¡Hoy es el día!

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—¡Hoy es el día! —pensó mientras se dirigía a desayunar, luego de haberse abotonado su camisa verde de la buena suerte.

Después de darle muchas vueltas al tema, finalmente se había decidido a confesarle su amor a aquella muchacha. ¿Qué importaba si no le correspondía? Ya estaba cansado de fingir indiferencia hacia ella. Terminó comprendiendo que su abuela tenía razón: uno se fatiga el triple cuando no le presta atención al corazón.

Sabía dónde la encontraría. La tomaría por sorpresa. Le compraría bombones, o flores tal vez. Eso poco le preocupaba. Ella estaría yendo a su trabajo y debía tardarse lo menos posible en su confesión.

Antes de partir le llamó a su celular para confirmar si hoy día iría a trabajar.

—Si salgo ahora, seguro me la cruzo cuando vaya por el café, enfrente del parque —se dijo.

Salió con prisa del edificio. El café estaba cerca de su departamento, así que no tardaría mucho en alcanzarlo.

Cuando se dio cuenta, le restaban dos cuadras para llegar. Iba absorto  en sus pensamientos: ¿Qué le respondería? ¿Cómo reaccionaría? Tan hundido en sí mismo estaba, pensando en cómo se le declararía, que caminaba sin ninguna precaución.

Un bocinazo lo despertó de su encimamiento. Se encontraba en el medio de la calle, frente a un camión que se dirigía a toda velocidad.

¿Cuántos metros voló luego de la colisión? Seguro no tenía ni idea. ¿La cantidad de moretones? No le importaba. Sólo le agradeció a Dios el haber podido levantarse del suelo. Se sacudió el polvo de sus ropas rápidamente, y antes de poder recibir insulto alguno, salió corriendo del lugar, no sin antes echar un vistazo al conductor. En su semblante, se veía reflejada una extraña mezcla de enfado y angustia. —Estará teniendo un mal día —consideró. Él sabía que debía haberse quedado, pero se le estaba haciendo tarde y tenía miedo de arrepentirse de la decisión que había tomado esa mañana.

Para su sorpresa, su cuerpo se sentía realmente bien. A pesar de haber rodado un tramo bastante largo por el pavimento, no le dolía nada. "Es por mi camisa de la suerte", pensó entre sonrisas.

Estaba a punto de llegar al café, cuando los intensos colores de las flores llamaron su atención. Tan distraído estaba, que había olvidado por completo de comprarle algo a ella.

—¿Debería llevarle las flores? —se preguntó a sí mismo, mientras se acercaba a paso inseguro a un prado atestado de rosas.

Se agachó para cortar una, pero se arrepintió centímetros antes de tocarla siquiera.

—Si llegase a caer con un par de flores arrancadas de raíz, quedaría como terrible tacaño más que como romántico empedernido —murmuró para sí, justo cuando la vio pasar frente a él en la vereda contraria.

Cruzó con paso presuroso, y se colocó detrás de ella. La llamó por su nombre, pero pareció no escucharlo. Decidió cambiar la estrategia y darle una sorpresa, posicionándose rápidamente delante de ella, con los brazos abiertos, exclamando un afectivo "¡Eey!". Sin embargo, ella pareció no reconocerlo. Estaba tan concentrada buscando algo en el bolso que apenas podía percatarse de su presencia. Casi como si no estuviera. "¿Se habrá enojado por lo que no le llamé anoche?" —pensó.

De repente, sonó el celular de la joven.

—Ay buenísimo, ahora sí lo encontré. ¡Hola Martín! ¿Qué? ¡¿Quién me habla?! —contestó, seguido de un largo silencio. Quien sea que fuera, hizo que en ella naciera el pánico. Sus ojos se mostraron vidriosos—. No, no es posible. No, no, ¡no! ¿Dónde? Voy para allá.

Antes de que él pudiera preguntarle qué estaba mal, la muchacha salió disparada por el camino. Él la siguió, aunque ella ya lo había dejado bastante atrás.

Para su sorpresa, ella se detuvo en el lugar en el que él casi sufre un accidente, aunque había algo raro en él. Seguía estando el mismo camión cuya repentina aparición y bocina le habían asustado. Pero había algo más. Una multitud de personas inundaba la zona, junto con un concierto de susurros, bocinas y gritos. A lo lejos, pudo divisar dos patrullas y una ambulancia.

Con una extraña determinación, ella se hizo paso entre la muchedumbre, hasta llegar al medio de la calle. A él no le costó tanto seguirla.

En el centro del espectáculo, había un hombre en una posición no muy cómoda en el suelo, con pocos síntomas de vida. El enamorado no pudo de ver quién se trataba: ella se había abalanzado sobre el cuerpo inerte. Solo alcanzó ver que no sólo el pavimento estaba empapado de sangre, sino también la prenda que llevaba puesta esa persona. Verde. ¿Una remera? ¿Una camisa tal vez?

—¿Quién es esa mujer? —le preguntó uno de los policías a uno de sus compañeros.

Cuando tomamos el celular del muchacho para ver con quién podíamos comunicarnos, ella era la última en el registro de llamadas.

  — Luego de eso lo llevaron de inmediato a emergencias...  

La mente de un adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora