Uno

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La vida aquí se pasa lento, tratas de matar el tiempo jugando fútbol en las calles del barrio con amigos, o saliendo de la colonia para ir a buscar comida.
Ahora vivo en un edificio del que varios colegas y yo nos adueñamos, compartimos las habitaciones y tratamos de dar asilo a las personas que lo necesitan.
Estaba recostado en "mi cama", en medio de "mi cuarto" por llamarlo así, ya que compartía un gran piso con varias personas mientras dormíamos en colchones viejos.
Podía escuchar el alboroto que había en la calle, era tiempo de colectas; las personas de la colonia trabajaban más duro para darles una especie de tributo a los Silenciadores de el Templo Mayor, la "guardia" de los poderosos, siempre a disposición del gobierno y nunca a favor del pueblo, sino damos lo que pedían, se llevaría a una niña o un niño de cada familia y nadie nunca volvería a saber de ellos.

Yo soy un "chico de la calle" la mierda de la mierda, yo no tengo que dar tributo a nadie porque nosotros somos un cero a la izquierda, nosotros somos los olvidados.

Me cansé de no hacer nada, me empezaba a doler la cabeza de pasar tanto tiempo pensando, me levanté, me puse una playera sucia que encontré entre un montón de ropa y salí del edificio.
Todos estaban como locos, el mercado estaba lleno de gente cargando costales con comida, semillas, especias, personas con gallinas y pollos en jaulas, otros cargaban telas y un sin fin de cosas que ni si quiera sabías que existen.
Caminé entre los puestos y locales esquivando a la gente estresada, Yago me seguía sin cuidado.
Llegué al local de Era, la sacerdotisa del lugar; ella me había cuidado desde que mi mamá murió y siempre me decía que yo salvaría al pueblo de todo esto ¿Yo? Yo soy un nadie, nadie ésta colonia recuerda mi nombre, ni si quiera saben quién soy, Era era demasiado amable aunque a veces parecía un poco loca, siempre hacia caso de sus advertencias. Me encantaba su Yolka, tenía una extraña fascinación por Onix, una gran bestia parecida a una pantera que impresionaba a todos.
Al momento de llegar, Yago se puso a jugar con Onix como de costumbre y yo entré a la cocina.

Era me había enseñado todos los ataques y hechizos que sabía, me ayudó a defenderme y a usar la lanza que me había dado mi mamá aquella noche, de vez en cuando practicaba con los muchachos en forma de juego, pero Era siempre se tomaba todo esto de la defensa muy enserio.
Siempre decía que esta arma era muy poderosa y que contenía poderes inimaginables, lo único que debía hacer era aprender a controlar su poder y a volverme uno con ella.

Comí un poco y conforme la tarde iba avanzando, el mercado se quedaba poco a poco en silencio. La mayoría de las veces los Silenciadores llegaban antes del anochecer, inspeccionan las calles, los callejones, cada parte de la colonia si no encontraban nada "malo" procedían a entrar a cada casa para recoger lo que se les había encargado desde el Templo Mayor.

Decidí quedarme con Era, para protegerla de cualquier cosa que esos desgraciados podrían hacerle. Era, fue muy generosa con ellos, les dio piedras preciosas, inciensos y varias pociones de protección que les servirían durante las batallas.
Mientras los Silenciadores estaban dentro de tu casa el ambiente se volvía tenso, sus Yolkas daban miedo, la mayoría parecían lobos que no dejaban de olfatear por todas partes y si hacías algún movimiento empezaban a gruñir en tu dirección.

Después de que Era les entregó su tributo, se marcharon sin decir más, cuando se fueron me di cuenta de lo tensa que tenía la mandíbula, así que me relaje, Era me dió un poco de agua y regresé a mi refugio.

Caminando de regreso escucho murmuros al final de un gran callejón oscuro, Yago empezaba a ponerse nervioso, gruñía hacía las oscuridad mientras se le erizaba el pelo del lomo. Lo calme susurrando en su oído y con mucho cuidado y sigilosamente me acerqué a aquellas personas; Varios Silenciadores tenían a un ¿Chico? ¡No! Es una chica, no podía distinguir su rostro, pero podía notar sus facciones de mujer pero tenía el cabello demasiado corto, los hombres la sujetaban de los brazos, ella no podía quitarse el agarre de encima, uno estaba tapándole la boca mientras que otro empezaría a quitarle la blusa, ella se movía con desesperación, trataba de gritar y soltarse pero le era imposible.

No podía dejar esto asi, así que saqué de mi bolsa la lanza mágica de mi bolsa y decidí atacar.
Yago fue directo a los Yolkas mientras que yo le clavaba una punta de la lanza en la espalda al tipo que la sujetaba, así que por inercia dejo caer a la chica; enseguida se levantó y se abotonó la blusa, le grité que se fuera mientras peleaba con mi lanza contra los dos Silenciadores, pero no hacía caso, en lugar de irse corriendo, saco dos cuchillos de sus bolsillos y me ayudó a detenerlos.
Los dejamos tirados en el piso, pero despertarían en cualquier momento, así que decidimos empezar a correr, no nos dijimos nada, corríamos entre callejones cuidando de que no nos siguieran. No sabía hacia donde iba, en realidad lo único que hice fue seguir a la chica misteriosa, llegamos muy lejos, casi salíamos de la colonia cuando dejó de correr y escaló la pared de una casa llegando al techo con facilidad, decidí seguirla.
Y ahí, estaba su casa, vivía en un pequeño cuarto de madera con solo lo suficiente para sobrevivir día a día.

Me quedé sin aliento por haber corrido tanto y sin ganas de preguntar un por qué.
Ella se quitó los zapatos y se metió a la cama, mientras que yo estaba parado en medio de un techo, sin saber que decir.

- ¿No estás cansado? - Dijo con voz somnolienta, tenía un acento raro, no era de por aquí.

Tardé unos segundos en reaccionar.

-Si... Si, si estoy cansado- tartamude un poco.

- Puedes dormir en el piso, ahí hay unas sábanas - señaló sin voltear a ver .

Tomé las sábanas y las puse en el piso, me acosté y me tape con una pequeña cobija.

-Descansa- dijo y se quedó profundamente dormida.

No contesté, simplemente me quedé callado. Esa noche no dormí, mi mente no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en el día.
Aún no procesaba nada, así que lo único que hice fue quedarme callado mientras miraba aquel techo de lámina.

Los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora