de mentirle a las vecinas con que soy un hijo excepcional. Dile que lamento no haberle dado nietos ni una esposa a la cual dejarle la receta de su famoso stracotto. Dile que de ahora en adelante no tiene que llamar en días festivos ni hornear pasteles cada quince de abril. Dile que la amé tanto como un hijo ama a su madre, pero que, por desgracia, no pensé en ella mientras me manchaba las manos. Dile que me hubiese gustado abrazarla fuerte antes de que tuviese esta imagen de mí. Hazle saber, ante todo, que me arrepiento de no haber sido el hijo que ella merecía tener.

Hoy le disparé a un hombre justo a mitad de las cejas. Así que, por favor, dile a mi padre que llevarme de cacería no tuvo nada que ver; dile que lloré después de que aquel jabalí cayó al suelo de forma abrupta. Dile que aún recuerdo esos ojos negros, que aquello era lo que me daba pesadillas. Dile que lamento haber manchado su apellido, pero que tuve una justificación para lo que hice. Dile que no me odie por lo que he hecho, y que si va a soportar mi recuerdo, que no me guarde en su memoria ni como un loco ni como un asesino, sino como el hijo atento y justo que siempre he sido.

Hoy cavé una zanja para un cadáver. Dile a mi hermano que fue el primer hombre que maté y que será el último, y que yo mismo me he entregado a la policía. Dile que no debe temerme, que eso es lo último que deseo. Dile que, aunque he cambiado, sigo siendo el mismo chico que le tocaba la guitarra en días de tormenta y que lo seguía a todas sus aventuras. Dile que yo arranqué aquellas peras del árbol en el jardín y que lamento que papá lo haya golpeado creyendo que había sido su culpa; dile que esa es una de las cosas de las que más me arrepiento. Dile que lo amo, que me hubiese gustado ser un buen tío para sus hijos y que, si quiere olvidarme también, lo entenderé sin rencores.

Hoy maté a un hombre y no me siento culpable. Me bebí una botella entera de vino antes de hacerlo y me fumé un cigarrillo para tomar el valor de escribir esta carta. Créeme cuando te digo que no estaba en mis planes el hacerlo; cuando lo conocí, a pesar de la aversión en mis entrañas, no sé me pasó ni por un segundo. Pero hace una semana, después de tantos meses desde la primera vez, lo vi entre la multitud en el desfile a la basílica de la Santissima Annunziata por la fiesta de la Anunciación. Espíe cada uno de sus pasos en la feria hasta que se fue a casa. Apenas dormí esa noche, mientras ese bicho se me introducía por un oído y me carcomía parte del raciocinio. Dos noches después, inclusive fantaseé con reventarle los globos oculares con mis propios dedos. Y lamento esto, porque sé que tú no quieres saber los detalles ni conocer mi faceta más oscura. Y porque me avergüenzo, no de mi crimen, sino del punto enfermizo al que llegué por su causa. Porque no debí sentir tanta satisfacción cuando, hoy mismo, me planté delante de su puerta y le apunté con mi arma. Su rostro se contorsionó del desconcierto y una sonrisa brotó de mis labios de manera involuntaria. Sé que una gran parte de mi ser ya está podrida, y no puedo ocultártelo, porque nunca te oculté nada, y si esta es la última etapa de mi vida, quiero que también seas conocedor de ella, aunque te duela tanto como para mí lo es escribir estas palabras.

Le pregunté al hombre si me recordaba, de aquellas vacaciones en Bolonia, donde me presentaste formalmente a tu familia. Él ya estaba llorando para ese punto; se retorcía en el suelo como un gusano y quise aplastarle el cráneo con la suela de mi zapato. Lo golpeé, y llegué a un punto donde casi temí desfigurarlo a tal grado que no pudiera hablar. Quería ver el reconocimiento en su mirada, quería que recordara incluso mi nombre y que le supiera agrio en la lengua. Y lo hizo, con gran esfuerzo, pero lo hizo. Primero se disculpó conmigo, juró estar arrepentido como nunca antes. Ah, pero cuando al fin cayó en la cuenta de que, dijese lo que dijera, de igual modo moriría, volvió a escupirme lo mismo que en Bolonia, de hecho fue mucho peor. De esto no necesitas saber los detalles, pues sé muy bien que recuerdas aquellas palabras a la perfección, aunque jamás vayas a admitirlo, aunque me hayas prometido cada noche que lo mejor era olvidar y perdonar. Lo siento, Gian, pero eso era una mentira que ni tú mismo eres capaz aún de creerte.

Estuve a punto de matarlo a golpes, en especial cuando comenzó a reír como un desquiciado, creí que ya había reventado algo importante dentro de su cabeza. Pero al final desistí, y no solo por la sangre y el cansancio en mis nudillos, sino por el reflejo en sus pupilas: era yo mismo, pero no me reconocí. Me dio miedo lo que encontré. Así que solo me puse de pie y le disparé. Es rápido y no te da tiempo a pensar en lo mucho que has tenido que quebrarte para poder estar ahí plantado. Solo lo haces y ya. Después vomité y me fui de allí antes de que los vecinos llamaran a la policía.

Y lo siento otra vez, de corazón, pues en tus recuerdos sé que me ves como un hombre pacífico. Y no intento decir que todo haya sido una mentira; contigo me siento cómodo y relajado, entonces, ¿de qué otra forma tendría que haberme visto además de feliz? Ay, Gian, pero este hombre... Este maldito hombre sacó lo peor de mí. Me arruinó. Y debes entender, aunque te sea difícil, que no pude controlar esa explosión de ira. Iba más allá de mí. ¿Pues cómo iba a permitir que alguien te tratase así? Las marcas en tu piel, esas palabras que eran peor que el veneno... Eres la última persona en la Tierra que merece semejante trato. Te juro, mi querido Gian, que de todas las personas que conozco, tú eres el de alma más bondadosa. Y todo aquel que te conozca sabe que es verdad. Y sabe también que tú jamás podrías hacerle daño a otra persona, y por eso debía hacerlo, por eso tenía que ser yo quien lo hiciera.

Maldita sea, disculpa si hay manchones de tierra, lágrimas y sangre en esta carta. Ni siquiera he tomado un baño. La nariz ha comenzado a escurrirme. A mí también me duele lo que he hecho. No por aquel hombre, sino por ustedes. Por la vida contigo que he dejado escapar. Sé que no pensé, solo actué. Y lo siento tanto, no sabes cuánto... Sé que también merecías una mejor historia de amor, y yo creí que podía dártela... Cuando me recuerdes puedes omitir todo lo que quieras de mí, pero no olvides lo mucho que te amo. Tal vez es mucho pedir, pero no quiero ser olvidado por ti. Puedes irte a otro país, puedes enamorarte y casarte con quien sea que gustes. Te pido que busques la felicidad. Pero mantén mi amor en un rincón muy dentro de ti, en un pedacito que al menos puedas sacar a escondidas una noche al año. No pido demasiado. Pero si eso te lastima más de lo que te conmueve, si el recuerdo es más amargo que dulce, entonces olvídate de mí lo antes posible.

Tengo tanto miedo, lamento si el temblor de mi mano no me permite la mejor de las caligrafías, aunque esta carta ya es un desastre por sí misma. Dios. Dios. Dios. Gian, mi Gian. No quiero imaginar el momento en el que recibas esta carta ni tu rostro mientras la leas. Esa mirada es lo que más me aterra, y sé que es una tontería después de todo lo que sabes. Es solo que ahora me gustaría poder cambiar el rumbo de las cosas, pero todo está hecho y ya puedo escuchar a la policía llegar. ¿Tendrán compasión de mí? Já. Sé que no debo engañarme a mí mismo.

Ay Gian, nadie debería jamás confesarle esto a un amigo ni a un amante, y mucho menos a un hombre tan bueno como tú, pero esta mañana maté al hombre que, en otra época de tu vida, solías llamar padre.

Piero.

Los cadáveres que nunca fueron reclamadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora