Segundo Día

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21 de Junio del 896 ad Urbe condita (a.U.c.)

Hoy sí que es el gran día. Me siento un verdadero bicho raro porque llevo creo que toda mi vida esperando el día para que casarme. Claro que siempre he soñado que me sucediera lo mismo que a mi madre.

*FLASHBACK*
- "Por fin me caso" me decía a mi misma. - Me contaba mi madre - Pero nunca creí que al casarme me enamoraría de mi ahora querido esposo Julio... - Mira a la nada embobada. - Venus decidió hacer lo suyo con nosotros y me enamoró al minuto de ver a tu padre. Creo que él sintió lo mismo por mi, el detalle es que él es un poco más cerrado en sí mismo. Su padre fue un poco duro con él.
*FIN FLASHBACK*

Mi madre entra en mi aposento y me ayuda a colocarme la túnica recta blanca con el cordón de lana mediante el nudo de Hércules (que mi futuro marido desatará por la noche). Por encima me coloqué el manto color naranja encendido, que escondía la parte alta de mi rostro. Mi madre me hizo las seis trenzas y le añadimos una corona de flores de mejorana y verbena.
- Madre...
- ¿Sí, hija?
- Me gustaría que mi boda fuera como la tuya y mi esposo fuera como mi padre es... Desde que me contaste la historia de tu boda con mi padre deseo que me suceda lo mismo. Esa era la segunda razón por la que he ido ayer a rezarle a los dioses. A Venus para que nos enamorara, y a Juno para que nos haga respetarnos a los dos y tengamos una bonita familia.
- Ya verás como te pasará lo mismo que a mí. Pero recuerda que si tu corazón no salta al ver a tu esposo usa la cabeza para que al menos le cojas cariño a lo largo de sus vidas.
- Mamá, ¿siempre eres tan sabia?
- Lo intento ser cada día hija.
***
En el momento de ver a mi prometido mi corazón latió con fuerza, quería salirse de mi pecho. Las palabras de mi madre resuenan en mi cabeza, pero hay una gran diferencia entre lo que dijo y lo que me sucede a mí. Yo no me enamoré al minuto, porque apenas han pasado cinco segundos y siento que daría la vida por él... Espera... ¡Pero si es el chico liberto que siempre me gustó! Emilio... ¡Oh por Júpiter! Me caso con él chico liberto que siempre soñé.
***
Llegados al umbral de mi nueva casa, ofrecí mis plegarias a las divinidades del umbral; impregné de aceite las jambas y les até unas cintas de lana, y luego levantada por miembros del cortejo, franqueé el umbral, para no tropezar, y evitar un mal presagio. Mi querido esposo me esperaba en el atrium, y me ofreció agua y un pequeño fuego. Prendí el fuego del hogar con la antorcha nupcial que luego lancé a los invitados, ofrecí tres monedas, una a mi marido, otra a los dioses del hogar y la tercera a los lares Compitales de la encrucijada. Luego pronuncie una oración antes de ser llevada al lectus genialis [habitación matrimonial], que estaba hermosamente adornado con flores de azafrán y jacintos.
«¡Gracias Venus y Juno por tan grata alegría!».

Diario De Una Mujer RomanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora