━ SUSURROS EN EL BOSQUE

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( SUSURROS EN EL BOSQUE )
CAPÍTULO I

( SUSURROS EN EL BOSQUE )CAPÍTULO I•

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DEBAJO DE LAS MELENAS DE LOS FRONDOSOS Y VERDOSOS ÁRBOLES SALVAJES, se encontraban dos jóvenes sentados en un tronco muerto y seco. Ambos estaban tejiendo tapetes echos de hojas de palma que ambos habían tomado de las orillas del mar hacía unos días atrás. Uno de ellos tejía torpemente las hojas, mientras que la muchacha a su lado, tejía tan rápido y de manera tan ágil que le era al muchacho difícil llegar a su ritmo. Cualquiera que se encontrara cerca de ahí pensaría que aquello era una broma: dos amantes de la luna tejiendo tapetes debajo del sol. No era algo típico de ver de los hombres-lobo, pero los dos jóvenes estaban muy concentrados en lo que sus manos hacían que lo que pasaba a su alrededor.

—Estaba pensando y... —habló la muchacha de repente, sobresaltando a su amigo quien por accidente se cortó con una de las hojas de palma—, ¿podríamos visitar a Freya?

El joven se quedó pensativo unos momentos, luego se lamió la yema del dedo que se había cortado. La muchacha no le quitó la vista de encima, añorando que este asintiera a su propuesta. El viento sopló fuertemente sobre ellos y sacudió todo a su alrededor: las hojas de los arboles comenzaron a caer al igual que unas cuantas ramas. El enmarañado cabello marrón del muchacho—cuyo nombre era Hunt—se movió al compás del viento, pero el de la muchacha—de nombre Gray—se quedó quieto, recostado detrás de su espalda.

—Ya llegaron —Hunt se paró de un salto y miró al suelo, tratando de diferenciar los rayos de sol que atravesaban las copas de los árboles y caían silenciosamente sobre el suelo—, pero... aún es temprano.

La manada solía llegar justo después de que el sol se escondiera detrás de las montañas de Nunca Jamás, y luego de la llegada de ellos, la manada nocturna—los más fuertes y ágiles—entraba en acción. El bosque no era peligroso; no al menos en el día, pero cuando caían los primeros rayos de luna sobre la isla, peligros asechaban en cada esquina. Algunos culparían a toda clase de monstruos que se encontraban dentro del bosque, pero otros culpaban a la demencia, todo lo que se encontrara dentro del bosque al caer la noche, podría llegar ser peligroso en ambos aspectos físicos y mentales. Pero solo había una criatura que el bosque le tenía un gran respeto (o quizás temor) y esa criatura era Freya: una bruja con la misma edad que tenía la isla y el mismo poder que toda la manada de lobos junta. Se contaban historias fantásticas de ella, extraordinarias e increíbles, pero Gray tenía la creencia que Freya tenía un pasado humilde y pasivo, nada épico y violento.

De entre los troncos de los arboles se asomó una manada de lobos, Gray y Hunt se pararon de inmediato, tirando los tapetes al suelo en el acto. Los lobos por cada paso que daban, cambiaban de forma. Y cuando estos llegaron a estar frente a frente con los dos chicos, ya se encontraban en su forma humana.

—Veo que usaron muy bien su tiempo hoy —se burló Mikkel, uno de los lideres de la manada.

A Gray se le cerraron los puños y las uñas se le encajaron en las palmas de las manos. Odiaba no poder salir al bosque, odiaba tener que quedarse en el campamento y siempre buscar algo que hacer para mantenerse ocupada y lejos del aburrimiento. Gray estaba a punto de contestarle de una manera no muy agradable a Mikkel, pero Kira la detuvo.

—Deja de hacer lo que estas haciendo, Gray —habló la mujer, y de repente todos al rededor de gray se hincaron—. Puedo oler tu sangre desde muy lejos.

Gray dejó de hacer presión con los puños, y al abrirlos, sangre proveniente de sus palmas se le había metido entre las uñas, manchándolas de rojo carmesí, recordándole la primera vez que tuvo que quitarle la piel a una liebre para preparar estofado. La muchacha se hincó al igual que los demás, y luego se pararon para seguir con sus actividades rutinarias; y aquello era lo que Gray odiaba, todo era una rutina y nada era diferente.

—Mamá... —Gray trató de establecer una buena discusión con Kira, pero la mujer le tomó las manos y la dirigió al río que atravesaba el campamento, le enjuagó las heridas y las curó con el musgo que se formaba en las orillas del rio.

—No vas a salir al bosque, Gray —concluyó Kira sin decir más.

Gray trató una vez más de convencer a Kira de que aquello no le detendría: ella entraría al bosque cueste lo que cueste. Algo le atraía hacían los árboles, algo más allá del bosque le llamaba; le gritaba.

—Gray, escucha a los árboles —Kira puso ambas de sus manos en las mejillas de la pálida piel de su hija—. ¿Qué es lo que te dicen?

Gray agudizó el oído, pero lo único que escuchaba eran pisadas, los truenos de una tormenta próxima a caer, el crujido de la leña de una fogata que estaba acompañado del burbujeó de un estofado humeante que el olor le producía un cosquilleo en la nariz a Gray.

—No escucho nada —Gray sintió una pequeña lágrima resbalándose sobre sus pómulos, no recordaba estar llorando—. Los árboles no hablan.

—Si hablan, Gray, y hasta incluso gritan. Solo que tu no has sido capaz de escucharlos —Kira le acarició el cabello para calmarla.

—Es porque aún no me he convertido ¿verdad? —Gray se limpió las lágrimas rápidamente—. No los escucho porque no soy una mujer-lobo.

El rostro de Kira se entristeció, pero como arte de magia se endureció.

—Algún día te convertirás, y serás más fuerte que todos en esta isla —le regañó—. No subestimes nunca quien eres; porque para poder encontrarte, primero te tienes que perder.

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KING OF NEVERLAND ↠ PETER PANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora