No tan inocente - Capítulo 5

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Con el pasar del tiempo las cosas empeoraron, los militares registraban las casas en busca de familias ocultas como nosotros, era lo que más temíamos, que un día los militares irrumpieran en la tranquilidad de nuestro escondite y nos llevaran lejos, nos separaran a todos y terminaran con nosotros, era nuestra peor pesadilla.

Lamentablemente esa pesadilla se hizo realidad.

Un día de octubre, estábamos toda la familia jugando al ajedrez en la mesa principal de la sala de estar cuando lo peor comenzó.

Los militares entraron a nuestra casa.

No tuvimos tiempo de escondernos, tres militares armados ingresaron y nos llevaron a una camioneta. A mis abuelos y mi madre los llevarían a declarar por habernos refugiado, y a mi padre, mi hermana y a mí nos llevaron hacia el calabozo en el cual pasamos dos días.

Estábamos mi familia y algunos otros negros encerrados en el mismo calabozo, con el pasar de los días cada vez más gente venía, por su etnia, religión o pensamiento; razón por la que estaban encerrados ahí junto a nosotros, desesperados todos, sin salvarse nadie.

Los militares nos amenazaban, se reían de nosotros. Durante esos dos días no comimos ni tuvimos acceso al agua, nuestras panzas rugían y nuestros labios pedían agua a gritos. Si se cree que el peor sufrimiento que pasamos en ese momento fue la falta de nutrientes, se piensa incorrectamente, nada se compara con la preocupación y el miedo que cargábamos con nosotros.

Al amanecer del segundo día en ese lugar nos vinieron a buscar, pensábamos que ya había terminado, que había pasado, pero no.

Miré desesperadamente a mi padre y a mi hermana buscando una respuesta, pero al ver sus ojos llenos de desesperación me di cuenta de que estábamos en la misma situación, me abracé a ellos y las lagrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, apreté las manos de mi padre y levante la cabeza tímidamente, el me miro y me dijo, "siempre estaré contigo hija, te amo", las mismas palabras le dirigió a mi hermana.

Mientras transcurría entre nosotros esta lacrimógena despedida los militares nos hacían correr hacia los vagones de un tren. En ese momento un militar nos separó a mi hermana y a mí de los brazos de mi padre, mis labios temblaron, hoce a gritar pero mis pensamientos se centraron en mi hermana menor, mi querida hermana, estaba llorando apretando mi mano, ya no podía hacer nada para volver a tener a mi padre, ya solo podía hacer todo lo posible para que no me quitaran a mi hermana, no iba a permitir que me separaran de ella, debía cuidarla, ella me necesitaba, de ahí en adelante yo me ocuparía de ella. La apreté fuertemente contra mi cuerpo y me dirigí hacia el tren, tontamente pensé que al estar ahí ya habría pasado todo, que estaría a salvo, que ingenua que fui.

El viaje en ese tren duró un día, en el trayecto no nos dieron comida ni agua nuevamente. El sueño, o tal vez la desesperación y falta de energías hizo que mi hermana se durmiera apoyada en mi hombro, yo no dormí, no iba a dejar de velar por ella ni un minuto, debía cuidarla hasta que esto terminara y pudiéramos volver a estar con papá y mama. Al llegar al destino me encontré ante un paredón hecho de ladrillos sin revocar en la cual decía "campo de concentración" las lagrimas comenzaron a brotar de mis ojos pero hice todo lo posible para que no se notara, no debía saber mi hermana que yo tenía miedo, tal vez si me veía tranquila la podía convencer de que no era tan malo todo. Qué ingenua era, cómo podía creer eso, no era necesario que me viera llorar o no para comprender que algo malo sucedía.

Los militares nos apuraron y a paso rápido nos hicieron entrar al lugar, una vez allí nos despojaron de nuestras ropas y objetos que tuviéramos con nosotros y nos entregaron trajes a rayas grises y blancas para que nos pusiéramos, me puse el mío y luego vestí a mi hermana, pensé en decirle que le quedaba lindo, para que se sintiera bien, pero no llegue a hacerlo cuando la vi levantar su cara y mirándome con lastima a los ojos me dijo:

-Hermana, sé lo que está pasando. No intentes ocultarlo, no necesito que niegues tu desesperación o tu miedo, sé que no estás feliz estando en este lugar. No necesito que finjas, necesito una persona que sienta lo mismo que yo y me pueda entender, así que hermana, no me mientas, confía en mí. Estamos juntas en esto, y si no nos decimos la verdad entre nosotras ¿con quién lo haremos?

Al oír esas dulces palabras de mi hermanita, mi pequeña hermana, de tan solo nueve años, mis lágrimas salieron al fin de mis ojos y con la poca fuerza que me quedaba le dije – hermanita, estoy orgullosa de ti, eres una niña fuérte. Tienes razón, debemos confiar la una en la otra, estamos juntas en esto -

Aida asintió con su cabeza despeinada y me abrazó, nos fundimos en un abrazo, un abrazo puro y sincero que no olvidaré jamás.

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