Los secretos se llenan de polvo pero nunca desaparecen

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Hay algo que no me deja conciliar el sueño esta noche, algo se ha instalado en mi pecho, no me siento en paz y creo saber que pasará. Podría ser la ausencia de mis hijos, el sentimiento de culpa por la alegría de librarme de mi marido, o quizás se trate de que el día de mañana cumpliré 80 años.

Siento una necia necesidad de decir que algo no me deja tranquila. Ese algo tiene nombre, puedo sentirlo en mi corazón.
Así que aquí me encuentro, faltan 30 minutos exactos para que noviembre empiece.

No sé como empezar a aunque tenga mis intenciones muy claras en la cabeza, así que seré rápida, iré al grano.

Mi vida ha sido una mentira.

Una mentira grande. Una tormenta tratando de ocultar un arcoiris.

El primero de noviembre de 1952, mis padres habían organizado una gran fiesta para mostrarme ante la sociedad como una señorita. La verdad es que se trataba de exponerme ante hombres mucho mayores que yo, para que me eligieran como su futura esposa. Yo era como un objeto que mi padre podía regalar.

Pocos se interesaron en mí. Pero no todo fue una desilusión, porque allí conocí a alguien que después de 65 años sigue reluciente en mi memoria.

Según la opinión pública, ella no sobresalía por ser necesariamente bonita. Pero ante mis ojos, me sentí intimidada por su piel oscura,  muy delgada, demasiado alta para una mujer decente.

Y me encantó lo que vi.

De todo lo que está poco claro en mis recuerdos, ella sigue volando por ahí como un insecto molesto.

Me ahorraré los detalles de como nos conocimos, con decir que estaba en la fiesta ya varias cosas quedan claras.

Pero sí trataré de expresar como me sentía.

Culpable, rabiosa, una maldita anormal.

Pero, al mismo tiempo había una emoción que me provocaba tantas cosas buenas... Lo que empeoraba mi sentimiento de culpabilidad.

Lástima si algún día mis nietos u otro familiar llega a leerlo, pero siento la necesidad de escribirlo.

Meses después, cuando había asumido que estaba enamorada de otra mujer. Llegué a tener un sueño algo escandaloso, donde ambas estábamos completamente desnudas y nos besabamos sin pudor alguno.

Quisiera devolver el tiempo para darme una buena bofetada. ¿Por qué al despertar tenía que llorar? ¿Por qué quería buscar un té para el lesbianismo? ¿Por qué no podía amarla en paz?

¿Por qué me habían  educado de esta forma?

En ese momento ni siquiera era legal estar con ella. De forma tácita sabíamos lo que sentíamos una por la otra y los peligros que ello implicaba.

Mantuve el estatus por quedarme encerrada y bien callada. Pero aquellos que quisieron ser héroes fueron despojados de sus sentidos, les arrancaron sus alas y fueron encerrados para no volver a levantar la voz.

Disculpas de antemano para quien me lea... Perdí la "virginidad" con ella.
Antes de entrar en detalles diré que lloré, creía que si mi futuro marido se daba cuenta sería una vergüenza para la familia. Me abrazó, nos consolamos como podíamos, nuestro amor estaba destinado al fracaso desde el principio.

Porque éramos dos mujeres.
Porque yo era blanca josefina y ella negra limonense.
Y porque nuestras clases sociales nos separaban.

¿No resultan curiosos los muros que hemos construido? Nos han dividido, clasificado y limitado. Mas, por solo una persona que se resista a ser marginada, los gritos del disturbio no serán silenciados.

Aquella noche nos vimos por ahí, en algún lugar. Juro que en todos mis años de casada nunca me trataron de forma igual. Jamás me preguntaron como me sentía, si estaba cómoda. No me tocaron con delicadeza ni se preocuparon por mi propio placer.

Mas ella fue la primera y la última, porque las chicas saben lo que quieren.

Nunca creí que escribir esto fuera tan difícil, más si son eventos en los que pienso cada que me distraigo. Mientras hacía la cena, limpiando el piso, viendo a mis hijos crecer.

1970 fue un año difícil, porque yo me encontraba en la sala mientras escuchaba como mi "enfermedad" dejaba de ser ilegal. Mientras mi familia más cercana se quejaba y yo sólo podía retener las ganas de llorar, mientras una chispa de esperanza se encendía en mi pecho.

Y en 2015 las uniones civiles fueron reconocidas, esa vez me aparté de todos y recé en mi habitación dando gracias a Dios.

Tuve miedo de mis hijos, no quería que sufrieran lo mismo que yo. Ahora tengo miedo de mis nietos, no quiero pensar que podrían estar comiéndose la cabeza, creyendo que los rechazarán como a una porquería.

Y sé que no he sido la única, y sé que he sido cobarde.

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