Capítulo V

37 1 2
                                    

La pesadilla de esa noche fue distinta. Fue sangrienta, sin lugar a duda, pero fue distinta, muy al borde de la tristeza.

Lo vi convertido en un vampiro, atado a una cruz de madera y en medio de una hoguera. Escoltado por varios hombres en túnicas negras, como si fuera algún tipo de ceremonia. Era como lo había visto en el hospital meses atrás, pero como de otra época, con voces cuyo dialecto no entendía, con instrumentos de tortura sacados de un filme de terror.

En algún momento de la madrugada abrí los ojos porque escuché mi respiración, entonces
sentí su presencia al lado de mí, recostado boca arriba. Percibí su olor a flores y aspiré tan hondo cuanto pude. Estaba recostada de lado, frente a él, con un brazo extendido hacia arriba, bajo mi cabeza y el otro en posición recta sobre mi cuerpo. Sabía que en algún momento me había quedado dormida, pero no sabía cuánto tiempo había pasado después de eso. Aún estaba oscuro, podía escuchar el ladrido del perro de la casa vecina, los grillos del jardín y
nada más.

Me sentí seducida y satisfecha. Somnolienta, corrí el brazo que tenía sobre mi cuerpo hasta el pecho de Niahm con el fin de sentirlo más «mío», pero me lleve la sorpresa de su frialdad, no de su carácter, sino de su cuerpo muerto, pero con vida. Tal vez esa temperatura me habría hecho saltar de la cama en otras circunstancias, pero no en ese momento. Al contrario de lo que él hubiera esperado, me acerque más a su cuerpo descansando mi cabeza en su hombro y mi brazo sobre su pecho desnudo.

—Estoy muy frío —dijo— con voz susurrante.
—No me importa —le respondí pegándome más a él.

Volví a quedarme dormida y no desperté hasta que salió el sol y distinguí luz en la ventana de la recámara. La misma donde había pasado la noche al lado de él, el vampiro.

Ya no estaba ahí, me había dejado envuelta en las sábanas donde nos habíamos acostado, cubriendo mi cuerpo desnudo, lo que consideré como algún tipo de «respeto». Me incorporé un poco girando la cabeza hacia los lados, descubriendo en una de las mesitas de noche la caja de tés que me había obsequiado. Cerré los ojos dejándome caer a ciegas sobre la cama. A pesar del sacudido, mi mente evocó lo sucedido a escasas seis o siete horas. Sus manos sobre mi cuerpo estremeciendo mis muslos por su temperatura fría. Fue como recostarse desnuda sobre el suelo frío o echarse un chapuzón al agua fría. Reí para mis adentros.

Después de ducharme y alistarme, bajé con la caja de tés de todos los sabores, elegí el de vainilla. Cada sorbo sirvió para recordar cada caricia.

Debo confesar que la mayor parte del día la pasé con los ojos cerrados, suspirando y evocando los minutos debajo de él. Hasta que en la tarde, alrededor de las cuatro, me aterró la incertidumbre de no saber qué le diría cuando saliera de su habitación.

¡Al diablo! Exclamé. He pasado cosas peores que el hecho de tener que volver a ver a la cara al hombre con el que había pasado la noche. Tenía cosas de qué hablar con él, no solo el hecho de conversar sobre el paso a la intimación, sino los sueños que había tenido durante su ausencia, pues la noche anterior no había tenido, si quiera, oportunidad de revelarle que había tenido una pesadilla.

Una hora antes de que oscureciera, ya tenía, como de costumbre, cerrada todas las cortinas y ventanas de la casa, solo tenía la puerta de la cocina abierta, pues me encontraba limpiado algunos muebles como la alacena y refrigerador, básicamente. De reojo, me percaté que Niahm estaba parado casi al lado de mí, observando mis movimientos. Di un salto del susto, salto que a él le pareció gracioso, pues esbozo una sonrisa, misma a la que me tuve que unir, pero con una carcajada.

—¡Buenas noches! —saludó con un tono de voz... distinto.

Naturalmente estaba alegre, pero tanto su voz como su rostro alejaban al monstruo que había visto en él.

Era un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora