Capítulo 2

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Se decía que una historia de amor no debía ser contada a cualquiera, que solo las dos personas enamoradas tenían ese derecho y que sus sentimientos eran ocultados para todos.

Ellos tapaban sus oídos, sus bocas y sus ojos con la esperanza de nadie pudiera saber más allá de la frontera entre sus territorios, el amor tan grande que se tenían.

Las Maldiciones siempre habían existido para causar daño a los seres humanos y los seres humanos, para servir de comida a esas Maldiciones.

Pero no siempre fue así.

Las ofrendas comenzaron desde que esa mujer desapareció y se llevó todo con ella, todo el odio que cargaban las personas a su alrededor, las masacres e incluso el odio del rey de las Maldiciones, que fue lo que más afecto a todos.

—¿Otra vez ese cuento? ¿Sabes que a papá le molesta saber de eso, mamá? —Cada noche era lo mismo, su madre le contaba pedazos de esa historia e incluso repetía constantemente las partes que una vez ya fueron contadas.

—Pero papá no está aquí y Yuji debe ser un buen niño y escuchar a mamá, porque Yuji tiene un don que ni yo ni tu papá tenemos.

—Estás rara, mami.

—No, no es así mi pequeño tigre —Esa noche su madre le abrazo con mucho cariño, y comenzó con esa historia nuevamente, pero esta vez tampoco la terminaría.

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Hace mucho tiempo, existió una hermosa mujer. Su cabello era largo y suave, castaño con ese brillo especial. Los hombres decían que era como una diosa ya que no parecía de este mundo y cada vez más se alejaba de todo lo real pero... la belleza no era todo lo que esa mujer tenía. Decían que podía hablar con la Maldiciones e incluso tocarlas sin que estas les hicieran daño.

Las personas a su alrededor comenzaron a tenerle miedo. Las Maldiciones para ellos eran seres de los cuales se tenía que tener temor, no darles ofrendas; pero todo fue diferente cuando esa mujer se fue de la aldea sin decir nada. Los aldeanos, aliviados por el hecho que de ella no estaría más, hicieron una celebración ante ese milagro, pero en pleno festejo Ryomen masacró a todas esas personas.

Niños, mujeres, ancianos. Cada uno de ellos a merced de Sukuna siendo devorados. Su carne servía para su deleite.

Pasaron días en los que esa mujer se había ido dejando a su paso una desgracia en los pueblos en los que estaba, como si el gran Rey de las Maldiciones la buscara, pero no era así, él solo seguía a las Maldiciones que llevaba esa mujer.

—Es ella... —Llegó a otro pueblo y los murmuros no se hicieron esperar. No tanto por la belleza que era envidia de las mujeres de ese lugar, sino por los rumones que la mujer cargaba.

—Dicen que Sukuna-sama la busca —Un lugar más el cual sería destrozado.

—¿Sukuna-sama? No, no puede ser... Sus dominios están cerca de aquí, siempre le tenemos alegre por nuestras ofrendas —Nunca antes habían sentido miedo. Nunca antes Sukuna había bajado para encontar a su presa. Nunca antes los ancianos habían dicho que esa mujer debía dejar la aldea.

Los ancianos eran los más sabios de ese lugar, los pilares que una vez se consideraron importantes. Ellos habían decidido que esa mujer debía ser una esposa de Sukuna si quería seguir viviendo en ese lugar y no pasar hambre como en los otros lugares en los que había estado. 

Los dominios de Sukuna estaban cerca del lugar, así que era fácil que ofrecieran a esa mujer como sacrificio.

—¡No me casaré con una maldición! Viví parte de mi vida atada a una como para estar atada a otra.

Sukuna no era alguien de esperar, pues al momento en que supo que esa mujer estaba ahí, fue por ella. Uraume había dicho que esa chica era especial y que necesitaba tenerla a su lado. Sukuna llegó al lugar, tomando a la mujer sin más para llevarla lejos del pueblo, prometiendo una vez más que el lugar estaría seguro y en paz por otros años más.

—¡Suéltame! —gritó, golpeando la espalda de Sukuna con todas sus fuerzas.

—Eso dolió pero no tienes energía maldita así que no funciona —Esa mujer era especial, y no solo por la energía y las Maldiciones que la seguían, sino porque su cuerpo estaba maldito. Tenía la fuerza para darle batalla pero no sabía como, en sí, le molestaba porque no sabía su potencial.

—No, pero tengo a--... —No la dejó hablar pues habían llegado a la posada donde Sukuna vivía. El ajeno bajó a la mujer, indicándole entrar a lo cual ella asintió. Sukuna no le había hecho nada así que era raro.

—De ahora en adelante vivirás como mi esposa, algún día darás a luz a mi hijos.

—... —¿Hijos? ¿Había escuchado bien? No. Eso era imposible. Lo había escuchado y todas las mujeres que intentaban eso morían. Ya lo había visto, y por eso odiaba a las Maldiciones que las seguían junto con los aldeanos que daban a sus hijas o esposas para experimentar— ¿Hijos?

—Sí, Sukuna-sama necesita un hijo o un recipiente en el cual reencarnar —Uraume habló ante aquella mujer, pues Sukuna de había ido del lugar.

—Está loco... —La mujer tembló, abrazándose a si misma tras las palabras dichas— Una Maldición no puede reencarnar en un bebé.

—Las órdenes de Sukuna-sama fueron esas. No puedo intervenir ante su decisión.

Lo odiaba. Odiaba el hecho de nacer como una mujer maldita a la cual las Maldiciones servían. Odiaba ser capaz de concebir un hijo de una maldición. No quería. Estaba cansada de eso.

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—¿Sukuna?

¿Tanto tiempo había pasado desde ese día?
¿Cuánto tiempo fue el que estuvo al lado de esa maldición? Año y medio, y esos últimos ocho meses se dio cuenta de que el rey de las Maldiciones no era lo que todos pensaban.

—¿Estás bien? —Todo ese tiempo en el que Sukuna quería tener hijos, ese tiempo en que estuvo con ella fueron los días más felices de su vida, pues le cuido como nadie antes. Al tomarla como su esposa esperó que ella estuviera lista para aceptarlo.

—Sí, un poco cansada pero estaré bien, el bebé se mueve mucho por lo que es dolosoro —Sonrió. Sukuna le había tomado entre sus brazos para llevarla de vuelta a la posada.

—Estarás bien, Uraume dijo que todo saldrá bien, te alimentaste correctamente.

—Me querías dar carne de humanos ¿Sabes que eso está mal? —Un pequeño golpe fue dado en la cabeza de Sukuna, quien solo negó restándole importancia.

—Era para que el bebé que llevas en tu vientre este sano —dijo.

—Hmm... Tomaré eso como una preocupación más del gran Sukuna Ryomen, pero no creas que te voy a perdonar.

La primavera estaba comenzando, y como  ella, los nueve meses en los que su bebé tenía que nacer. Sukuna salió dejándola sola pero con la promesa de que regresaría antes de que diera a luz, ya que los rumores de que nacería su hijo se extendieron rápidamente, haciendo que todos quisieran hacerle daño. Él, como el padre de ese bebé y esposo de la mujer a la cual amaba, tenía que protegerlos.

—Uraume, ¿Sukuna regresará pronto? —Los dolores eran cada vez más fuertes, no soportaba eso, pues dar a luz a un bebé de una maldición era imposible para algunas mujeres, pero para ella no, solo era... doloroso.

—Lo siento, Sukuna-sama no regresará a tiempo así que tiene que dar a luz sola. Le ayudaré en lo que sea, no la dejaré.

—Ryomen... Vuelve pronto.

Gracias a mi hermasa Bae por corregir esto. pousgotaproblem

Se merece todo el amor del mundo por leer y corregir mis cosas sin sentido jsjsjs.

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