Capítulo III

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La técnica, si se me permite decir así, era fácil. Sólo se requería fuerza. Se tomaba el cuerpo del humano desde el cuello, apretando del él mientras se eleva a casi un metro de distancia del piso, logrando con ello inmovilizarlo; se le sujetaba una mano, pues de ahí era de donde se le extraía la sangre para alimentarse.

Era la técnica que yo utilizaba para alimentarme, el vampiro me había enseñado.

Andar por las colinas, recorriendo las aldeas con casuchas de adobe en busca de humanos indefensos para alimentarme, era mi único deseo. Tenía sed, una terrible sed.

Mis víctimas favoritas eran los hombres fuertes, pues de ellos podía conseguir la sangre más deliciosa; los niños no eran tanto de mi afecto. Beber del brazo de mi víctima me ahorraba soportar el hedor que de su cuello provenía; eso lo dejaba para cuando bebía de la sangre de las mujeres, me apetecían más y olían mejor.

Sangre, todo era sangre. Quería sangre de humanos sobre todas las cosas. Era mi destino.

Desperté con el corazón agitado, palpitaba con ritmo acelerado. Tuve claro que no había sido una pesadilla, mas sí un sueño con una realidad anhelada.

Me levanté de la cama con un cólico horrible. Me pregunté si el vampiro podría oler mi sangre a distancia. Era mi primer mes ahí y temí provocar algo, razón por la cual tomé precauciones. Antes de que anocheciera, me encerré en mi habitación. Terminé evitándole el tiempo necesario.

Aún tenía cosas qué preguntar, aunado al hecho de evitar que descubriera que lo había contactado a usted, profesor, así que seguí imponiendo mi prudencia. El vampiro era quien llevaba el ritmo de la situación, de las confesiones, yo solo prestaba oídos a cada relato y guardaba silencio; pocas, pero delicadas eran las preguntas que le realizaba.

Una semana después, ahí estaba de nuevo en el salón, reunida con él. Me miró apenado.

-¿Acaso dije algo que te asustó o molestó para apartarme de tu presencia tantos días? -me preguntó con rostro afligido. Dudé que no hubiera notado la razón. Delicadamente, me tomó del brazo donde semanas antes había encajado sus colmillos y descubrió las pequeñas heridas, ya casi habían sanado. No dijo más.
-No estaba en las mejores condiciones -respondí.

Me miró con rostro extrañado. No quise mencionar la posible razón, por lo que dejé en la mesa de centro del salón un par de libros que había tomado del sótano días atrás. Me sirvió como pretexto para evitar cualquier otro tema de conversación; sin embargo, él tenía otra cosa importante qué decirme.

-Tengo algo para mostrarte -dijo emocionado, entró y salió de la pequeña biblioteca con una computadora portátil, era la primera vez que veía un aparato electrónico en ese lugar-. He estado usando esto toda la noche, tratando de entender cómo funciona el mundo de hoy. Estoy seguro que tú sabrás de estas... cosas.

Sin querer, erguí mi ceja izquierda, como acostumbraba hacer cuando algo me extrañaba y noté que lo hice porque sabía que era un gesto con el que no me sentí cómoda. Al menos él no era el tipo de persona con quién acostumbraría hacer ese tipo de gesticulaciones. Por otra parte, estaba claro que en su mente había al menos un hueco de cincuenta años, aunque por los vestidos, supuse me quedaba muy corta de tiempo.

-Sí -respondí rápidamente-. ¿Qué necesitas saber del mundo de hoy? El vampiro me miró ya sin un rastro de emoción que no entendí. -¿Qué deseas saber? -repetí.
-En realidad no sé, son tantas cosas. Por ejemplo, ¿esto para qué sirve? -dijo refiriéndose a la computadora portátil-. Desde que «desperté», he visto a muchas personas usar estos artefactos. Incluso los he visto usar, con frecuencia, el aparato telefónico como el que te destruí. ¿Qué son todas esas cosas, Eva, cuál es el propósito de su construcción?

Era un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora