Alejandro y Sofía comenzaban a estar más unidos, y La Muerte protegiendo de que nada le pase a la fuente de felicidad más grande del mundo también permanecía con ellos. Sin embargo, hasta en el día más soleado pueden caer gotas de lluvia. Alejandro, trabajaba en el rosal con su padre, pues el campo de rosas era la fuente de economía de la familia, el joven muchacho era alguien bastante trabajador y apasionado. Sin embargo, era un muchacho demasiado ensimismado y, por lo tanto, muy despistado en el trabajo. Su padre era alguien bastante estricto y muy controlador con Alejandro, pues no quería que éste descuidara el campo ya que el viejo hombre pretendía dejarle las tierras a su pequeño y único hijo. Alejandro y Sofía se veían a escondidas y, luego de tanto tiempo, ambos fueron descubiertos. La separación de ambos desconcentró a Alejandro de manera poco común, le quitaba el apetito, las fuerzas, las ganas de trabajar. Su padre, al darse cuenta de tal situación comenzó a maltratarlo tanto física como verbalmente, lo explotaba y lo obligaba a levantarse de su cama a trabajar. La pequeña Sofía, triste y deprimida por la falta de su enamorado y la partida de su hermano, pasaba noches enteras llorando de manera desconsolada y la lúgubre presencia, con su túnica fría, intentaba arropar a la hermosa niña y protegerla hasta que la misma dejara de llorar y se quedara dormida. El muchacho, Alejandro, le enviaba cartas proclamándole su amor y deseo, que la extrañaba de manera infernal y que su amor por ella jamás se apagaría. Sofía le respondía muchas de las cartas e incluso le enviaba más de lo esperado, pero, aun así, a pesar de los tantos intentos de comunicarse con Alejandro, Sofía, pocas veces recibía respuesta. El viejo y obstinado padre de Alejandro al ver las cartas llegar al buzón las quemaba junto con la hierba mala del campo, pocas veces el muchacho llegaba a ver algunas. El viejo hombre pedía y recomendaba que Alejandro dejara de verla, porque ella, era un ancla, porque todas las mujeres lo eran, no lo iban a dejar avanzar y siempre estaría estancado en la vida.
La realidad era que, a los dos hombres, los había abandonado la misma mujer hacía muchos años ya. La madre de Alejandro, se fue del hogar en el que pretendía criar a su hijo toda la vida cuando éste sólo tenía 7 años, el padre, furioso y despechado comenzó a criar a su hijo con fuerza y actitud para que éste no pasara lo mismo por lo que él. Sin embargo, los años de niñez fueron muy diferentes a partir de ahí. Alfonso, con tan sólo 8 años de edad comenzaría a trabajar para su padre, sin recibir ningún tipo de recompensa ni gratificación, el viejo hombre trataba de mal en peor al pobre niño, que mientras pasaban los años más iba perdiendo la inocencia. Los maltratos verbales y mentales que infringía en el pequeño cada día empeoraban más, pues poco a poco iban convirtiendo al aún niño, en todo un hombre.
Una mañana cálida, llegó al buzón de Sofía, una pequeña carta. Sólo tenía unas cuantas palabras que notificaban una noticia esperanzadora, pues Alejandro, por fin sería capaz de ver a Sofía. Sin embargo, es menester dar una explicación detallada de cómo las decisiones de un viejo terco pudieron cambiar de la noche a la mañana.
Alejandro comenzaba a tenerle resentimiento a su padre, pues sabía que, por culpa del mismo, él jamás sería feliz. El ancla no era Sofía, el ancla era él. Su padre, el hombre que dio todo por él, el único que daría su vida por el joven muchacho. ¡Y era claro que lo era! Todo llevaba a esa respuesta, que el padre, jamás lo dejaría avanzar. Jamás lo dejaría ser feliz.
Alejandro, comenzaría a dejar de ser el mismo, y La Muerte, se dio cuenta de eso. Dejaron de llegarle cartas a Sofía y ésta, se preocupaba cada vez más. El juramento de la muerte fue el de ayudar y proteger a todo aquel que hiciera feliz a su protegida y, por lo tanto, tendría que mantener vigilado a Alejandro. Una noche fría, la muerte se encontraba deambulando por los distintos hogares del centro del pueblo junto con Sofía, pues ésta, buscaba desesperadamente un medicamento para la fiebre de la madre. Sin embargo, un sentimiento bastante conocido llegó al espectro y, en un pequeño movimiento, llegó hasta el lugar del que se producía el mismo. Alejandro, yacía recostado de su cama dura y sucia, leyendo un libro de algún poeta maldito que probablemente su alma ya era posesión de La Muerte. Su cara no reflejaba nada más que serenidad, sin embargo, de su alma emanaba el odio más grande y puro que la muerte sintió jamás. Sofía estaba a salvo, por lo tanto, no había de que preocuparse y, estar con Alejandro, era la única forma de saber si él realmente la haría feliz a ella. Alejandro dejó el libro sobre una mesa de noche que sostenía una lámpara que le daba brillo a la habitación mientras leía. Se sentó sobre la cama y tomó una escopeta doble cañón del costado de la misma que pertenecía a su padre, éste la usaba para cazar algunas codornices cómo pasatiempo. Probablemente al joven muchacho le tocaba hacer la guardia de la noche. Revisó su munición y se percató de que ambos cañones tuvieran balas. La Muerte, había presenciado esa escena mucho tiempo antes, cuando un joven muchacho, lleno de odio, atentó contra toda su familia, sin embargo, sabía que esta vez era diferente. El chico se levantó de la cama y caminó con detenimiento, cómo si quisiera que ni los demonios lo escuchasen. Pisaba el piso de forma taciturna, con calma, con parsimonia. No quería que nadie lo escuchara y eso se notaba a leguas. El padre reposaba dormido en su cama, las luces de su habitación se encontraban apagadas y las ventanas cerradas. La lluvia comenzó a caer y fuertes truenos y rayos comenzaron a quebrantar el silencio lúgubre de la satánica escena. El hijo, que con sumo cuidado llegó a la puerta de la habitación de su padre, comenzó a abrir la misma de forma delicada, metiendo cada parte de su cuerpo con tanta lentitud posible, para hacer el menor ruido. La lluvia, que caía sobre la ventana de la habitación, era el único sonido que se escuchaba en el hogar y, los fuertes ronquidos del señor, estaban siendo opacados por el fuerte latir del corazón de su hijo. Que a pesar de que estaba completamente decidido, estaba muy asustado, porque sabía que, lo que haría, jamás tendría reparación.
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Mortífero.
Short Story"Existe una leyenda en la que se cuenta, por muy ficticia que parezca, que la muerte, alguna vez sintió amor. Siempre, he creído que es más una historia de horror, que, de amor, sin embargo, jamás ha dejado de parecerme romántica. El hecho de que un...