Sin Título

20 1 0
                                    


Escuché las bocinas sonar, lo que significaba que tenía que llegar a casa antes de que se terminaran los últimos rayos de sol.
Me levanté del asfalto, sacudí mis pantalones con mis pequeñas manos sucias y llenas de tierra, recogí mis cochecitos del suelo, los guardé en mi pequeña maleta, me despedí de los demás niños y corrí a casa con cuidado de que no me vieran, tenía que caminar entre pequeños callejones para que "los malos" no me vieran.
Llamé a Yago, mi yolka; una especie de bestia que nos es asignada cuando nacemos para que nos acompañe el resto de nuestras vidas, ayudándonos a protegernos, siendo una especie de "guía espiritual".
En segundos llego a mi lado, olfateando a los alrededores para asegurarse de que no había moros en la costa.

Corrí, lo más rápido que pude, desgastando más mis viejos zapatos para así llegar pronto a casa, Yago me seguía el paso, hasta que por fin, en lo más recondito de la ciudad vi la fachada de mi casa, desgastada, vieja, cansada.

Abrí el portón de madera, caminando por el pasillo lleno de plantas hasta llegar a la cocina donde estaba mi mamá junto con Shirka (su yolka) cocinando algo rico, no recuerdo que nombre tenía, pero vaya que recuerdo su sabor.

Estaba terminando de comer cuando un ruido espantoso nos sobresaltó.
Mi mamá asustada, me dijo que fuera a esconderme atrás de los establos, me dió una caja y me indicó que no la abriera hasta que todo esto terminara.
Me negué completamente a irme y dejarla sola.

La puerta de la entrada estaba a punto de ser derrumbada.

Con lágrimas en los ojos, mi mamá beso mis mejillas, seco el sudor de mi frente, guardo la extraña caja en mi maleta y me obligó a irme, no quería hacerlo estaba a punto de llorar cuando ¡CROOONCH! La puerta por fin se abrió, corrí a esconderme atrás de los árboles del patio mientras veía a mi mamá y a Shirka pelear contra "los malos".

Sentí que alguien venía, así que corrí hasta los pozos donde dijo mi mamá, la casa era bastante grande, nunca me acostumbré a su enorme patio y el gran gran jardín. Me escondí junto con Yago por horas, con el corazón latiendome a mil por hora, cerré los ojos y me tape los oídos ... hasta que por fin me quedé dormido.

Al despertar ya estaba muy oscuro, la luna era lo único que iluminaba, caminé sigilosamente de regreso a la cocina cuando encontré a mi mamá tirada, con la ropa rota, con sangre en las manos, con los ojos cerrados, sin aire en sus pulmones...
Lloré, lloré y lloré, no sabía qué hacer, estaba solo, había perdido a la única persona que amaba en el mundo, a mi apoyo de toda la vida. Me sentía solo.

Esa noche todo cambió, me arrebataron todo lo que tenía y no me iba a quedar con los brazos cruzados.
Salí a la calle, donde me crié, fui creciendo y aprendiendo a sobrevivir tenía 12 años cuando esos hijos de puta mataron a mi mamá, cuando mataron mis esperanzas, ahora tengo 20 años y lo único que quiero es venganza.


Los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora